Nacionalismo y carnaval

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Las primeras elecciones catalanas sin Pujol parecían el momento adecuado para que salieran a la luz todas las anomalías de la política catalana. Pero hicieron mucho más que hacerse visibles: crearon una apoteosis. Confusión, semiverdades, completas mentiras, política y mitología: este es el relato fragmentario y urgente de la noche dorada del nacionalismo.
1. Resaca
Escribo este reportaje sin tener la menor idea de quién pueda llegar a ser el presidente de la Generalitat. Una vez más ustedes, los lectores, saben más que yo. Según me explicaron muchas veces hasta que dieron las cuatro de la mañana en la cima del Tibidabo, aquí habría tres o cuatro posibilidades. Una alianza de los socialistas con los Republicanos e Iniciativa por Cataluña, una de Convergencia con los Republicanos, otra alianza (que anunció el líder nacionalista Carod Rovira) entre los socialistas, los republicanos y los convergentes, más otra que sueñan los convergentes en la que estarían ellos y los socialistas. No pretendo aclarar esta extraña majama. Esta confusión es justamente el tema de este artículo. Por lo demás, resacoso y con mucho sueño acumulado, no soy capaz de ordenar en un todo coherente las imágenes desconectadas, las impresiones, anécdotas, notas rápidas y agitadas de una noche que los catalanes se esfuerzan en encontrar “histórica” y que cambiando un poco todo no cambiará nada.

2. El salón blanco
Vi las elecciones en un salón blanco de Bonanova. De los invitados, dos votaron por Maragall, dos por Carod, dos por el PP, dos éramos extranjeros y dos eran valencianos. En el televisor, TV3, y los analistas electorales de los partidos fingiendo una perfecta calma. En el salón blanco, risas y empujones. Zurita de pronto se queja: “En un país normal todos nosotros, que somos unos pringados millonarios, votaríamos por la derecha.”

3. Preguntas
Como no soy de aquí pregunto:
     ¿En 23 años de gobierno del mismo partido y del mismo líder no ha habido corrupción, clientelismo o siquiera errores?
     ¿Por qué a nadie le parece que el sistema de las reelecciones eternas es bueno para Trujillo o Stroessner, pero no para una democracia europea?
     ¿Por qué el que tiene la segunda mayoría puede ganar, y por qué la lista perdedora en diputados puede llegar a ser la que se lleva la presidencia?
     ¿Es verdad que en Cataluña no existen la derecha y la izquierda?
     Sé que muchas de esas preguntas son absurdas, pero más absurdo es que casi nadie las plantee, y que los pocos que lo hagan sean respondidos con los hombros agachados, con la resignación rumiante del que ya no espera nada. Sumisos, o cínicos, los no nacionalistas del salón blanco gozan (gozamos) tanto como los nacionalistas con la fiesta de Esquerra, con un nuevo capítulo de la construcción y demolición nacional.

4. El fair play catalán
“El fair play catalán”, es la única respuesta que recibo. Tú sabes, el fair play catalán. En Cataluña los políticos no roban ni mienten, ni engañan. Los diarios no los investigan, nadie los sigue ni interroga. En Cataluña a nadie le parece raro que el primer ministro se presente a las elecciones sin renunciar a su cargo. En la política catalana no hay desacuerdos de fondo (ni izquierda ni derecha, sólo la nación); Cataluña es la democracia perfecta.
     Durante toda la campaña catalana se me ha venido a la cabeza una y otra vez el cuento de Andersen “Las nuevas ropas del emperador”. La falta de un periodismo siquiera profesional ha impedido que nadie le diga al emperador Pujol que anda desnudo. De hecho, para evitarle el bochorno al monarca los súbditos han decidido desnudarse también. “Mira al pobre Piqué”, nos señala una de la maragallistas.

5. El analista electoral
Piqué la noche de las elecciones, en su cuartel central del Hotel Barceló de Sants (como si estuviera listo para tomar el primer tren y arrancar). De ser la tercera fuerza de Cataluña, el PP ha pasado ha ser la cuarta. Piqué no le habla a sus partidarios, no hace promesas. Prefiere dedicar su tiempo a hacer un análisis (bastante lúcido, por lo demás) de la realidad política catalana. No necesita que lo derroten: está derrotado de antemano. Se acomoda perfectamente en su rol de imparcial veedor del proceso catalán. El PP en Cataluña, a diferencia del resto de España, no sólo pierde sino que quiere perder. A Piqué, un hombre de derechas y por lo tanto un hombre de convenciones respetuoso de las jerarquías, le incomodaría mucho desplazar a los convergentes y sufrir el odio de los amigos y el miedo de los financistas. La derrota, inexplicable en Madrid, le acomoda en Barcelona. Escrutada más de la mitad de los votos, la derrota de Maragall es ya casi segura. La televisión catalana conecta con la silenciosa sede socialista.

