Será el cambio climático” o el “calentamiento global” o como queramos llamarlo, pero, ni hablar, eso está ocurriendo. Y nos acaece la nostalgia y recordamos que la Ciudad de México de otros tiempos, de antes de que se pervirtiera en este desastre cotidiano, en esta Esmógico City, tenía inviernos civilizados, suaves, con mañanas frías pero gozables, con un apreciable mínimo de carácter (precisamente) invernal, y con cielos puros, azules, cristalinos, o bien con cielos un tanto turbios y agitados, y con árboles que iban desnudándose de las hojas muertas y las dejaban caer melancólica y balletísticamente en zigzag para ellos quedarse en pie como árboles estilizados, meramente lineales, muy elegantes, de un gris y romántico grabado al acero; y el visitante cultillo del bosque de Chapultepec podía pasearlo enfundado en bufanda y guantes, tarareando “Les feuilles mortes” (letra de Jacques Prèvert, música de Joseph Kosma) y sintiéndose eventual feliz habitante de un nórdico bosque europeo que daba amplias oportunidades de ejercer la ensoñación, el lirismo y la gripe… O “la gripa”, que me dice el Taxista Filósofo para mexicanizar el tema.
Y… ¿qué ha pasado en los ya acabados enero y febrero del 2009, y qué pasa en este aún no acabado marzo?
Ha pasado y pasa que según los calendarios formales y correctos tenemos una temporada invernal sin invierno, con apenas unos días friolentillos y no más. Y es como si nos hubieran defraudado, como si nos estuvieran (¿quiénes?) robando el invierno, aunque fuese el leve inviernito que no hace mucho aún teníamos y que nos permitía poner en la sala un arbolito navideño natural o de plástico, enviar a parientes y amigos tarjetas postales sinceramente cursis e ir a las montañas que coronan la Ciudad de Esmógico a fotografiarnos contra un fondo de nieve escasa y fugaz pero auténtica, para luego presumir, con fotos, con diapositivas, con grabaciones visuales, de haber vacacionado en los Altos Alpes esquiando, haciendo concursantes castillos y palacios de nieve y voceando desde algún peñasco ondulatorios alaridos tiroleses…
Pero no hubo y todavía no hay más que una probadita de inviernito deefeño, y “nuestras” autoridades, metidas en otras broncas dizque más serias, ni siquiera se han ocupado del asunto… Aunque, quién sabe, quizá don Marcelo ya está en trámites con la UNESCO para que declare Patrimonio de la Humanidad el Invierno de Esmógico City en el que muchedumbrosas asambleas de besadores gozaran del placer de entrar en calor, como quien dice, y de paso romperle un récord a la guía Guinness.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.