Francisco Hernando suscita envidia en su propio país, donde el éxito es pecado. Peor aún si se trata de un constructor, que además ha logrado sobrevivir a la crisis mientras sus competidores se están hundiendo. “Prefiero que sientan envidia que lástima”, contesta. A sus 64 años, Paco el Pocero, como se le conoce, rezuma energía cuando desmiente los rumores que anuncian su ruina inminente. Está negociando contratos importantes en el extranjero y asegura que no tiene intención de abandonar la construcción de su gigantesco proyecto inmobiliario en el pueblo manchego de Seseña. “He podido ejecutar el 95% de la primera fase, más de 5.000 pisos, todos vendidos. Los otros 8.000 pisos están excavados y cimentados. La segunda fase la emprenderé cuando se estabilice la situación económica. Y si no puedo yo, mis hijos tienen el encargo de terminar el Residencial Francisco Hernando. Es la obra de mi vida, y nadie renuncia a la obra de su vida”.
Levantar una ciudad en medio de un secarral… Esa era la obsesión del constructor desde que compró, en 2003, cerca de doscientas hectáreas de tierras áridas al sur de Madrid. Al final de su vida, dueño de una fortuna colosal, Hernando quiso darse una alegría con un proyecto personal. Había edificado más de cien mil pisos, urbanizaciones de chalés y parques industriales. “Necesitaba un nuevo desafío. Decidí construir una ciudad para cincuenta mil habitantes que llevaría mi nombre. Yo sabía que era una locura, pero me gustan las locuras”.
Llegó la recesión, miles de grúas se detuvieron en todos los rincones de España, pero Paco no perdió la calma. Su “experiencia vital”, como dice él, le ha permitido afrontar la situación. Antes de ser constructor y rico, Hernando fue pocero, como su padre. Un trabajo muy peligroso y mal visto socialmente. Bajaba a las alcantarillas para desatascarlas. Hoy tiene una fortuna valuada en 800 millones de euros, un avión Global Express XRS –“el mismo que Bill Gates, pero un modelo más reciente”, subraya su asistente–, y el yate más grande y lujoso de España. “Es mi segunda residencia, no tengo otra”, dice él. Ahí agasaja a sus amigos, entre los cuales figuran algunos políticos, conservadores y socialistas.
Hernando me recibe en sus amplias oficinas, pasado el cementerio de Seseña, en medio de un inmenso pedregal salpicado por unos cuantos olivos raquíticos. “Coto de caza”, anuncian unos cartelitos. Los aficionados vienen aquí en busca de liebres. A lo lejos se perfilan las obras de la mayor urbanización realizada por un promotor privado en Europa. Cuarenta y cuatro edificios, con siete o diez plantas cada uno. Una inversión de 1.500 millones de euros.
“Tú no eres comunista, espero”. Una entrada en materia desconcertante. Yo creía que la Guerra Civil y la dictadura franquista estaban sepultadas desde hacía décadas. Pero parece que no del todo. Es cierto que, desde su llegada al poder en 2004, el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero ha resucitado viejos fantasmas con su decisión de revivir la “memoria histórica” y alentar la búsqueda de los restos de las víctimas del bando republicano, enterradas en fosas comunes en los años treinta. Después de unos segundos, Hernando suelta una carcajada. Su pregunta sólo expresaba su obsesión con el alcalde comunista de Seseña. “Me hace la vida imposible”, asegura.
“Fueron ellos, los de Izquierda Unida, los que aprobaron el Residencial. Al principio el alcalde fue muy diligente, y yo se lo agradezco. ¿Qué buscaban? No lo sé. No tengo explicación. Esa es la clase política de este país. Él, como alcalde, no toma decisiones. Me lo dijo él. Las toma su partido. Todo lo referido al Residencial Francisco Hernando, incluso lo positivo, lo consultó con el partido. Ellos querían el 10% del terreno para construir 1.300 viviendas de protección oficial antes de que yo terminara mi Residencial. Eso era para su propaganda electoral. Ellos mismos dicen que Seseña es ‘la pequeña Cuba’. Lo tienen a gala, como si fuera un feudo. Yo me negué. Y llegaron las represalias. El alcalde retrasó las licencias de primera ocupación para los pisos terminados y, ahora, no quiere asumir la responsabilidad financiera de los servicios públicos que los vecinos pagan con sus impuestos municipales”.
