No le gustaban los lunes

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Tuve un compañero de escuela, conocido como el “Navalón”, que nos pareció siempre a un paso de enloquecer y presentarse a clases armado con un rifle, con el fin de ajustarle cuentas al mundo entero. Huelga decir que eso no sucedió y que el “Navalón”, pese a ser feo, solitario, sucísimo, antipático, pese a comer pollo frito en clase de español y limpiarse los dedos con los márgenes del libro, nunca se convirtió en un multiasesino escolar.

No puede decirse lo mismo de Choi Seung-Hui, el estudiante sudcoreano de 23 años que despertó de malas el lunes y, ayudado por un par de revólveres, asesinó a 32 personas en la Universidad Tecnológica de Virginia.

Fácil será hacerse lenguas ahora sobre lo sencillo que es para los habitantes de Estados Unidos poseer armas y abrir fuego los unos contra los otros. Mucho menos, comprender los motivos, si los hay, del asesino, aunque ya la prensa se encargará de explicarnos si le gustaban los videojuegos de matanza, el rock estruendoso, el queso de puerco o cualquier otra variable que nos espante lo suficiente como para atribuirle las culpas del caso.

Cabe preguntarse una vez más, ante el reguero inexplicable de sangre, qué es lo que nos distingue finalmente de los Choi Seung-Hui del planeta, qué nos impide o salvaguarda de abrir fuego contra todo aquel que camine cerca, por qué todos acabamos por ser sujetos despreciables pero contenidos, como el “Navalón”, y por qué gracias a ello vivimos.

– Antonio Ortuño

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