6. La sonrisa
“Qué te apuestas a que Maragall va a salir sonriendo” —dice Vicente Mons—. Y efectivamente, cuando ya se ha escrutado el 70% de los votos (y después de que Icaria declara una victoria que no fue tal por segunda vez en su vida), Maragall sonríe en el estrado. Sus ojos son dos ranuras negras por las que ni la ni luz ni los hechos penetran. Habla de la victoria de las izquierdas, frente a la derrota de las derechas. En esa política abrazada a lo pretérito, tradiciones milenarias inventadas hace dos meses, Maragall es pasado y es leyenda.
     No puede ganar, pero tampoco puede perder del todo. Siempre será el ganador moral. Quizás no sea presidente de la Generalitat, pero le pondrán una calle en Barcelona. Bueno, ya tiene varias, y plazas y rotondas que se llaman Maragall por su abuelo el poeta. Maragall es eso, un heredero de estirpe nacionalista pero culta que siente que le deben un lugar en el panteón nacional de lo que casi fue.

7. La foto
En medio del silencio de sus partidarios, Maragall abandona el estrado. Sus dos fanáticas del salón blanco me preguntan si se pueden exiliar en Chile. Todos en el salón blanco intentan explicar cuándo supieron que Maragall no ganaría. Yo por mi parte sé perfectamente cuándo. En la semana final de la campaña muere el poeta Marti i Pol. El día después veo en El País una foto de Maragall en gabardina, bajando las escaleras de la iglesia mientras habla con Jordi Pujol. Hablan sin complicidad ni rivalidad, como compañeros de un mismo curso que se conocen demasiado para ignorarse. La foto sería completamente anodina si Maragall no fuese el autoproclamado candidato del cambio. Felipe González vino de Madrid a confirmar que “Maragall es la continuidad lógica de Pujol”. ¿Por qué votaría alguien por el cambio si es lo mismo? ¿Por qué habría que cambiar un estado de cosas que Maragall alaba o critica apenas? Maragall quiere el cambio menos que nadie, porque implicaría cambiarlo a él. “Silencio, que ahí viene Carod”, no calla su votante Zurita. Las maragallistas se cubren las caras, los votantes del PP (uno de ellos confiesa que ha votado por Piqué sólo para patear el tablero y porque, como decía Lenin, “Cuanto peor, mejor”) sonríen. “Eso es Cataluña, eso es”.

8. El cabezudo
Los actos de Esquerra Republicana fueron presididos por una enorme cabeza de cartón piedra con los rasgos siempre sonrientes de José Luis Carod Rovira. El “cabezudo” de Carod le dio a la campaña nacionalista un tono de feria. El candidato que es ya su caricatura, y la caricatura que es el mejor candidato de esta elección. Los afiches de Carod son los únicos en los que la foto del candidato ha sido vistosamente retocada con pintura. La imaginería de Esquerra Republicana es la del carnaval. Un carnaval a lo Goya, una fiesta callejera en la que los jefes se transforman (por una noche, sólo una noche) en borregos, y los borregos en reyes. Casi todos los candidatos bregaban por el cambio, pero sólo uno entendió qué significaba: un cambio no sólo de partido sino de partidarios. Y Carod, vistosamente abrumado por el éxito, muestra sus manos limpias. Habla la más vieja de las lenguas, la de la novedad, y propone justamente lo único inviable: un gran frente nacional catalán contra el PP que incluya a todos los partidos. Es la retórica de la crisis permanente, en que la izquierda y la derecha deben unirse para salvar al país.
     Carod sabe que ha mordido su propio anzuelo: sus militantes odian el poder y son opositores por antonomasia. Cualquier pacto es una traición. Ante el callejón sin salida, termina por agradecer ante todo y sobre todo el apoyo de Juan José Ibarretxe. Carod, perseguido por el miedo de perderlo todo tratando de capitalizar su victoria parcial, necesita asustar. ¿A quién? ¿Al PP que no existe o a los miles de catalanes nacionalistas suaves, o españoles desganados, que, como mis amigos del salón blanco, lo escuchan? Empezó el carnaval.

9. El País Vasco
“Esto no va a terminar nunca como el país Vasco”, consuela Zurita. Y Carod no quiere la independencia aunque la declare. En el salón blanco, donde todos piensan distinto, todos están de acuerdo en la más cuestionable de las ideas: Cataluña es distinta. No responde a los esquemas políticos del resto de España y del mundo. El nacionalismo radical no es tan radical, y el nacionalismo moderado es menos moderado de lo que parece. Todo debe ser traducido y calibrado por catalanes, porque de otro modo simplemente no se entiende. Y sin embargo aquí, como en todas partes donde ha sido fuerte, el nacionalismo se plantea por encima de la izquierda y la derecha, para reemplazar la lucha de clases por el amor a la tierra. El nacionalismo, por muy pacifico que sea, necesita la guerra para justificar su existencia. El nacionalismo, por muy radical que sea, siempre se defiende, está seguro de que nunca ataca y termina con la conclusión: “No todos somos iguales ni debemos serlo”. Priman los privilegios y las diferencias, y la idea de que la historia no está escrita, sino que está por escribir. Para Carod, como para Ibarretxe, admitir el estado de las cosas en que gobierna e influye es una derrota. Es un problema de gramática: para un nacionalista Ser es una rendición, y Estar es un error. La única solución: vivir en un eterno Estar Siendo.