El alcalde comunista, Manuel Fuentes, me había recibido el día anterior. En su juventud, este cincuentón entrecano fue soldador. Hace décadas, cambió el mono de obrero por el traje y la corbata del político profesional. “Le doy treinta minutos, porque estoy muy ocupado”. Salta a la primera pregunta. “¿A usted lo manda el Pocero?” Le contesto que aún no he hablado con Francisco Hernando. Insiste: “¿Estoy ahora frente a un enviado del Pocero? Porque ese es el tipo de pregunta que él hace”.
Manuel Fuentes es un hombre irascible, siempre a la defensiva. Acepta que facilitó los trámites para los permisos de construir, pero quiere dar su versión del enfrentamiento con Francisco Hernando. “El promotor aceleró la construcción de las viviendas, al punto que iba más rápido que las obras de urbanización (alcantarillado, carreteras de acceso, luz pública). Eso era para presionarnos para que le diéramos las licencias más rápido. ¿Esto no se llama chantaje?” La población de Seseña ha pasado de 9.000 habitantes a 17.000 en los últimos cuatro años y, cuando esté terminada la nueva urbanización, habrá 40.000 personas más. “Quizás, el promotor sospechó que venía la crisis. Y yo sospecho que se quiere largar y dejarnos los gastos de mantenimiento. Esto puede provocar la quiebra del ayuntamiento”.
Parece un remake de El pequeño mundo de Don Camilo, con Manuel Fuentes en el papel de Peppone. Paco el Pocero no tiene mucho en común con el cura don Camilo, que interpretó en el cine Fernandel, pero tiene amistades poderosas en la Iglesia. En Seseña, el promotor y el alcalde no han estado siempre enfrentados. “Cuando el Pocero hizo un primer proyecto de 800 chalés adosados, no hubo ningún problema”, recuerda el alcalde. Todo cambió cuando la dirección de Izquierda Unida decidió hacer de Seseña su plataforma política para las elecciones municipales, en 2007, y para las nacionales, al año siguiente. En sus mítines en la pequeña ciudad, los candidatos denunciaron la “especulación inmobiliaria” y a “los magos del ladrillo”. Incluso, la revista de la sección comunista de Seseña acusó directamente a Francisco Hernando de haber “comprado voluntades” y de haberse aprovechado de “un pequeño grupo de políticos de principios débiles y moldeables”.
El Pocero monta entonces en cólera y presenta ante los tribunales una serie de demandas por difamación. Empieza la guerra. La prensa no le tiene simpatía y da una cobertura amplia a las acusaciones contra él. Manuel Fuentes gana la alcaldía, pero su partido registra unos resultados catastróficos a escala nacional: logra a duras penas colocar a dos diputados en las Cortes, donde había tenido 21 escaños diez años antes.
Por esas fechas, los viajeros que salían de Madrid rumbo a Andalucía observaban con asombro ese ejército de grúas que se movían en un baile incesante a la derecha de la Autovía A-4. “Tenía más de cien grúas en la obra, todas francesas, de la marca Potain, las mejores en el mercado”, alardea Francisco Hernando. Los edificios iban subiendo a un ritmo endemoniado. Una ciudad estaba surgiendo en pleno desierto de Castilla, en el mismo lugar donde Cervantes situó las aventuras del Caballero de la Triste Figura.
A finales de los años noventa, España comenzó a vivir una expansión económica sin precedentes. El “ladrillo”, por encima del turismo, era el motor de esa nueva prosperidad. Coches de lujo, segunda residencia, viajes por todo el mundo… El consumismo se disparó como en ningún otro país. Los españoles vivían en la gloria y gastaban a manos llenas, sin preocuparse por el futuro. “A vivir, que son dos días”. Todos querían olvidar que el paro había llegado al 20% pocos años antes y que millones de “mileuristas”, jóvenes y no tan jóvenes, además de los jubilados, seguían pasando apuros.
