Recuento de Octavio Paz

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Poeta y crítico. Nació el 31 de marzo de 1914 en la ciudad de México, donde murió el 19 de abril de 1998, hace cinco años. Su abuelo fue el escritor Ireneo Paz, que tomó las armas contra la Intervención francesa, se sumó a la rebelión de Porfirio Díaz contra la reelección del presidente Sebastián Lerdo de Tejada y acabó publicando un diario influyente y de larga duración: La Patria (1877-1914), cuyas críticas a Porfirio Díaz le valieron una temporada en la cárcel. Su padre, Octavio Paz, como el abuelo, obtuvo el título de abogado y empezó combinando el ejercicio de su profesión con el periodismo, pero abandonó la administración de La Patria para sumarse a la rebelión de Emiliano Zapata, del cual fue representante en los Estados Unidos. El niño y su madre vivieron en Mixcoac con el abuelo y, en 1920, se fueron a Los Ángeles, para acompañar al padre (en el destierro, después del asesinato de Zapata).

Hizo el kindergarten en inglés. Al volver a México, hace la primaria en un colegio francés lasallista (El Zacatito), la termina en el Colegio Williams y pasa a la Escuela Secundaria 3, donde participa en la huelga estudiantil por la autonomía universitaria en 1929. En 1930, funda con José Bosch la Unión de Estudiantes Pro Obreros y Campesinos, que abrió escuelas nocturnas para trabajadores. Ese mismo año entra a la Escuela Nacional Preparatoria (que estaba en el antiguo Colegio de San Ildefonso) y toma los cursos de Antonio Caso, Samuel Ramos, Julio Torri, Carlos Pellicer y José Gorostiza. En los cafés, sus maestros son Xavier Villaurrutia y Jorge Cuesta. De 1932 a 1937, hizo estudios de derecho en la Universidad Nacional, donde muchos años después recibió el doctorado honoris causa (1979), que también le dieron las universidades de Boston (1973), Harvard (1980), Nueva York (1985), Murcia (1989), Texas (1992) y otras instituciones.

En sus años de estudiante quería ser poeta y revolucionario. Sus lecturas, amistades, discusiones, poemas y artículos tratan de reconciliar el ejemplo de sus maestros (rigor, excelencia, universalidad, de las generaciones del Ateneo y los Contemporáneos) con los sueños de sus amigos anarquistas y comunistas. El amor, la revolución y la poesía están ya en sus temas y problemas juveniles. En vez de sacar su título de abogado, se va con unos amigos a fundar una escuela en una zona pobre de Yucatán. Ahí recibe la invitación de Pablo Neruda para el Segundo Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura (Valencia, 1937), a donde viaja con Elena Garro, casados poco antes de partir. A Neruda, como a Jorge Cuesta (que escribió una reseña consagratoria), le había impresionado su segundo libro, Raíz del hombre (1937). La defensa de la República española, la internacional de escritores y artistas que conoce, la intensidad moral con que se vive aquel momento, marcan de manera indeleble sus 23 años de edad.

La experiencia se prolonga en Madrid, Barcelona, París y finalmente en México, porque la llegada de Trotski (1937), la expropiación petrolera (1938) y la invitación a los republicanos derrotados en España (1939) convierten a México en un centro de refugiados y visitantes ilustres, con una vida artística, intelectual y política muy activa, en debate constante. Participa activamente: dirige la revista Taller, a la cual invita a los jóvenes escritores refugiados de España; promueve la antología Laurel, con poetas de todos los países de habla española; escribe artículos polémicos. Cuando los comunistas organizan una campaña contra Trotski (finalmente asesinado en 1940) y luego defienden el pacto de Stalin con Hitler (1939), rompe con ellos y paga las consecuencias. Acaba yéndose del país. Antes de irse, promueve una nueva revista: El Hijo Pródigo.

Estuvo en San Francisco, Nueva York, París y Tokio de 1943 a 1953. Sale de México con una beca Guggenheim para estudiar la poesía del continente americano. Se queda en los Estados Unidos trabajando en lo que puede. En 1945, José Gorostiza lo incorpora al servicio diplomático enviándolo a París, donde conoce a André Breton y colabora activamente con el movimiento surrealista. En 1949, publica Libertad bajo palabra; en 1950, El laberinto de la soledad; en 1951, Águila o sol. En 1951, pasa como encargado de negocios a la embajada en Japón, después de ser enviado brevemente a la India. Vuelve a México como director de organismos internacionales de la Secretaría de Relaciones Exteriores de 1953 a 1958. Promueve un grupo renovador del teatro: Poesía en Voz Alta (1955), estrena La hija de Rapaccini (1956), publica El arco y la lira (1956) y Piedra de sol (1957). Se divorcia de Elena Garro (1957). Sale de nuevo a Francia (1959-1962), la India (1962-1968) y los Estados Unidos (1968-1971).

