Nacionalismo, curas milagrosas y el estruendoso fraude del Dr. Hwang Woo Suk

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En agosto de 2005 el Dr. Hwang Woo Suk parecía un candidato imbatible para el premio Nobel. El veterinario coreano que tenía por meta “crear una vaca mejor” por medio de la biotecnología se transformó vertiginosamente en una celebridad planetaria tanto en los círculos científicos como entre el público general. En 1999, a los 46 años, Hwang clonó una vaca, y en 2002 un cerdo. Cientos de científicos de todo el mundo peregrinaban continuamente a su laboratorio en la Universidad Nacional de Seúl donde quedaban maravillados por la destreza, disciplina e ingenio de su equipo de 65 colaboradores. En Corea del Sur Hwang era considerado como una especie de superestrella o un héroe nacional y su trabajo era celebrado con fanatismo.
     Después de sus primeros triunfos, Hwang comenzó a trabajar con sujetos humanos, aplicando las tecnologías que había desarrollado y perfeccionado en animales de granja. Hwang, quien se enorgullecía de su humilde origen campesino, empleó con talento su gran habilidad para las relaciones públicas, tanto al promocionar su trabajo en toda clase de foros, como al seducir políticos o al hacer cosignatarios de sus artículos más importantes a científicos prestigiados (como al experto en clonación de monos, Gerald Schatten, de la Universidad de Pittsburg, quien firmó pero no participó en uno solo de los experimentos) o a Park Ky Young, la asesora científica del presidente Roh Moo Jun. Este científico entendió que hoy la atención de la prensa es considerada como sinónimo de éxito y de la importancia del trabajo científico, así que se consagró a conquistarla.
     Hwang explotó la controversia que generaba la clonación humana y sacó provecho de que el presidente estadounidense George Bush impusiera por motivos morales y religiosos una prohibición a la clonación humana. Otras naciones siguieron sus pasos y con esto quedó abierto el campo de la clonación. El gobierno de Corea del Sur destinó más de sesenta millones de dólares al trabajo de Hwang y se dispuso a cambiar las leyes para favorecerlo y eliminar cualquier posible obstáculo legal. Esta estrategia no tardó en dar resultados. En febrero de 2004 Hwang fue el primero en clonar células madre embrionarias humanas. En mayo del año siguiente fue el primero en clonar células madre para pacientes específicos (once colonias). En agosto de ese mismo año fue el primero en clonar a un perro, una proeza técnica debido a la inmensa complejidad de la reproducción canina.
     Aparentemente convencido de su infalibilidad, Hwang prometió públicamente curar enfermedades degenerativas, diabetes, padecimientos cardiacos y a quienes sufrían de daño en la médula espinal utilizando sus propias células restauradas. En Corea comenzó a circular una estampilla postal que celebraba al científico que haría caminar a los inválidos. En ella aparece un óvulo con una pipeta y en silueta un hombre que se levanta de una silla de ruedas, corre, salta y abraza a una mujer. En el imaginario popular coreano Hwang se tornó en un curandero milagroso.
     En noviembre de 2005 la multitud de rumores que venían apareciendo en páginas de internet de jóvenes científicos coreanos se vieron confirmados cuando subalternos y colegas de Hwang denunciaron que había utilizado óvulos de dos de sus asistentes, violando la declaración de Helsinki de 1964 (la cual dicta las normas éticas elementales y prohíbe a los científicos involucrarse en el proceso de adquisición de óvulos cuando se trabaja con seres humanos). El “rey la clonación” declaró que estaba “física y estructuralmente excluido de cualquier acceso directo al proceso de adquisición de óvulos” pero añadió que las donaciones habían sido completamente voluntarias y habían sido retribuidas. Explicó que en la cultura coreana la donación de óvulos no era aceptable por lo que las donadoras querían permanecer anónimas.
     Los problemas de Hwang apenas comenzaban. La violación ética no era menor pero no ponía en entredicho sus celebradas técnicas. No obstante dio lugar a un escrutinio profundo. Entonces, en un par de páginas del web aparecieron dos fotos idénticas: la primera de una colonia de células embrionarias obtenidas de pacientes que fue publicada por Hwang en su artículo en la revista Science. La otra mostraba células embrionarias ordinarias creadas en una clínica de fertilidad y apareció en otra publicación. El Dr. Kim Su Jong, confesó entonces que Hwang le había pedido falsificar las evidencias del artículo con fotos de células de archivo. Nueve de las once colonias de células clonadas de pacientes resultaron ser inexistentes. Hwang presumía que utilizaba cada vez menos óvulos, un recurso extremadamente valioso por la dificultad, dolor e incluso peligro que representa la extracción de los mismos de las donadoras. Declaró haber usado apenas 17 por cada cultivo de células. La realidad es que empleó la extraordinaria cantidad de 2,221 óvulos de 119 donantes.
     En vez de tratar de clarificar el asunto directamente con los editores de Science, Hwang recurrió a los medios masivos que siempre lo trataban con reverencia. Pensó que podía ganar esta batalla en conferencias de prensa y entrevistas televisivas. Pero en esta ocasión se equivocó. Las acusaciones y pruebas en su contra aumentaron y Hwang se transformó en la desgracia de Corea deshonrando de paso a la ciencia de su país. Por otra parte, fueron en gran medida jóvenes científicos coreanos quienes descubrieron las discrepancias y errores en los datos de Hwang que no pudieron (o no quisieron) detectar las principales luminarias de este campo ni dos de las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo, a través del método supuestamente infalible de “evaluación por sus pares” (peer review).
     Hwang perdió de vista que el objetivo de la ciencia es explicarnos el universo y buscar la verdad. Su tragedia fue haber consagrado su trabajo a un ideal nacionalista, al sueño de convertir a su patria en una potencia biotecnológica. Hwang se aprovechó de la credulidad del gobierno y a su vez él fue utilizado por un gobierno ambicioso que pensó que podía aplicar a la biotecnología el mismo modelo de desarrollo usado en la industria. Su estampilla fue retirada de la circulación y referencias a su trabajo fueron eliminadas de los libros de texto escolares.
     Hoy la terapia de clonación humana aún es hipotética y sus promesas de curaciones prodigiosas son simple ciencia ficción. Muchos piensan ahora que las probabilidades de éxito en este campo son pocas ya que incluso Hwang, a pesar de sus enormes recursos y destreza fracasó. Además, dado que uno de los principales problemas relacionados con la clonación son sus implicaciones morales y éticas, el escándalo de Hwang ha dado excelentes argumentos a quienes se oponen a esta tecnología. Resulta difícil creer que la caída de Hwang se debió a omisiones, exceso de trabajo o subalternos incompetentes, pero sería tan erróneo condenarlo en estas páginas como fue volverlo un mito en otros medios. Quizás lo único bueno que aportará este escándalo es recordarnos que la ciencia no se hace ni se valida en los medios masivos.~

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(ciudad de México, 1963) es escritor. Su libro más reciente es Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).


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