Las inmobiliarias abrieron oficinas en cada esquina para satisfacer el pujante mercado nacional y extranjero de segundas residencias. Todo se vendía, y los constructores se anticipaban a la demanda. Las urbanizaciones con campos de golf brotaron como hongos en Andalucía, cuyo clima es una bendición para los europeos del norte. Hubo que buscar agua a grandes profundidades o transportarla desde lejos para que surgieran manchas verdes en medio de los eriales. Para producir la energía necesaria, las lomas se cubrieron de torres eólicas, y las hondonadas, de paneles solares.
A falta de espacio libre en las costas, donde las anteriores generaciones de constructores se habían encargado de hacer estragos, los promotores edificaron nuevos pueblos en el interior, a pocos kilómetros del Mediterráneo. Hoy, todo está parado. La mala hierba ha invadido las urbanizaciones que los jubilados británicos ya no pueden pagar a raíz de la fuerte depreciación de la libra.
Sólo Madrid parece resistir todavía los efectos devastadores de la recesión. La capital se ha convertido en una gran ciudad europea, donde arquitectos de todas las nacionalidades compiten por realizar proyectos audaces, como la nueva terminal del aeropuerto de Barajas o las cuatro torres del Paseo de la Castellana –la del británico Norman Foster culmina a 250 metros de altura–, que serán inauguradas este año. Sembrada de obras, como siempre, Madrid extiende sus tentáculos en todas las direcciones, especialmente hacia el sur, donde las viejas barriadas del cinturón obrero han sido sustituidas por nuevas urbanizaciones y las tres autopistas de circunvalación que envuelven la capital. Es aquí donde Paco el Pocero pasó los primeros veinte años de su vida, en una chabola sin agua, donde toda la familia, los padres y los cuatro hijos, se hacinaba en una sola habitación. Su padre nunca conoció otra cosa y murió en esa casucha. En 1954, con nueve años, Paco creó su primera “empresa” en ese barrio de Vallecas: vendedor de agua. Llenaba sus bidones en una fuente pública y entregaba el agua a domicilio. “Me fabriqué un carro artesanal. Me compré un burro, un animal escuálido y muerto de hambre, para que me tirase el carro. ¡Aquel burro fue mi primer empleado!”.
No queda nada de esa época. Hoy, la carretera de Andalucía atraviesa barrios modernos y zonas industriales.
Sorprende ver de repente una residencia de la tercera edad al lado de un puticlub. Varias camionetas están estacionadas en la entrada del Playboy Club, decorado con neones rosados y violetas. Mucho más adelante, un atrevido ha puesto el nombre de Dulcinea a su negocio. Una hilera de bragas se seca en los balcones que dan a la autopista. Y uno se imagina a don Quijote gritándole a su fiel escudero: “Sancho: ves allí, oh amigo, [una] fortaleza donde debe de estar [alguna] princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído”. Hoy, la “princesa” sería brasileña, rumana o nigeriana.
La A-4 entra en la provincia de Toledo. Aquí empieza Castilla-La Mancha. Un gran cartel anuncia la nueva Seseña de Paco el Pocero: “Residencial Francisco Hernando. La vivienda que sí puedes comprar”. La primera impresión es aterradora. Situada a cuatro kilómetros del casco antiguo, la nueva ciudad está encerrada entre dos autopistas, una línea de AVE en construcción, una línea de alta tensión, una pequeña zona industrial y un gigantesco estacionamiento de 18.000 plazas de la empresa Metratir, que almacena vehículos nuevos antes de la entrega a los concesionarios. Y, para completar el panorama, una inmensa mancha negra: uno de los mayores cementerios de neumáticos de Europa.
