Motivos para la indignación

Prolifera la indignación entre activistas y simpatizantes de las izquierdas. Sin embargo, está a discusión cuáles son las formas más incluyentes y efectivas de politizar la indignación.
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Los círculos de izquierda rezuman indignación. Basta asomarse a los hashtags de Twitter que han estado convocando a esta última oleada de movilizaciones en la ciudad de México desde la aprobación de la reforma energética y el alza del precio del boleto del metro para darse un baño de bilis. La indignación ante todas las formas de la injusticia es uno de los mayores motores del cambio social y, según el Che Guevara, “la cualidad más linda de un revolucionario”. A juzgar por las expresiones que uno se encuentra en cada rincón de las redes sociales, el nivel de indignación entre activistas y simpatizantes de las izquierdas ha alcanzado los mayores niveles en los últimos años, tan solo comparable quizá con el nivel de encono que dejaron las elecciones presidenciales de 2006, aunque es difícil saber porque entonces no teníamos Facebook ni Twitter para ventilar nuestro enojo. Si la indignación es tan amplia y tan fuerte como aparece en la realidad virtual, es posible pensar que estamos en la antesala de un momento significativo en la historia reciente de movilizaciones sociales en México.

Lo que hay que tener claro, sin embargo, es que la indignación por sí misma no conduce a ningún lado. Para desplegar completamente su potencial transformador la indignación necesita ser politizada. El momento político consiste en vincular jerárquicamente las múltiples razones de nuestro coraje en una cadena soldada por una causa última: la madre de todos los motivos para la indignación. En este momento, esa causa última es la reforma energética, que en opinión de sus opositores más enconados es la renuncia a toda pretensión de soberanía nacional, la cancelación del proyecto de México como nación independiente.

No conozco a nadie que no se indigne. Aun las personas que pasan cinco horas al día viendo telenovelas y el domingo entero apasionados por el futbol necesariamente se indignan ante las colas en el banco, las humillaciones diarias en el transporte público y el ridículo aumento salarial que se les anuncia cada año. Por supuesto, el horizonte de la indignación es diferente para cada persona. Hay quienes solo se indignan por las situaciones más inmediatas en su vida cotidiana: la espera para subirse al metro en la mañana, la zanja que se quedó abierta en la calle frente a su casa, etcétera. Hay quienes tienen una visión mucho más amplia y alcanzan a vislumbrar motivos para la indignación que pasan desapercibidos para muchos de sus conciudadanos. Sin embargo, las posibilidades para vincular las expresiones dispersas parecen infinitas para aquellos con la capacidad de destacar la dimensión propiamente política de los múltiples objetos de nuestra indignación.

La politización de la indignación es selectiva y contingente. Depende de un programa político y de un análisis dinámico del entorno que permita discernir qué forma de la indignación politizada tiene el mayor potencial movilizador. Es parte del talento político de los dirigentes convencer a sus seguidores del motivo de la indignación que ellos postulan como central y vincular muchas otras indignaciones “menores” al tronco principal. En contraparte, muchos motivos legítimos de la indignación suelen quedarse al margen -o incluso contrapuestos- del llamado a la movilización. La cadena de indignaciones que cristalizó en el poderoso movimiento social detrás de la campaña presidencial de López Obrador en 2006 dejó al margen muchas otras expresiones que eran cotidianas en esos días: los taxistas de la Ciudad de México con años tras el volante indignados por la proliferación de taxis piratas; los trabajadores de varias instituciones del GDF indignados por la cancelación de su derecho a la estabilidad en el empleo y la sindicalización, etcétera.

Entre los convocantes a las marchas de las semanas recientes tengo amigos con los que disiento acerca de la causa mayor de la indignación. Para ellos la reforma energética es la legalización del saqueo de los recursos naturales de México por parte de empresas transnacionales y los gobiernos de sus países sede, y por lo mismo, representa la pérdida del motor de desarrollo de México. Sin embargo, su indignación es cíclica; apareció cada que el gobierno en turno presentó una iniciativa de reforma y, una vez derrotada la propuesta, como en 2008, el saqueo cotidiano de los recursos naturales a manos de líderes sindicales y funcionarios corruptos, contratistas privados y hasta el crimen organizado no les mereció la misma respuesta indignada. Para mí, el factor doméstico/foráneo es menos relevante que el saqueo en sí. No estoy seguro de qué me indigna más; que una empresa transnacional se lleve las ganancias de la explotación de nuestro petróleo a su país o que un gobernador 100% mexicano emplee los recursos extraordinarios de este último auge en los precios del petróleo para consolidar un régimen feudal en su estado.

Reconozco también que me indignan menos las cosas que afectan a la “patria” en abstracto y más las cosas que refuerzan y perpetúan la desigualdad socioeconómica, cuyos efectos están a la vista. Me indigna sobremanera ver cómo no solo existe una extracción de riqueza sin precedente de los trabajadores por parte de los empresarios, sino que el aparato legal y extralegal de las relaciones laborales en México mantiene maniatadas a las pocas organizaciones auténticas de los asalariados, y ya no digamos a los millones de personas atrapadas en la economía informal. Sin embargo, admito que los esfuerzos que se han hecho por politizar esta indignación por la falta de libertad sindical y la desigualdad social han sido poco menos que infructuosos.  Los temas siguen estando ausentes en las expresiones del movimiento social.

Por ello voy a marchar este viernes 20 de diciembre con la iniciativa #20DMX. Es importante sumar indignaciones, particularmente las que no han sido tan visibles como debieran. Es crucial que empecemos a hablar en serio acerca de la desigualdad y los factores que la reproducen. Es necesario seguir señalando que lo que hace inadmisible el aumento al transporte público es el salario mínimo más bajo entre las economías más grandes de América Latina. Es hora de insistir en que la causa no es salvar a México, sino liberar la energía de la gente para combatir autónomamente lo que le causa indignación. 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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