A Paz le interesaron las drogas como problema literario y cultural y escribiรณ sobre el tema lo suficiente para llenar un libro. Lo hizo en parte รฉl mismo, pues en Excursiones/incursiones agrupรณ algunos: “Conocimiento, drogas, inspiraciรณn” (de 1960), pero hay otras pรกginas que podrรญan complementarlo, como la recapitulaciรณn de 1991 que figura en el prรณlogo a ese mismo volumen.
El asunto se carga de relieve hoy. Por un lado, el diseรฑo y consumo de drogas obliga a reconsiderar el problema desde el punto de vista cultural, sanitario, legal y polรญtico. Por otro, es cada vez mรกs impostergable tomar desde el poder decisiones sobre criminalizar y despenalizar. En ambos casos las ideas de Paz aportan inteligencia al respecto (si bien estรก lejos de “proponer un remedio”). Un estudio cabal de sus ideas exigirรญa, desde luego, un ensayo extenso y ambicioso: sรณlo gloso aquรญ una guรญa.
En 1960, Paz pensaba que el apogeo del lรกudano, el opio, el hachรญs y “dos drogas mexicanas” –el peyote y los hongos– servรญan como agentes supletorios, como una salida mรกs ante el sacrificio de lo sagrado que cometiรณ la razรณn moderna. La cuestiรณn era eminentemente cultural y Paz la cruzaba con la prรกctica arcaica de las drogas religiosas y sus supervivencias entre algunos poetas modernos que las ensayaron, si bien “no intentaron extraer una estรฉtica y una filosofรญa de su experiencia”.
En 1991, es decir lustros antes de arribar al campo de batalla en que estamos ahora, reconocรญa los riesgos de tocar el tema. En 1960 no era peligroso, mientras que en 1991 “es imposible tratarlo sin exponerse a serios equรญvocos” pues colinda con el doble entrevero de la delincuencia internacional y la salud pรบblica. Si por un lado estรก el negocio “controlado por bandas sin escrรบpulos”, por el otro “los resultados morales y sociales del uso de esas substancias es aterrador: millones de seres humanos, principalmente jรณvenes, han sido esclavizados por un hรกbito que los destruye fรญsica y moralmente”.
Paz se halla obviamente al tanto de las contradicciones. Piensa que los alucinรณgenos “sagrados” fomentan la introspecciรณn: “el alcohol nos empuja hacia afuera, los alucinรณgenos nos retraen” y cree que Huxley acierta cuando dice que “no son mรกs sino menos peligrosas que el alcohol”, pero
las autoridades las prohรญben no tanto en nombre de la salud pรบblica como de la moral social. Son un desafรญo a las ideas de actividad, utilidad, progreso, trabajo y demรกs nociones que justifican nuestro diario ir y venir […] la autoridad no obra como si reprimiese una prรกctica reprobable o un delito sino una disidencia.
Paz ha narrado que รฉl consumiรณ bhang, una bebida emparentada con el soma, “droga de uso comรบn en la India moderna”, propicia a las visiones, “alimento de videntes y poetas”. Supongo –aunque desde luego no me consta– que de muchacho habrรก fumado mariguana con sus camaradas y, en alguna carta juvenil a Garro, comenta sentirse tan inquieto que “si esto sigue asรญ tomarรฉ opio”: no sรฉ si es retรณrica o propรณsito, pero en todo caso es menester recordar que opiatos y cocaรญna fueron productos farmacรฉuticos. ¿Y habrรก comulgado hongos con Gordon-Wasson, y mezcalina con Henri Michaux? Su introducciรณn a Misรฉrable miracle, –en el volumen anotado arriba– y de un fragmento de la cual encontrรฉ un link en inglรฉs es intrigante…
En todo caso, si bien reconoce que acudir a los alucinรณgenos “es una manifestaciรณn de nuestro amor por el infinito” (como propone Baudelaire), son una “dolencia social” peor que el alcohol, escribe Paz, pero le parece obvio que no hay medidas represivas capaces de erradicar su producciรณn y consumo. Le preocupaba que, por espรญritu de grupo y de imitaciรณn, los jรณvenes ignorasen el peligro implรญcito. Mรกs allรก de las muchas circunstancias que explicarรญan su consumo, le parece que predomina “el desamparo espiritual, muchas veces tambiรฉn material, a que nos condena la sociedad contemporรกnea” y que, por tanto, es menester discutir el imperativo de reformar los “fundamentos sociales y espirituales” de esa sociedad.
Luego de seรฑalar, irรณnicamente, esa “modesta premisa”, regresa al individuo. ¿Cรณmo llamar a la necesidad de drogarse? “Tiene muchos nombres”, se responde: es “una sed de reposo y de olvido”, de felicidad y bienestar, de rebasar la mezquindad de nuestras vidas, “de salir de nosotros mismos para encontrar ¿quรฉ?”. Aquello que antes aportaba el sentido de la comunidad, el consuelo religioso, la fiesta.
Pero esos rituales que propiciaban formas de felicidad se han desintegrado. “El amor, la contemplaciรณn, las artes, la poesรญa, la meditaciรณn filosรณfica, la comuniรณn religiosa” otorgan aรบn, si se posee algo de “gracia”, cierta dicha relativa y fugaz, una cierta “gracia”. Las drogas en cambio “parecen ofrecer un camino corto y fรกcil hacia el รฉxtasis”, sin el requerimiento de cuidar nuestra raciรณn de “gracia”, lo que demanda disciplina y trabajo. Y ese camino corto invariablemente “termina en un precipicio”. En vez de ser un ingrediente de la visiรณn espiritual, como lo fueron en tantos pueblos antiguos, las drogas “se han convertido en un mรฉtodo de autodestrucciรณn”.
No, no es optimista Paz. Y eso que hablaba sรณlo de alucinรณgenos, digamos, naturales. Hoy que los cantos del chamรกn y los rituales del druida han sido substituidos por la fritanga del laboratorio y las rรกfagas de la metralleta, el paraรญso estรก cada vez mรกs lejos, pero cada vez mรกs a la mano…
(Adenda: ¿Alguien ha leรญdo el Ciclo Melrose del novelista inglรฉs Edward St Aubyn? A mรญ me han gustado mucho. Creo que es la tercera de las –hasta ahora– cinco novelas, Bad News, la que narra formidablemente su descenso a la heroรญna. No es agradable.)
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.