Juan vive a unos cientos de metros de ahí, en uno de los inmuebles del Pocero, como él dice. Cuando se mudó, hace un año, se implicó en una asociación que exige el traslado del depósito de la sociedad Disfilt. “Hemos denunciado la apatía de las autoridades municipales”, explica, mientras pasea a su perro. “Aquí, hay entre uno y dos millones de neumáticos. En caso de incendio, ¡será el Apocalipsis!” Cuando pregunto al alcalde de Seseña sobre el tema, me asegura que un tribunal ha ordenado el cierre del cementerio, pero la empresa ha recurrido el fallo.
A pesar del entorno atroz, en esa estepa árida donde sopla un viento gélido en invierno y las temperaturas suben a 40 grados en verano, los vecinos están orgullosos de su urbanización. Hay que reconocer que la percepción cambia totalmente una vez dentro. Avenidas anchas con árboles recién plantados, grandes fuentes en los cruces de las principales calles, un parque con lago artificial y barcas de remos, una piscina de buenas proporciones y juegos para niños en cada edificio y un verdadero estadio de fútbol con sus gradas cubiertas y pistas de atletismo. Eso sí, hay muy poco movimiento. Ya no es la ciudad fantasma que fue objeto de tantos reportajes en las televisiones europeas para ilustrar la crisis inmobiliaria española. Sin embargo, más de la mitad de los 5.000 pisos terminados siguen desocupados, porque el ayuntamiento no ha traído el agua a algunos edificios o porque muchos dueños habían comprado para revender con plusvalía y, con la crisis, no encuentran compradores.
El Pocero está tan satisfecho de su obra que ha mandado instalar una gran escultura de sus padres, tiernamente abrazados, en el centro de una las principales rotondas. El parque lleva el nombre de su mujer, María Audena. Le felicito por haber dedicado las calles a pintores y músicos. “Los nombres los ha puesto el alcalde, porque ha querido”, me corrige, disgustado. “Yo quería haber puesto una calle mía, la avenida principal, que para eso es mi dinero y mi obra. Y luego habría puesto los nombres de mis hijos y mis nietos. Había calles para todos. Pero él se me adelantó. Incluso me quiso quitar el nombre del Residencial, ahí en la entrada”.
José María vive en el 12 de la calle Joan Miró. “Aquí es un lugar magnífico para vivir, es la ciudad en el campo. Yo he pagado 200.000 euros por 120 metros cuadrados, con terraza y garaje. Nada que ver con la periferia de Madrid, donde he vivido cuarenta años. Tenemos edificios de buena calidad, construidos con los mejores materiales”. Acaricia el muro de la entrada: “¡Es mármol verde de Brasil!”. Juan no comparte el entusiasmo de su amigo, pero no volvería a vivir en Madrid bajo ninguna circunstancia. “El problema son los remates”, se queja. “Hay filtraciones de agua, algunas importantes, y el Pocero no arregla nada. Tuvimos una reunión con él esta mañana. Lo único que le interesa es su conflicto con el alcalde y él quiere que tomemos partido. Es un tipo muy autoritario y le tenemos miedo porque llega con sus escoltas. Nadie se atreve a llevarle la contraria”.
El constructor y el alcalde se enfrentan también por el tamaño del terreno que será cedido al arzobispado de Toledo para construir una iglesia. El Pocero quiere regalar 17.000 metros cuadrados a su amigo el cardenal Antonio Cañizares. El ayuntamiento no está dispuesto a ceder más de 3.000 metros. En los últimos tres años, el tema ha sido debatido en las reuniones del consistorio, en términos a veces muy virulentos. Es Don Camilo en estado puro. Los socialistas y los conservadores se han pronunciado a favor de la propuesta más generosa para la Iglesia, lo que ha provocado la indignación de los comunistas. “Por las dimensiones se podría edificar una catedral y un seminario”, ha protestado el grupo municipal de Izquierda Unida. “No tenemos inconveniente alguno en colaborar con la Iglesia proporcionando suelo público, aun entendiendo que pertenecemos a un Estado aconfesional según la Constitución y que según las últimas encuestas sobre religiosidad, el número de españoles que se muestran indiferentes rozaba el 39%, cerca del 70% si sumamos los no practicantes y los ateos”.
