Que los libros vayan a la gente

A través de distintas iniciativas distintas ciudades buscan promover la lectura. ¿El objetivo? Lograr que, si la gente no va a los libros, los libros vayan a la gente.
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El poder de los vegetales es inmenso. Basta con observar cualquier edificación o calle más o menos abandonada para comprobar que, después de un tiempo en que los seres humanos dejamos de merodear, el pasto y los matorrales brotan aquí y allá. Si se les da el tiempo suficiente, lo cubren todo y, cuando de la obra humana no quedan ni las ruinas, todo es plantas y árboles.

Me ilusiono con esa imagen cuando me entero de algunas iniciativas que, como el pasto, brotan en sitios deusados allá y aquí para difundir los libros y la literatura. Leo, por ejemplo, que en algunas ciudades del mundo —Nueva York, Londres, Palma de Mallorca, entre otras— muchas cabinas telefónicas, convertidas en piezas de museo por la proliferación de los teléfonos móviles, se han reciclado como bibliotecas públicas, donde se promueve el intercambio gratuito de libros. “Coge uno, deja otro”, es la propuesta.

La idea no es exclusiva de las cabinas telefónicas, claro está. Hay ciudades donde se ponen muebles en la calle que funcionan de la misma forma: dejás un libro y te llevás otro. (La foto de al lado y la de abajo las tomé en un paseo por Viena, hace algunos años. “Biblioteca abierta”, dice en el cristal. “Tomar, dar, intercambiar”.) Nadie controla, por supuesto. ¿Qué pasa si alguien se lleva un volumen y no deja ninguno? Pues nada, ya habrá otra persona que done uno sin pedir nada a cambio. Al principio puede ser difícil y sonar utópico, pero se trata, sobre todo, de echar a andar el engranaje. En Berlín, hasta troncos de árboles sirvieron como estanterías para el intercambio de libros.

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Cualquiera podría pensar que iniciativas de esta clase solo tienen lugar en Europa y Estados Unidos. Sin embargo, en Colombia, Nicaragua, Argentina e Israel, por citar algunos casos, se lanzaron proyectos parecidos, con bibliotecas públicas en paradas de autobús. En Palma de Mallorca, por su parte, la asociación Arquitectives, que promovió el hashtag #estoesunabiblio para la creación de bibliotecas comunitarias en “espacios desaprovechados” (como las cabinas de teléfonos), también ha lanzado el plan de “biblioparadas”. En estos momentos está abierto el concurso para la elección del mobiliario que se ha de instalar en las garitas.

Los medios de transporte público son, sin duda, una oportunidad para aprovechar. Para los que andamos siempre con un libro encima, el de los desplazamientos de un sitio a otro no es un tiempo perdido, sino más bien todo lo contrario. Así lo entiende también Victor Miron, un amante de la lectura que vive en Cluj-Napoca, una ciudad del noroeste de Rumania que durante 2015 fue Capital Europea de la Juventud. Miron propuso, como parte de las celebraciones por ese nombramiento, que los pasajeros que fueran leyendo viajaran gratis en el autobús. Y así fue… durante cuatro días de junio. Peor es nada.

“Creo que es mejor promover la lectura premiando a los que leen que criticando a los que no”, afirma Miron, quien fue también el impulsor de otras propuestas para apoyar la lectura. Una de las más populares fue Bookface, que animaba a usar como imagen de perfil de Facebook una foto en la que salieras leyendo un libro. Los que cumplieron con la consigna accedieron a descuentos en librerías, peluquerías y hasta en el dentista. El término bookface, sin embargo, parece haberse impuesto para las fotos en las que la portada de un libro “sustituye” una parte del cuerpo y que luego se suben a Instagram

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Una de las iniciativas más recientes y originales para promover la lectura es la que asumió la ciudad de Grenoble, en los Alpes franceses: la instalación en espacios públicos de “dispensadores de literatura”. Se trata de unas máquinas que regalan historias breves impresas en un papel —parecido a un tique, como se ve en la foto— para que la gente lea mientras espera por algún trámite. La máquina ofrece tres opciones, en función del tiempo de espera estimado: uno, tres o cinco minutos, y proporciona un relato que se pueda leer en ese lapso. Por ahora hay ocho, colocados en el ayuntamiento, la oficina de turismo, bibliotecas y otros centros sociales.

Existen muchísimas otras propuestas para la difusión de la lectura, desde el famoso Bookcrossing hasta las actividades de grupos mexicanos como Libros Vagabundos y Acción Poética, pasando por las ferias de trueque de libros y hasta Tuuu Librería, el proyecto de librerías que regalan sus libros en Madrid y Barcelona. En general, la idea es, como dicen por ahí: “Si la gente no va a los libros, que los libros vayan a la gente”.

Los libros van a la gente a través de cabinas telefónicas, troncos de árboles en la calle, paradas de autobús, dispensadores de literatura y muchas otras formas, pero al fin y al cabo la pregunta es: ¿qué hace la gente con ellos?

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Con bastante frecuencia los medios publican noticias acerca de iniciativas como las descriptas en este artículo. Nunca encontré, en cambio, información sobre el efecto de esas campañas. Ojalá den resultado: ojalá que hayan servido y sirvan para acercar a la lectura a personas que, de otro modo, no lo hubieran hecho.

Hay algunas propuestas diferentes que también tienen, me parece, mucho valor. Por ejemplo, los bancos con forma de libro distribuidos por Estambul. (Algo similar, pero temporal, se hizo en Londres en el verano de 2014.) Esto puede parecer algo apenas simbólico, pero creo que hay un beneficio que va más allá de lo pintoresco.

Hay mucha gente no lectora a la cual los libros le imponen un respeto tan grande que es casi una forma de intimidación. Como si la sensación de querer leer pero no saber por dónde empezar llevara a esas personas, fatalmente, a no empezar por ningún lado. Los expertos recomiendan dar libros a los bebés para que jueguen, los manipulen, los revoleen, se los lleven a la boca y todo lo demás que hacen los bebés con las cosas. La finalidad es que los pequeños se familiaricen con ellos y los sientan como objetos amigos, antes aun de poder conocer su contenido. Se me ocurre que, de alguna forma, algo así pueden experimentar los jóvenes y adultos que tienen demasiado respeto por los libros si se sientan sobre ellos, si los pueden tocar sin miedo, si pueden leer un fragmento de lo que dicen (algunos bancos los incluyen) como si no estuvieran leyendo.

Tal vez peco de ingenuo y en realidad los bancos con forma de libro no sirven para nada de esto. Quién sabe.

Otra posibilidad es salir a decirles a todos los que nos quieran oír que “la lectura nos hace más felices y nos ayuda a afrontar mejor la existencia”, que los lectores estamos “más contentos y satisfechos que lo no lectores”, y que en general somos “menos agresivos y más optimistas”, tal como lo afirma un estudio reciente realizado por científicos de la Universidad de Roma III. Pero no sé si nos van a creer.

 

(Fotos: Arquitectives.com, Short-Edition.com y Pinterest.)

 

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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