10. ¡Callar!
Finalmente, TV3 trasmite desde el cuartel central de Convergencia i Unió en el hotel Majestic. Tocan “Say a Little Prayer” de Aretha Franklin (coreada en catalán por el público de chicos bien). Su candidato, Artur Mas, se ajusta la chaqueta y mueve la cabeza nervioso, sonriendo al vacío. Toma la palabra el ex presidente Pujol. Cierra los ojos como si estuviera rezando y masculla ininteligibles, banales autoalabanzas; de pronto, abre los ojos y señala hacia un punto en la multitud, y con un graznido indignado amenaza: “¡Vas a callarte!” Y se hace el silencio, y vuelve el ex presidente a una incoherente acumulación chocha de sentimentalismos políticos, hasta que nuevamente abre los ojos y vuelve a ordenar, a ladrar: “¡A callar!” Y todos, como en un colegio o en un cuartel, se callan.

11. El príncipe azul
Mas, nervioso y lleno de tics, espera su turno. Pujol y Duran i Lleida le hablan al oído. ¿Es el perfecto alumno de Pujol? Sí y no. Mas se parece físicamente al príncipe de Shrek, el dibujo animado. Pujol se parece un poco a Shrek, el monstruo verde, pero esta vez la princesa se queda con el príncipe. Mas mira a cámara y levanta las manos a la americana. No es un orador brillante y tampoco tiene nada nuevo que decir, pero es un hombre serio (aunque ha hecho una de la campañas menos serias de la poco seria historia de Cataluña) que quiere ahora trasmitir confianza.
     Para la mirada no catalana, este hijo de papá que ama a sus jefes, y que siempre está de acuerdo con los que mandan, no pudo hacer una campaña más lamentable. Pero el patinazo andorrano (su intento de que los deportistas desfilaran bajo bandera de Andorra, que Andorra se negó a apoyar) y un discurso pobre que se basaba sólo en descalificar al psc por sus vínculos con Madrid no sólo no pesaron a la hora de las urnas, sino que lo ayudaron. Para ojos catalanes, Mas era el humillado payés del que los señoritos se burlan, pero que es un buen hijo de un buen padre (Pujol) y lucha contra la ironía y la maldad de la ciudad para imponer sus ideas. Eso y también lo contrario. Mas, camisa celeste, sonrisa yuPPie, es la nueva derecha, es más PP que el PP, sin el inconveniente de tener pasado, ni antifranquista, ni franquista. No es nadie y es todos, o a eso juega. Escucha lo que Pujol y Duran le dicen al oído, pero lanza su discurso, un discurso simple, concreto, abundantemente descolorido y pasado por desodorantes, pero suyo y sólo suyo.

12. Tibidabo
Finalmente apagan el televisor en el salón blanco, y salimos a beber a la cima del Tibidabo. Trepan por la ladera del cerro pijo un grupo de jóvenes con una bandera independentista catalana que quieren plantar en la cima para que sobrevuele Barcelona, brillando bajo la llovizna. Es el carnaval: por una noche al menos, esos jóvenes que no saben nada lo saben todo y el humilde Carod tiene la llave del gobierno de los señoritos. Por una noche se embriagan juntos skinheads y rastafaris de Gracia, ultraizquierdistas y señoras que matarían moros si pudieran.
     El actual consejero de Economía, que cree que somos unos partidarios celebrando, se acerca a nuestras mesas. “Vienen tiempos difíciles para España, para Cataluña y el País Vasco”. El nacionalismo moderado acaba de encontrar una razón de ser, administrar esos “tiempos difíciles” que ha creado él mismo.

13. La realidad (una conclusión)
     Cataluña es una utopía que además es una realidad. Esta es la clave para entender la política catalana. Sus dirigentes, de los más diversos y finalmente muy parecidos partidos, han llegado a la conclusión de que para resolver los problemas de la Cataluña real hay que resolver primero los de la Cataluña utópica. Así, la mayor parte de las horas de campaña se han invertido en estar de acuerdo en una reforma del estatuto, un estatuto que por todos lados todos alaban. ¿Para qué y por qué se reforma? No se entiende. Es mejor así. Ante una Cataluña que existe y que tiene problemas urgentes y comunes a todas las regiones de Europa, lo importante era volver a la era del mito de la construcción nacional. Me lo dice Zurita, un votante sentimental de Esquerra: “Cuando consigamos la independencia podremos hablar de política”. Toda la política catalana se ha refugiado en el pasado y en el futuro para evitar el presente. Así, Convergencia i Unió ha logrado ser gobierno durante dos décadas siendo al mismo tiempo oposición. Se repite una y otra vez que la autonomía conseguida por Cataluña ha sido arrancada por los catalanes de las garras de Madrid, sin explicar por qué hay otras autonomías en toda España que consiguen lo mismo sin catalanes. En una cena entre gente muy elegante y castellanohablante me puse a hablar de la realidad. ¿Cuál realidad?, me respondieron. ~

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