Francisco Hernando se incluye entre los no practicantes. Matiza, sin embargo: “Soy un buen creyente”. Sus primeros terrenos en Seseña los compró a un amigo jesuita, el padre Cesáreo. Y se ufana de su amistad con el cardenal Cañizares, a quien el Papa nombró en diciembre pasado Prefecto de la Congregación para el Culto Divino. Cuando entro en su despacho, el constructor está informándose sobre la salud del cardenal, que ha sido ingresado por una tromboflebitis en la Clínica Gemelli de Roma. “Para mí es como un hermano”, dice después de colgar. Y luego, da instrucciones a su secretaria para prepararle un regalo, que él mismo se encargará de llevarle a Roma en su avión. “Cristina, llama al del jamón, que te deshuesen una pierna y la corten en paquetes de 150 gramos. Y encarga también un kilo de caviar. Y ponme con Vázquez, el de la frutería”. La secretaria le pasa al frutero. “Félix, oye, para el jueves me preparas una cesta de frutas, empaquetada para llevar de viaje. ¿Cómo que de qué? ¡Una cesta, con lo más exquisito que tengas! Pero de verdad, ¿eh? Que tú eres muy ladrón, hijoputa”. Cuelga.
“Usted me disculpa, pero soy malhablado. Soy de Vallecas. Le voy a pedir una cosa: escriba todo lo que le digo. A partir de ahora nos hablamos de tú”. Al día siguiente, recibiré una llamada de su asistente, Alfredo Urdaci, ex Director de Informativos de Televisión Española. “Lo del caviar era una broma. A Hernando no le gusta el caviar. Le gusta mucho el jamón, que regala de forma habitual, y el marisco. Y la fruta.”
El promotor no habla de gustos gastronómicos en su libro La pasión de construir. Biografía de un hombre que si no trabaja se muere, pero sí del hambre que pasó durante su niñez y de su admiración por Napoleón. Sencillez y megalomanía se mezclan en la figura del Pocero, que insiste en desmarcarse de “los especuladores inmobiliarios” enriquecidos con el “pelotazo”. Él construye, y no se aprovecha del trabajo de los demás. Y se jacta de que nunca ha “comprado” a ningún político para obtener permisos.
Aquí surge una duda. ¿Qué pasó con el ex alcalde socialista de Seseña, el taxista José Luis Martín, que recalificó las tierras agrícolas compradas por Hernando para construir su urbanización? La justicia le exige explicaciones sobre el origen de unos 700.000 euros que han aterrizado en su cuenta bancaria en las mismas fechas. El taxista ha presentado cinco cupones ganadores de la lotería para justificar 144.000 euros. Faltan aún más de medio millón, ha contestado el juez. El tráfico de billetes premiados es algo muy común en el mundillo del blanqueo de dinero, como se ha visto en el caso de corrupción del ayuntamiento de Marbella, donde el principal acusado, Juan Antonio Roca, no ha dudado en afirmar, para respaldar sus ganancias multimillonarias, que le había tocado ochenta veces la lotería.
Lo cierto es que la fiscalía anticorrupción no está investigando al Pocero por el enriquecimiento del ex alcalde. “Además”, señala su asistente, “no hay que olvidar que el alcalde comunista, Manuel Fuentes, que sucedió en el cargo al socialista Martín, no cuestionó el proyecto de urbanización al inicio. Incluso, fue él quien dio los permisos de construir”.
Dos fotografías ilustran el prodigioso ascenso social del Pocero. La primera, en blanco y negro, deteriorada por el tiempo, abre su autobiografia. Muestra a una familia de finales de los años cincuenta. Los padres y los cuatro hijos, con ropas y zapatos gastados, posan delante de su chabola. “Mi familia en los años malos”, dice, mirando la foto, que le devuelve la imagen de un adolescente taciturno. Era la misma España que Luis Buñuel había descrito con crudeza en su película Las Hurdes, tierra sin pan, rodada veinticinco años antes. Las condiciones de vida en la periferia de Madrid no eran, es cierto, tan trágicas como en Extremadura, pero en casa de los Hernando, y de muchos otros, no se comía todos los días, se rebuscaba en las basuras, no había agua corriente (“tomé mi primera ducha a los 29 años”, dice), los niños no iban al colegio y los hombres morían jóvenes.
