La tilde española (´) es el mejor ejemplo que conozco de peccata minuta («error, falta o vicio leve», según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia, o DRAE). Esa es por cierto una locución sustantiva coloquial proveniente del latín, como casi toda nuestra lengua, que no se pone en letra bastardilla o cursiva porque se emplea en español desde hace centurias, igual que muchas otras expresiones idiomáticas romanas: consta en redondilla en el DRAE. Pero nuestra tilde diacrítica (o distintiva) me parece un pequeño pecado original. Abordaré aquí este asunto, esa interesantísima nimiedad, desde una perspectiva inusitada.
Hace unas semanas todavía oía yo a alguien lamentar el hecho de que la Real Academia Española (RAE) propusiera como norma hace ya meses suprimir para siempre la tilde diacrítica del adverbio solo, que significa «solamente», usada para diferenciarlo del adjetivo solo, que significa «solitario». La verdad es que la RAE la había sugerido originalmente como una tilde diacrítica optativa, no obligada, para evitar anfibología («doble sentido, vicio de la palabra, cláusula o manera de hablar a que puede darse más de una interpretación»), pero los hablantes o, mejor dicho, los escribientes, se habituaron a emplear esta tilde diferenciadora obligatoriamente en el adverbio para diferenciarlo del adjetivo, y, más que un hábito, se convirtió en un vicio, excesivo como todos los vicios; además, los escribientes cometían con demasiada frecuencia el error de tildar el adjetivo en vez del adverbio por una sencilla razón: porque el adjetivo solo es más tónico que el adverbio solo. Cuando uno dice: «Me siento solo», ese solo tiene más gravedad lingüística o fonética que el solo que suena cuando uno dice: «Solo voy por cigarros», puesto que en el segundo ejemplo pesan más las palabras voy y cigarros. En todo caso, si la sensatez hubiera prevalecido, habría que haber empleado la tilde diacrítica en el adjetivo en lugar de en el adverbio, como comentara hace más de quince años el lingüista José Martínez de Sousa (Diccionario de ortografía de la lengua española, Madrid, Paraninfo, 1995).
La RAE también consideró desde siempre como optativa, para evitar la famosa anfibología, la tilde en los demostrativos esta y este, estas y estos, esas y esos, aquella y aquel, aquellas y aquellos. ¿Por qué? Porque se trata de vocablos graves, como casa o queso, terminados en vocal, que, según las reglas generales de acentuación españolas, no tienen por qué tildarse, porque con tilde o sin ella se pronuncian igual y porque el contexto, el continente de todo texto, esclarece el sentido gramatical de las palabras: la anfibología casi nunca se presenta.
La tilde diacrítica se utiliza para diferenciar usos gramaticales distintos de un mismo vocablo, tales como tu (adjetivo posesivo) y tú (pronombre personal), el (artículo) y él (pronombre personal) o se (pronombre personal) y sé (verbo). Y tiene cierto sentido sin duda en estas partículas monosilábicas tan recurrentes y fáciles de confundir, pero casi no lo tiene en una palabra bisílaba tan sólida como solo.
Nuestra tilde, la tilde española en general, diminuto instrumento para facilitar nuestras lecturas concebido hace siglos por algún ortógrafo desconocido, pequeña lamparita prosódica de nuestra lengua, posee una función didáctica o pedagógica que la mayoría de la gente suele olvidar o aun ignorar del todo.
En español distinguíamos, aunque se pronunciaran exactamente igual, el adjetivo solo del adverbio sólo. Para mí que hay que estar medio ciego para no darse cuenta de que se trata de una misma palabra, que cumple dos funciones gramaticales diversas según el contexto, sí, aunque íntimamente emparentadas, y de que no es necesario diferenciarla en modo alguno. Estar solo significa «estar solamente, sin nadie»; ir solamente por unos cigarros quiere decir «ir solo, o sola, o nada más, rapidito, por cigarros». Solamente deriva tan naturalmente de solo como indistintamente de indistinto. De más está decir que ambos solos proceden de la misma raíz etimológica; se trata de una palabra hermosa (diré que es una de las voces españolas que más amo) que posee dos funciones gramaticales diferentes, pero solo y sólo no son, nunca fueron, dos vocablos distintos sino uno y el mismo, uno solo. La tilde sobre sólo a mí siempre me pareció una basurilla que estropeaba esta bella palabra y hacía pensar que sólo era una palabra que no tenía nada que ver con solo, lo cual es ridículo. Si todo eso no le resulta convincente, piense en otros casos, cómo el de rápido, que también puede funcionar como adverbio y adjetivo, y no por eso tildamos uno y no el otro: voy rapido por unos cigarros.
En resumidas cuentas, solo es solo solo, lo cual significa, indistintamente: «solo es solamente solo», o bien, «solo es solo solamente», que es lo mismo. Algo hay de conmutativo en el asunto, como se ve. Todas las tildes diacríticas resultan prescindibles en última instancia, aunque útiles porque nos simplifican las lecturas, nos las hacen menos abstrusas. Pero acentuar un aún para significar «todavía» y no acentuar otro aun para decir «incluso» es un acto tan infantil, risible y anodino que hasta me extraña que nos empeñemos tanto en él (y en este caso también es demasiado común ver la tilde en el aun cuando no debe ir o no verla cuando debe ir). Desde mi punto de vista, sería mejor que las tildes diacríticas todas desaparecieran, pero eso no ocurrirá pronto debido, probablemente, a que los hispanolectores somos de naturaleza más perezosa que otros.
En el pecado lleva la penitencia
Hace unos tres años, por iniciativa mía, en Letras Libres dejamos de tildar para siempre, aun en las citas (como una forma de actualizarlas), el adverbio solo y los demostrativos esta, estas, aquellas y demás; se trata de una de las mayores satisfacciones, absolutamente pueril por lo demás, de mi carrera como cuidador de textos. Una de las mejores revistas literarias de nuestro país se anticipó por mi causa, por casi dos años, a la Real Academia Española, pioneramente.
No solo yo no extraño en lo más mínimo la tilde diacrítica sobre el adverbio solo; la repudié siempre, no solo desde que leí que Martínez de Sousa la desaconsejaba por superflua sino porque toda tilde es innecesaria en el fondo. Toda tilde es terrible. Toda tilde es un diminuto pecado. Y la tilde sobre solo era por lo menos un pecado solitario.
Las reglas de acentuacion españolas, que nadie sabe quien se saco de la manga, aunque sean una chulada y envidia de otras lenguas, como el italiano, el portugues o el ingles, cuyas palabras uno nunca sabe bien a bien donde se acentuan y cuya prosodia es tan ambigua o inestable, constituyen reglas tan utiles como prescindibles debido a la coherencia que los contextos aportan. Un texto claro no deberia requerir tilde alguna. Nuestra tilde es una mera muletilla que necesitamos, me temo, porque poseemos alguna discapacidad como lectores. ¿Ha leido este parrafo sin tildes? Es perfectamente legible sin ellas. No pasa nada.
La tilde española, esa nimiedad, ha generado en nosotros un apego desmedido, incomprensible e inexplicable, materia incluso de otro artículo, quizá de corte más psicológico que lingüístico. Me gustaría saber quién fue el admirable ocioso que la inventó e impuso, para felicitarlo desde la posteridad, pero a estas alturas resulta poco menos que imposible.
es miembro de la redacción de Letras Libres, crítico gramatical y onironauta frustrado.