Festivales de literatura o de las letras, encuentros de escritores, póngales el nombre que usted prefiera, pero en cuanto yo leo estas palabras no puedo sino imaginar lo siguiente: aerolíneas baratas, salidas inclementes a las seis de la mañana, clase turista en apretados aviones con tres plazas por fila, ventanilla, un compañero de asiento gordísimo que duerme durante todo el trayecto con moronas en la panza (que no sabes si son de ese día), un solo baño en la parte de atrás resguardado por viejecitas de cabello naranja y rostro compungido, dos horas de espera en la pista, sin despegar, hambre, una galleta y un café frío, funcionarios con camisas a cuadros, el cabello engominado y gafas sin montura, largas estancias en aeropuertos de provincia, en espera de dichos funcionarios, en donde no hay nada sano de comer ni un lugar donde sentarse o en el peor de los casos hay un Starbucks, un zopilote que da vueltas en el cielo sobre el estacionamiento, habitaciones de hotel en donde está prohibido fumar, los mismos canales de televisión, bufete de comida de hotel prefabricado casi apto para el consumo animal (Holyday Inn, Fiesta Inn, todo lo que termine en Inn), cena con “colegas” en las que todo mundo parece conocerse de años (menos tú), besos y abrazos a lo Judas, preguntas sobre hijos, perros, gatos, esposas o esposos, no, ya me divorcié, murió, somos muy felices, intercambio de libros (con extensas dedicatorias) que todo el mundo olvida en el cesto de la basura el último día, porque no hay accidentes, Dr. Freud, charlas sobre literatura; es decir: chismorreo y maledicencia, botellas de Whisky compradas en el Oxxo más cercano, kiss kiss bang bang, intercambios de fluidos corporales entre asistentes (quienes no deberían de hacerlo por el bien de la especie), otra vez el bufete del hotel, ahora con el desayuno, chilaquiles aguados, camionetas sin aire acondicionado con choferes idiosincráticos vestidos de guayabera, auditorios vacíos o llenos de estudiantes de secundaria acarreados y malacarientos, los sempiternos manteles verdes, micrófonos, cartelitos con tu nombre mal escrito, botellas sospechosas de agua, sin etiqueta, conferencia magna a cargo de la vaca sagrada a la que sí le pagaron y lo pusieron en un mejor hotel porque hasta en los perros hay clases sociales, arenga a las masas del director de cultura, mi administración es la más chingona de todas y eso que no tenemos presupuesto, el mismo choro de la cultura como forma de reconstruir el tejido social, mesas redondas sobre temas que a nadie le importan (¿existe una literatura del norte? o ¿existe una literatura joven michoacana?), presentaciones de libros de las jóvenes promesas locales que a nadie le importan, maratónicas lecturas de poemas macarrónicos que a nadie le importan, chismorreo, maledicencia, fingimiento, hipocresía, molicie, intemperancia, beligerancia, autocomplacencia y autoconmiseración, pero no falta el entusiasta genuino al que te gustaría golpear en la cabeza con un objeto contundente, bostezo, mejor vámonos a una cantina, dice alguien, notas mentales acerca de traerse el Game Boy la próxima vez, nostalgia de casa, de tu mujer y tu gato, tu colonia chilanga llena de narcos y taiboleras argentinas, recuerdos amables de la infancia, tú sentado frente a la máquina de escribir, o en la adolescencia, escribiendo macarrónicos poemas que a nadie le importan, deseos de volver al pasado y decirle a ese muchacho con la cara llena de acné que mejor se ponga a estudiar para el examen de química, pero eso solo ocurre en Volver al futuro, regreso al hotel, comida que sabe a refrigerador, un filete de pescado de goma, más chismorreo y maledicencia, kiss kis bang bang, y al día siguiente es como estar en Groundhog Day con Bill Murray (Hechizo del tiempo en español), I got you, babe, Sonny y Cher, Bing!, un día idéntico al anterior, Punxsutawney Town, Ned Ryerson, el sentimiento angustiante de que tienes que hacerlo todo bien o te quedarás en ese pueblito para siempre rodeado de tus “colegas” y funcionarios y de que el día anterior se repetirá una y otra y otra y otra vez, así, hasta volverte loco, pero finalmente, aunque no lo haces todo bien, la maldición se rompe y logras regresar a la ciudad de México, aunque con miedo de perder el avión porque el chofer siempre (invariable, inexorablemente) llega tarde a recogerte, o no llega, o hay un bloqueo de maestros en la carretera, el piloto anuncia que sobrevolarán la ciudad de México durante treinta minutos más porque hay demasiado tráfico aéreo, banda de equipaje, tu maleta no aparece porque va rumbo a Durango por error de la aerolínea, despedida de tus “colegas” en el aeropuerto, nos escribimos, nos agregamos al Face, a ver si nos echamos unas cervezas la próxima semana, murmurar entre dientes: ni en tus sueños más pinche húmedos, pago de un taxi carísimo para regresar a casa, embotellamiento en Viaducto Piedad ("desde aquí desde arriba, puente de Viaducto Piedad"), charla con el taxista sobre toda clase de temas truculentos, secuestros, asaltos y asesinatos en su colonia, todos los políticos son iguales, esto no hubiera pasado con López Obrador, aquí nos toco vivir, así, una hora o más…
This is the way the world ends
This is the way the world ends.
P.S.
Según informes fidedignos casi todo lo anterior aplica para congresos de filosofía o de física de partículas.
Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).