La mayoría de los españoles vivían en la miseria, aislados del resto del mundo desde el final de la Guerra Civil y la instauración, en 1939, de la dictadura franquista. El padre de Paco estaba convencido de que nadie podía escapar de su condición social. “Me decía: has nacido obrero y obrero serás toda tu vida, porque la vida está organizada así. Toda la vida habrá pobres y ricos, y lo que uno tiene que hacer es sentirse orgulloso de su clase. Los ricos no admiten competencias, y menos en esta España de derechas”. Paco se plegó a los designios paternos y comenzó a “limpiar la mierda”. Y lo hizo tanto y tan bien que pronto se convirtió en maestro pocero, con una veintena de empleados a sus órdenes. “Es un mundo increíble el que existe bajo una gran ciudad”, rememora. “Yo he visto ahí abajo cadáveres de personas, fetos, pistolas, navajas, animales podridos y cosas disparatadas.
Pero lo peor eran los olores, que se quedaban pegados a la piel, y los gases infectos. Cuando bajabas a la alcantarilla, si había ratas es que había vida, por eso nunca las matábamos: las ratas eran sagradas. Ahora hay aparatos para detectar las emanaciones peligrosas”.
A diferencia de su padre, Paco no creía en el determinismo social, sobre todo después de haber trabajado como repartidor de una tienda de ultramarinos cerca del Retiro. Tenía apenas doce años y el interior acogedor de las casas burguesas del elegante barrio de Salamanca le había deslumbrado. “A partir de entonces, mi objetivo vital fue sólo uno: pasar del mundo de los pobres al de los ricos, sin renunciar a mis orígenes”. Y en ello se emplearía fondo.
La segunda foto, tomada cincuenta años después, a color, demuestra lo equivocado que estaba su padre. Toda la familia –los hombres con trajes de buen corte, las mujeres con atuendos elegantes– está reunida en el lujoso despacho del constructor más rico de España. Sentado en su mesa, rodeado de sus cuatro hijos y sus nietos, Paco Hernando luce radiante. No queda ni rastro de aquella expresión melancólica de la adolescencia. Hoy es un hombre maduro, de abundante cabello cano y rostro redondo, bien alimentado y vestido siempre de forma impecable.
El mismo hombre, la misma familia, el mismo país. Cuesta creerlo. Es ahí, en ese despacho, donde Paco el Pocero recibe a las visitas. Ni un solo papel sobre su mesa. Hay, eso sí, un ordenador, pero no lo sabe utilizar. Nada de BlackBerry ni de Palm. Escribir no es lo suyo. Aprendió a leer ya entrado en años y no practica mucho, salvo para zambullirse en los libros de ingeniería civil, como esa Historia de los puentes romanos en España que ha dejado sobre la mesa de su salón. En cambio, el teléfono móvil es su instrumento de trabajo. Y sobre todo, necesita estar en la obra, dar órdenes, ver crecer sus edificios a una velocidad vertiginosa: no en vano él es conocido por la rapidez con la que trabaja gracias a la maquinaria más avanzada del mercado.
“Cuando estaba a máximo rendimiento, la obra de Seseña creó 18.000 empleos directos e indirectos. La gente estaba contenta. Yo presumo de que jamás he tenido sindicatos, porque pago el doble que los otros constructores. He tenido carpinteros que han ganado más de 4.000 euros al mes, y obreros a más de 2.000 euros. Ahora ya, desgraciadamente, por la crisis y las trabas del alcalde, he tenido que reducir el personal a menos de 200 empleados, para mantenimiento y remates. En Seseña no había habido nunca paro, y hoy hay mucho. Yo propuse hacer un polígono industrial aprovechando las carreteras radiales, y el alcalde bloqueó el proyecto. Según él, el ayuntamiento está en quiebra. No sé cómo lo gestiona, porque sólo nosotros, con el Residencial, hemos aportado 18 millones de euros, entre permisos de construcción y licencias de ocupación. ¿Qué hace con mis impuestos? Lo que veo es que siete de los 17 concejales están liberados y reciben buenos sueldos, cerca de 3.000 euros al mes, algo absurdo para un pueblo tan pequeño”.
