El pájaro azul cantaba en su jaula de plata.
Doña Zeledonia solemnemente prohibió a los niños, niño y niña, que se acercaran al animal cautivo; se oyeron amenazas. Pero el niño, el mayor de los dos, que era muy resuelto, escuchaba atribulado los cantos melodiosos, tristísimos, del prisionero, y alentaba en su ánimo el propósito de liberarlo.
Empleó el niño toda su elocuencia en persuadir a su dulce hermana, que era bella, pero tímida, de que le prestara su ayuda en la hazaña, y urdieron los hermanos un plan para la fuga del pájaro azul.
No era empresa sencilla: doña Zeledonia sometía al animal a muy estrecha vigilancia, y entre los niños y el ave se alzaban esmerados dispositivos de seguridad. Pero ¿qué pueden rejas, candados y guardianes frente al canto desesperado del animal cautivo que de día y de noche llamaba a los niños? La jaula de plata del pájaro pendía del techo de un cuarto desnudo cerrado a cuatro llaves. Fueron los niños tan constantes como astutos, y por fin una noche ese Mozart de las escapatorias y su dulce hermana tuvieron todo dispuesto para la liberación del pájaro azul. Y cautelosamente avanzaron en la oscuridad, cumplieron con el ritual de cerciorarse de que doña Zeledonia, peluca y lentes sobre la silla, cuerpo enorme bajo el edredón, labios entreabiertos, almohada babeada, roncaba apaciblemente y profanaron el cuarto desnudo que guardaba al ave prisionera. La luz de la luna hería la jaula de plata; el pájaro pareció gritar de alegría al ver entrar a los niños.
–Debí habérselos dicho, debí decirles –profería entre sollozos a la mañana siguiente doña Zeledonia. Los cuerpos destrozados de los niños yacían en el suelo. El pájaro azul había vuelto a su jaula y su canto melodioso y más triste que nunca volvía a oírse.
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Este boceto de cuento se basa en el sencillo hecho de que la jaula del tigre está hecha para que el tigre no pueda escapar, pero también para que nadie cometa la imprudencia de meterse a la jaula a tratar de fraternizar con él. El desenlace de la historia se dirige a esta segunda condición excluyente del artefacto. Doña Zeledonia olvidó o no quiso revelar a los niños la ferocidad del animal.
Por supuesto que esta versión juega un poco con El pájaro azul de Maeterlinck y parece por tanto investirse de cierto sentido alegórico. Más rico, pero más complicado, habría sido montar el cuento sobre una princesa enjaulada y un héroe enamorado que, para su desgracia, se resuelve a liberarla. Las princesitas asesinas, sobre todo si son envenenadoras, luego de violencia hipócrita, son interesantes. Ahora que el cuento debería aparentar un candor dulce que recuerde aquello de “aquel caracol que va por el sol, en cada ramita llevaba una flor, que viva la vida, que viva el amor, que viva la gala de aquel caracol”, luego bruscamente la atrocidad del final, es decir, la princesita le aplasta al héroe la cabeza con una piedra.
Si se pudiera dotar al pájaro carnívoro (o a la princesita delincuente) de una cierta ingenuidad, sería mejor que mejor. La personalidad de doña Zeledonia, diluida y vaga, está bien como está: buena parte de la desgracia se funda en su, más que extraña, sospechosa imprevisión.
Dado el planteamiento podemos fácilmente urdir otros finales.
Los niños devoran al pájaro en salsa de chile pasilla. Explicaría inesperadamente la prohibición de doña Zeledonia tomando el pájaro en calidad de manjar delicioso y a los niños como gourmets exigentes.
Liberado el animal por los niños, el ave crece y se hace enorme, los niños remontan el vuelo en sus lomos y se pierden para siempre.
Los niños quedan encerrados en la jaula y cantan, el pájaro revolotea silencioso alrededor de ella.
Todas las conclusiones tipo príncipe-sapo: el pájaro, al salir de la jaula, se transforma en un dragón o una princesa de cabellos rojos o un anciano de doscientos años que maldice a sus libertadores y después muere. Una variante: el pájaro se transfigura en doña Zeledonia, y ella se degrada a gusano de colores.
Un desenlace inverosímil: sale el pájaro y sobreviene el fin del mundo. En ese caso ¿quién era doña Zeledonia y de qué estábamos hablando?
Y etcétera, hay mil y una posibilidades. Un cuento, como un tema de música, es muchos cuentos posibles. Dicen que cuando Chopin hacía un hallazgo musical, un asunto, una melodía, alguna idea, se ponía expansivo, alegre, sonriente, feliz. Ese dichoso momento era preludio de los días sombríos de malhumor, irritación, silencio, en que el maestro se ponía imposible. Era este el periodo en que Chopin luchaba por darle a su descubrimiento el más cumplido desarrollo, la forma óptima, la presentación definitiva, en suma, el periodo en que el artista elegía una entre las incontables variantes posibles para su composición.
De hecho, sin embargo, la tortura chopinesca no suele aplicarse al escritor: las posibilidades del relato no se despliegan ante él, la narración se presenta ya hecha, ya terminada, una sola posibilidad. Este hecho constituye una prueba más de que el arte se hace con imaginerías bruscas y completas, y no pensando. Se puede hacer pensando, pero queda redicho, amanerado, sin frescura, falso, en suma, mal hecho.
En su jaula de plata canta el pájaro azul. ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.