No sólo de reformas viven los mexicanos

El discurso de la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Ciencias y Artes en Palacio Nacional
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Señor Presidente de la República Enrique Peña Nieto,

Señor Secretario de Educación Pública Emilio Chuayffet

Distinguidos integrantes del Consejo de Premiación y de los jurados del Premio

Colegas, amigas y amigos

Son poco frecuentes los momentos, como hoy, en que las esferas de la política y del trabajo intelectual se tocan. Como sabemos, en las ocasiones en que ocurre este contacto pueden saltar chispas. Los políticos se sienten incómodos frente a la mirada crítica de los artistas y los académicos. Los intelectuales, por su parte, resienten que demasiadas decisiones que afectan su tarea queden en manos de quienes ejercen el poder político. Quienes tienen funciones gubernamentales se disgustan a veces por las críticas y los reclamos de quienes ejercen la misión de escribir la historia y de juzgar la trascendencia de los actos de los dirigentes. Por su lado, los creadores y los estudiosos temen que el inmenso poder que se acumula en la élite política aplaste su libertad crítica.

Sin embargo, estoy convencido de que debemos esforzarnos por mantener abiertos los canales que comunican el mundo de la investigación y la creación con el del poder y la gestión gubernamental. Sin esos vasos comunicantes, con todo y que a veces producen tensiones, la sociedad y la política correrían el riesgo de estancarse.

Los premios que otorga el Estado a los artistas, científicos y escritores, por los cuales sin duda nos sentimos honrados, son un estímulo para continuar trabajando. Pero me apresuro a agregar: no trabajamos, ni creo que debamos trabajar, para conseguir premios. Ello deformaría nuestra actividad, nos haría perder nuestra independencia y mellaría nuestra creatividad. Los premios no deben ser el motor que mueva a los escritores y a los artistas. El motor debe ser una vocación de servicio que aspire a contribuir al desarrollo de la ciencia y a la apertura de caminos para la creación.

La libertad y la independencia del trabajo intelectual son bienes a los que no podemos renunciar. Son valores que deben guiar también a los políticos, especialmente a quienes no forman parte de las estructuras gubernamentales y que luchan desde la oposición para cambiar el curso de las circunstancias que los rodean. Traigo este tema aquí porque quiero manifestar que es significativo el hecho de que el Presidente de la República haya viajado a Sudáfrica para rendir honores a Nelson Mandela, el gran disidente perseguido que acabó encabezando la transformación de su país. Me gustaría recordar que cuando yo era un joven estudiante lleno de pasiones políticas radicales, junto con muchos otros protestaba incansablemente por denunciar la existencia de presos políticos como Mandela, que en muchos países del mundo, así como en México, habían sido perseguidos y privados de su libertad. No nos hacían mucho caso los políticos de aquella época, y cuando se fijaban en nosotros era con frecuencia para reprimirnos. Yo pertenezco a la generación de 1968, que experimentó las primeras tensiones dramáticas que, con el paso del tiempo –demasiado tiempo –acabarían abriendo paso a la democracia en México.

Los honores que recibió ayer Nelson Mandela son una muestra de cuánto han cambiado el mundo y México desde aquel lejano 1962 en que el líder negro fue encarcelado. Pero no vivimos un mundo idílico. La injusticia, la explotación y la desigualdad siguen siendo un grave problema en nuestro país. Aún es significativo el peso del autoritarismo y la corrupción. La violencia homicida continúa tiñendo de sangre nuestro territorio. No quiero recitar aquí un largo catálogo de quejas por los males que sufrimos, que son bien conocidos por todos. No obstante, no me gustaría dejar de mencionarlos como un recordatorio del largo camino que nos falta por recorrer. Las reformas que en estos días se están discutiendo y aprobando –y que producen inquietudes y rechazo en muchos– han sido impulsadas por pactos cuyos promotores creen que van encaminadas a resolver algunos de los males que nos aquejan. Tengo la impresión de que los impulsos reformistas han quedado cortos en algunos casos, y en otros se han distorsionado. Me temo que habrá que esperar otro período de reformas a las reformas. Pero podemos celebrar que los cambios sean fruto de acuerdos civilizados entre fuerzas de distinto signo ideológico, aunque desgraciadamente quedan por el camino sectores sociales y políticos molestos y agraviados.

Me interesa señalar hoy algo que me parece importante. Diría que no sólo de reformas viven los mexicanos. Con ello quiero dar a entender que, además de las modificaciones a la Constitución y la reglamentación de instituciones, hay otra dimensión que es fundamental para impulsar los cambios. Es una dimensión que muy difícilmente se puede legislar. Me refiero a la cultura, en todas sus manifestaciones y en todos sus aspectos. La cultura es una dimensión que abarca mucho más que las expresiones consideradas de alto nivel y que a veces son premiadas. La cultura, con sus esplendores y sus miserias, permea todos los poros de la sociedad y tiñe los hábitos de ricos y pobres, poderosos y débiles, ganadores y perdedores. Y en este conglomerado de usos y costumbres debe prestarse especial atención a un aspecto medular: el cultivo de una cultura democrática moderna, algo que no se logra solamente con cambios legislativos. Los hábitos culturales se decantan a un paso mucho más lento que los ritmos de la política y siguen caminos imprevistos.

En buena medida, los saltos notables en el desarrollo económico suelen ser apoyados por cambios en los estratos civilizacionales y culturales de la sociedad. Sin estos cambios el diseño de instituciones y empresas puede resultar insuficiente. Y aquí es donde quienes escribimos, hacemos investigación, creamos esculturas, películas o música tenemos algo que decir y que aportar. No quiero decir que sólo con poesía, ensayos lexicográficos o históricos, obras de arte o composiciones musicales, con estudios sobre el cerebro o sobre las propiedades de los fluidos complejos provocaremos un salto en nuestro desarrollo económico. Pero desde estas expresiones intelectuales podemos medir la sensibilidad de las élites políticas ante la cultura. Podemos atisbar la importancia que se le da al gasto dedicado a impulsar las artes y la investigación. Podemos observar si hay fluidez o anquilosamiento en los vínculos entre la política y la cultura.

Desde luego, hay que invertir mucho más en ciencia y educación, no para politizar a la cultura ni para encerrarla en un círculo estrecho de intereses oficiales. Por el contrario, espero que las esferas de la política se empapen de literatura, arte y ciencia, y que abran sus puertas a la imaginación audaz y a la búsqueda arriesgada de nuevas alternativas.

Hoy, a nombre de mis colegas y amigos premiados quiero agradecer profundamente el otorgamiento de este premio que nos alienta a seguir trabajando y nos estimula a seguir buscando nuevos caminos. Aunque es ocasión para reflexionar sobre nuestro pasado como investigadores y creadores, no olvidamos que es importante mirar hacia adelante.

(Imagen)

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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