Me despido del Pocero para asistir al pleno municipal, que se celebra el último lunes de cada mes. Junto al castillo fortificado del siglo XIV, que monta guardia a la entrada de Seseña, y la iglesia neoclásica recientemente restaurada, el ayuntamiento es el único edificio que contrasta con el caos urbanístico general. Una placa en la fachada honra “la memoria de todos los hijos de Seseña muertos durante la Guerra Civil. 1936-1939”. Fue aquí donde los tanques soviéticos T-26, los más modernos de la época, hicieron su primera aparición en apoyo de las fuerzas republicanas, que intentaban desalojar a las tropas franquistas. El asalto fue repelido por soldados marroquíes armados con botellas de gasolina, el antecedente del cóctel Molotov.
Son las ocho de la tarde, pero el reloj del ayuntamiento marca las 02:47, como en mis anteriores visitas. “Desde que los comunistas llegaron al poder, el tiempo se ha parado”, ironiza Juan Manuel Medina, uno de los concejales del Partido Popular. Este abogado dejó su minúsculo apartamento madrileño de 40 metros cuadrados y se compró en Seseña, por el mismo precio, un chalé de 180 metros con jardín, donde vive desde hace seis años con su mujer y sus tres niños. “Ha sido una de las mejores decisiones de mi vida”, dice, “aun si tengo que echarme a diario los 35 kilómetros para ir a Madrid”.
El pleno está abierto a todo el mundo. Una cuarentena de vecinos se apretujan en unos bancos de iglesia frente a una gran mesa en U, donde ya se encuentran el alcalde, Manuel Fuentes, y los 16 concejales. Con seis representantes, los conservadores están en la oposición. Al otro lado de la mesa, los siete ediles de Izquierda Unida y sus dos aliados socialistas. Hay también dos independientes. Incluso los conservadores evitan defender públicamente al Pocero. Lo consideran en parte responsable de los problemas financieros de Seseña. “Él tiene una deuda que no quiere pagar hasta que la alcaldía no solucione ciertos asuntos”, asegura Juan Manuel Medina, “pero la actitud nefasta del alcalde no facilita las cosas”.
“¡Mentira!”, replica Paco el Pocero. “Tenemos un pleito con la alcaldía por las obras de canalización del agua. El caso está en los tribunales y aún no ha habido fallo. Y entre tanto, la mitad de los nuevos propietarios no tienen agua y no pueden tomar posesión de los pisos”.
Después de haber tratado algunos problemas locales, como las complicaciones de una línea de alta tensión que atraviesa el Residencial Francisco Hernando, el debate se va por las ramas de la política nacional, con la misma crispación que se respira en Madrid. Los concejales se insultan copiosamente y presentan mociones de apoyo a las iniciativas de sus respectivos partidos en el Congreso. El público se impacienta. Son las once de la noche. Un cincuentón se agita en su asiento. “¡Subnormal!”, le espeta a uno de los ediles socialistas. “¡Sois todos iguales, embusteros, me tenéis hasta el último pelo!”. “¡Benito, cállese y abandone la sala!”, irrumpe el alcalde. “Agentes, tómenle la filiación”. Dos policías municipales, con gesto desganado, escoltan al inoportuno. Otro le seguirá poco después, cuando exige explicaciones sobre la doble facturación que ha recibido por la recogida de basuras en su nuevo piso del Residencial Francisco Hernando.
Un concejal independiente hace una de las pocas contribuciones interesantes de la noche. En respuesta a una proposición “demagógica” de los socialistas de dedicar una calle al “13 de abril de 1979”, en conmemoración de las primeras elecciones municipales de la Transición, Mariano Alamillos sugiere mejor una “Calle del Pleno Empleo”. “Es lo que nos prometió el presidente Zapatero en la campaña electoral”, ironiza, “y miren cómo estamos hoy: un 17% de paro a nivel nacional, y un 20% en la provincia de Toledo, la tasa más elevada de España después de Andalucía (23%) y Canarias (26%)”. El público aplaude ruidosamente.