De 1962 a 1968, vive en la India experiencias fundamentales: personalmente, el encuentro con Marie-José Tramini, su mujer hasta la muerte; poéticamente, la experimentación, intensidad y transparencia de poemas y libros como Blanco, Viento entero, Ladera este; culturalmente, la profundización de su conciencia del Oriente; profesionalmente, su desempeño por primera vez como embajador; políticamente, la ruptura con el presidente Díaz Ordaz por la masacre de Tlaltelolco (1968). Después de la renuncia, vive unos meses en París, da cursos en las universidades de Texas (Austin), Pittsburgh, Cambridge y Harvard (1968-1972). En París, invita a Jacques Roubaud, Edoardo Sanguineti y Charles Tomlinson a escribir el poema colectivo Renga. En Austin, empieza Posdata. En Cambridge, escribe El mono gramático.

En 1971, fundó la revista Plural, patrocinada por Excélsior, que dirigió hasta el golpe del presidente Echeverría contra este periódico (58 números de 1971 a 1976). A raíz del cual, fundó la revista Vuelta, que dirigió hasta su muerte (261 números de 1976 a 1998). De joven, participó en la fundación y dirección de Barandal (siete números, 1931-1932), Cuadernos del Valle de México (dos números, 1933-1934), Taller (doce números, 1938-1941) y El Hijo Pródigo (42 números, 1943-1946).

Fue miembro del Colegio Nacional (1967), la American Academy of Arts and Letters (1972), la Real Academia de Bélgica (1993) y la Academia Mexicana, que lo nombró académico de número el 10 de septiembre de 1981, para la silla XXXI, de la que no tomó posesión, y académico honorario el 26 de agosto de 1997.

En México, recibió los premios Villaurrutia (1956), Nacional de Letras (1977), Ollin Yoliztli (1980), Mazatlán (1985) y Alfonso Reyes (1986). En el extranjero, los de la Maison Internationale de Poèsie (Bruselas, 1963), del Festival de Poesía de Flandes (1972), Jerusalén de Literatura (1977), de la Crítica (Barcelona, 1977), Cervantes (Madrid, 1981), Neustadt (Oklahoma, 1982), de la Asociación de Editores y Libreros Alemanes (Francfort, 1984), Oslo de Poesía (1985), Menéndez Pelayo (Santander, 1987), Medalla Picasso de la Unesco (1988), Tocqueville de la Academia Francesa (1989), Nobel de Literatura de la Academia Sueca (1990) y Príncipe de Asturias (1993), entre muchos otros. Además, recibió condecoraciones de los gobiernos de Francia (1949, 1989 y 1994), España (1986 y 1997), Ecuador (1991), Alemania (1993), Italia (1994) y Cataluña (1996).

El recuento bibliográfico de su obra puede verse en la Bibliografía crítica de Octavio Paz (1931-1996) de Hugo J. Verani (El Colegio Nacional, 1998, 674 páginas). Registra 23 libros de poesía, uno de teatro y 36 de ensayos, reunidos en los quince volúmenes de las obras completas publicadas en Barcelona por el Círculo de Lectores y en México por el Fondo de Cultura Económica (1991-2000). Además de estos sesenta títulos, registra cuarenta ediciones limitadas, veinte antologías de su obra, 98 prólogos, sin contar los quince de las antologías y traducciones hechas por él, 32 grabaciones en discos, cintas y videos, catorce obras musicales basadas en poemas suyos y 234 libros que traducen su obra al francés (41), inglés (cuarenta), alemán (23), portugués (22), holandés (17), italiano (trece), sueco (diez), japonés (ocho), chino (cinco), esloveno (cinco), noruego (cinco), farsi (cuatro), finlandés (cuatro), húngaro (cuatro), polaco (cuatro), checo (tres), coreano (tres); danés (tres), griego (tres), serbocroata (tres), turco (tres), islandés (dos), rumano (dos), albanés (uno), árabe (uno), eslovaco (uno), estonio (uno), hebreo (uno), hindi (uno), malayalam (uno). Las tesis escritas y los libros publicados sobre su obra son cientos; los artículos, miles; las menciones en libros, tesis y artículos publicados, más de cien mil.

