Enlisto algunos de los temores que me asaltan cuando estoy en casa, asustándome solito: está aquél en el que un extraño entra a mi hogar y me mata, aquél de la llamada telefónica con noticias funestas, aquél del terremoto que me deja atrapado bajo un objeto pesado y aquél en el que transmiten una noticia de último momento sobre un brote violento e incontrolable de zombies. Este último, además del de llevar una existencia monótona y sin vida, es al que regreso con mayor regularidad. Ahora mismo que escribo, sentado en la oficina, imagino que se escuchan golpes en la puerta y, a lo lejos, sirenas de ambulancias y gritos en las calles, así como el murmullo gruñente e inconfundible de una horda de muertos vivientes.
Bien visto, mi temor a los zombies no sólo es bobo sino fruto de una imprecisión provocada por George A. Romero, quien desde su The Night of the Living Dead (que el pasado octubre cumplió 40 años de haberse estrenado) ha presentado al muerto viviente como una máquina autómata regida exclusivamente por el instinto de comer carne (humana) y que, a su vez, funciona como un vehículo efectivo para plantear críticas sociales. The Night of the Living Dead impresionó en 1968 tanto por su violencia como por la visión pesimista que empaquetaba (a saber, que somos irremediablemente racistas y no sólo tememos sino que destruimos lo que es distinto a nosotros). Para The Dawn of the Dead (1978) Romero llevó su atención al consumismo (sobrevivientes refugiados en un centro comercial); con menos éxito, a la paranoia de la guerra en The Day of the Living Dead (1985); en Land of the Dead (2005) presentó una curiosa doble vertiente de pensamiento: por un lado, habló de las ansiedades provocadas a partir del 11 de septiembre y, por otro, de la creciente cantidad de indigentes en Estados Unidos. Stephen King se le adelantó al representar –a través de su novela de zombies Cell, de 2006- los miedos producidos en una sociedad que se ha volcado hacia la tecnología de la comunicación (la información como la peste). Un claro homenaje a Romero, quien usaría el mismo tema en su quinta película del género, Diary of the Dead (2007).
Hace tiempo que el zombie de Romero se ha filtrado a cómics (The Walking Dead, Marvel Zombies…), series de televisión (Lifeless), libros (The Zombie Survival Guide, World War Z: An Oral History of the Zombie War), etcéterea. Pero el zombie auténtico, el que provoca un tipo de horror distinto, ha sido menos visitado. Pero, ay, ya está más que instalado en la realidad.
Hoy en día el ideario colectivo imagina al zombie en torno a epidemias, violencia desenfrenada o amenazas constantes y se concentra en lo que provoca una zona gris de moralidad en la sociedad. Una película de zombies es una película de desastres, una coda de la impresionante pintura de Brueghel, El triunfo de la muerte. Y todas, generalmente, concluyen con el siguiente axioma: los zombies somos nosotros y nosotros somos ellos, “They are us, we are them”, como afirma la única sobreviviente del remake de The Night of the Living Dead (1990, de Tom Savini), un eco del discurso del científico loco que experimenta con zombies en The Day of the Dead de Romero (en esa película, por cierto, hay un homenaje a una de las escenas más escalofriantes producidas por Lovecraft, de uno de los varios cuentos en torno a Herbert West, The Horror from the Shadows, de 1922, otro científico loco obsesionado con reanimar cuerpos).
Imagine ahora la decepción que me produjo ver la tibieza de El Santo contra los Zombies, de Benito Alazraki, realizada siete años antes de The Night of the Living Dead de Romero. Pero imagine también el consecuente aprendizaje. No fue hace mucho que la vi, acaso un par de años. Me sorprendió, primero, que los zombies a los que el Santo sometía con sus tijeras voladoras no eran muertos vivientes, ni eran hordas; eran tres, según recuerdo, y se veían bastante lelos. Hombres desmañanados, más que máquinas de comer cerebros. Pasado el mal sabor de boca (yo quería vísceras, gente angustiada y corriendo) no tardé en comprender que estos zombies en realidad eran una inspiración directa de las víctimas de la magia negra del Haití, país que viene a ser al zombie lo que Transilvania es al vampiro. En suma, el zombie auténtico presenta un terror más tranquilo, más peligroso: la lenta pero irremediable pérdida de la libertad. En su texto sobre un reciente golpe de estado en Haití, titulado Zombi, Pablo Biffi nos recuerda que fue allí el único lugar donde, a la fecha, se ha registrado un caso de deszombificación:
Un informe judicial del 26 de enero de 1980 identifica a Clervius Narcise como el individuo hallado el 18 de enero de ese año, vagando semidesnudo y en estado de shock, a las afueras de su pueblo natal. Sin embargo, el 3 de mayo de 1962 se había certificado su muerte en el hospital Albert Schweitzer, de Gonaives.Gracias a una terapia, Narcise se recuperó parcialmente, lo que no ha ocurrido en casi ningún otro caso de zombificación, y pudo de este modo aportar datos para una investigación posterior. Narcise contó en detalle cómo su alma había sido robada por un bokor (un hechicero especialista en el uso de venenos y en “separar el alma del cuerpo”, según el vudú) y cómo su cuerpo paralizado había sido enterrado vivo[1].
Por otro lado, Rebeka Lembo, en el promanuscrito de su tesis Una introducción al estudio del zombie: de Haití a White Zombie[2], cita un artículo de Inez Wallace (1911-1966), titulado I Walked with a Zombie en el que se describe al zombi del siguiente modo: “algunos dicen que estos misteriosos trabajadores muertos existen sobretodo en las ciudades más pobladas. Uno puede reconocerles porque, excepto por raras ocasiones, nunca hablan, y miran fijamente hacia el frente”. Que, bueno, es otro modo de describir a los oficinistas.
Afuera suenan las ambulancias, los camiones, tocan a la puerta (traen papeles, documentos) y escucho el tecleo constante de mis compañeros de trabajo. La tarde avanza, el sol cae. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? Aquí mero.
– Guillermo Núñez Jáuregui
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[1]Cfr. Biffi, Pablo, “Zombi”, en Granta 2, Hotel América, Emecé, Barcelona, 2004.
[2]Leo en imdb.com que esta película de Victor Halperin, de 1932, es también una especie de muerto resurrecto: estuvo perdida casi treinta años, hasta que se redescubrió en 1960. Rob Zombie, el director y músico, nombró su primera banda de heavy metal a partir de ella.
(ciudad de México, 1982) es filósofo, escritor y jefe de redacción de la revista La Tempestad