El paro es hoy la primera preocupación de los españoles, que viven con la angustia de perder su empleo. La crisis financiera internacional ha agravado las debilidades tradicionales de la economía nacional. El exceso de proyectos urbanísticos de la última década, junto al frenazo de compras por parte de los extranjeros, ha generado un enorme stock de viviendas en venta (entre 800.000 y un millón) y el cierre de miles de empresas vinculadas a la construcción. El consumo familiar registra un descenso sustancial y una multitud de pequeños comercios están abocados a la quiebra.
Paco el Pocero comparte la inquietud de sus compatriotas, pero se niega a entrar en pánico. No es su estilo. Cuando vio que las cosas se iban a complicar, negoció con los bancos que le habían financiado y logró endosarles los 2.000 pisos que temía no poder vender. “Los bancos le compraron inmuebles enteros porque sabían que es un buen negocio a medio plazo”, explica un ayudante. “Son apartamentos de calidad en una zona a laque se augura un desarrollo importante en cuanto termine la crisis. Y a Paco eso le permite poner los contadores a cero con los bancos y lanzarse a nuevos proyectos”.
Desde luego no en España, dada la situación. El Pocero se ha puesto a sondear en el extranjero. Durante una distendida comida con un diplomático francés en el conocido restaurante Zalacaín (una estrella Michelin), el promotor explicaba su “secreto” para mantenerse a flote: “A mí ya no me interesan proyectos de menos de 50.000 viviendas. Quiero construir ciudades nuevas y con todas las garantías del Estado”. No están los tiempos como para tomar riesgos. El almuerzo se celebraba el pasado mes de febrero y para entonces Paco el Pocero ya había encontrado una tabla de salvación. No en Francia, donde no hubiera tenido ninguna posibilidad frente a Bouygues y otros grandes constructores. Se fue a buscar mucho más lejos, allí donde nadie hubiera esperado verle desembarcar. En Guinea Ecuatorial. El acuerdo suscrito, en diciembre de 2008, con el presidente Teodoro Obiang incluye la construcción de 38.000 viviendas e importantes infraestructuras. La antigua colonia española, independiente desde 1968, dispone de considerables recursos financieros desde que las multinacionales explotan sus vastos yacimientos petroleros.
En sus oficinas de Seseña, los arquitectos de Francisco Hernando trabajan a marchas forzadas en los proyectos ecuatoguineanos. Las mesas están repletas de planos y documentos. Grandes cajas alargadas se apilan en el suelo, debidamente etiquetadas con los colores guineanos (azul, verde, blanco y rojo): metro de superficie, proyecto urbano, residencial y terreno de golf, complejo ministerial, hotel, polígono industrial… A ello se añaden canalizaciones, plantas de tratamiento de aguas residuales y la mejora de las instalaciones deportivas, en previsión de la Copa de África de Fútbol de 2012, que tendrá en Guinea una de sus sedes. El riesgo financiero es mínimo, ya que el Estado aporta la inversión (mil millones de euros). En cambio, el riesgo político es muy difícil de evaluar en una dictadura donde la familia dirigente se disputa el poder entre bastidores.
La decisión está tomada. Las grúas Potain se han desmontado en Seseña y transportado a Alicante, desde donde serán trasladadas en barco hasta los puertos de Bata y Malabo. La mayoría de los obreros serán reclutados sobre el terreno, pero el constructor ha prometido 6.000 empleos cualificados para los españoles que quieran seguirle hasta el Golfo de Guinea. Duración estimada de las obras: 15 años o más. Mientras España se hunde irremediablemente en la crisis, Paco el Pocero mantiene la cabeza fuera del agua.~
(Tánger, Marruecos, 1950) es periodista. Fue corresponsal de Le Monde en México. Es coautor de ¿Quién mató al obispo? (Ediciones Martínez Roca, 2005).