No es fácil entender la obra de Octavio Paz desde la perspectiva de una especialidad. Su trayectoria adquiere claridad bajo un perfil romántico: nuestra emancipación cultural. Sus tentativas prometeicas, como las de Alfonso Reyes y José Vasconcelos, más que una desmesura individual (abarcar muchas cosas que en otras partes son obra de especialistas), parecen cumplir una necesidad histórica, una urgencia nacional de la cual se sienten responsables: apoderarse de la cultura toda, traducirla, expropiarla, recrearla, modificarla, hacerla nuestra en forma viva; ser sujetos actuantes, no sólo contemplados, de la cultura universal.

Toda su obra es de fundador. Repetidamente en la poesía, donde una y otra vez ha rebasado sus avances anteriores y ha abierto caminos más allá de nuestras fronteras, y aun más allá de nuestra lengua. No sólo como explorador, traductor y crítico, sino como el primer poeta mexicano del cual pueden señalarse huellas en la poesía de otras lenguas. Pero, además, su crítica, que partió de la experiencia poética mexicana, se fue extendiendo hasta volverse una crítica de la cultura occidental.

¿Dónde está el poeta europeo o norteamericano capaz de escribir Los hijos del limo? Se trata de una visión crítica del conjunto de la poesía occidental desde el romanticismo, que no sólo toma en cuenta el movimiento poético en las distintas lenguas, sino que establece como fondo de contraste lo no occidental. ¿Quién sería capaz de entroncar ese análisis con la modernidad en todos sus sentidos culturales, sociales y políticos? Ya no se diga referirlo al problema concreto, nacional, de cómo modernizarnos, que se planteó por primera vez en El laberinto de la soledad (un libro que tardó nueve años en reeditarse, pero de gran repercusión minoritaria, hasta que se volvió canónico y finalmente un bestseller con más de un millón de ejemplares vendidos).

Su poesía llamó la atención muy pronto en los países de habla española y luego en otras lenguas. Así como, en el siglo XVII, Sor Juana Inés de la Cruz fue el canto del cisne del gran barroco poético europeo en un país inesperado, Octavio Paz prolongó brillantemente la vanguardia poética del siglo XX y estimuló a otros grandes poetas, con la poesía innovadora de ¿Águila o sol? (1951), Piedra de sol (1957), Blanco (1967) y Renga (1971). Su vitalidad creadora, en la poesía y en la prosa, fue constante. También sus aprendizajes. Para quienes conocen su obra, es transparente todo lo que hay de nuevo en un libro como La llama doble (1993); todo lo que aprendió después de los setenta años. Nunca tuvo interés en la comodidad de haber llegado.

En la conversación, en su copiosa correspondencia, en sus poemas, en sus ensayos, hay siempre animación, libertad, invención, frescura. Tenía una vastísima cultura de libros y de obras de arte, de viajes, de experiencia, de personalidades, de reflexión a solas. Pero al hablar o escribir se dejaba llevar por la inspiración, hacía las conexiones y metáforas más sorprendentes, estimulado por el curso de la conversación o de lo que estaba escribiendo. Toda su cultura reaparecía con la inspiración del momento, pero como algo vivo que continuaba desarrollándose ahí mismo. Milagrosamente, su creatividad no sufría por el peso de la erudición, o su extremada capacidad de análisis, o su conciencia histórica de la tradición. Por el contrario, a partir de eso, vivía en perpetua exploración.

Tuvo siempre el sentido de la polis. Se sintió responsable, no sólo de su casa, sino de esa casa común que es la calle y la plaza pública. Le parecía inconcebible no intervenir cuando sentía que el país o el mundo iban mal, o desaprovechaban oportunidades de mejorar. Sus planteamientos rompían los esquemas de la política inmediata y remontaban las cuestiones a niveles desacostumbrados: los de un estadista fuera del Estado, los de un estadista ciudadano que no perdía de vista la perspectiva histórica, ni el sentido último de construir la casa común.

Tenía confianza en que lo mejor de todas las culturas está vivo y puede seguir produciendo milagros. Mostró que era posible pasar de un nacionalismo puramente defensivo a un desarrollo de las propias raíces en la cultura universal. El mundo lo recordará como un poeta innovador, de gran fuerza visual y reflexiva; como un explorador del alma y las raíces mexicanas; como un crítico íntegro y penetrante; como un ensayista de curiosidad universal. –

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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