Fue interesante la pataleta de los “jacobinos de la era terciaria” por las modificaciones al artículo 24 constitucional, pataleta no menos idiota que las fiestas de los “católicos de Pedro el Ermitaño” por lo que consideran un logro de su causa. Son los católicos y jacobinos que –para continuar citando a López Velarde— “se odian los unos a los otros con buena fe”.
Es un viejo psicodrama mexicano. Ya hubo jacobinos que calculan un complot de la iglesia para invadir la supuestamente racionalista psique mexicana; ya hubo quien le encontró un trasfondo electoral al asunto. Y desde luego ya hubo ermitaños que creen que la enmienda augura el regreso del catolicismo a las aulas públicas.
El artículo 24 se leía así en 1917:
Todo hombre es libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade y para practicar las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, en los templos o en su domicilio particular siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley. Todo acto religioso de culto público, deberá celebrarse precisamente dentro de los templos, los cuales estarán siempre bajo la vigilancia de la autoridad.
Ahora (según la prensa, pues no encontré aún la enmienda oficial) se lee así:
Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso (sic), la de su agrado. Esta libertad incluye el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, en las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley.
Me parece bien que la Constitución, una vez más, se haya dejado alcanzar por la correlona realidad. ¿Para qué seguir fingiendo que los cultos religiosos no podían trasladarse a los espacios públicos? Los comecuras compulsivos están aterrados de que haya procesiones católicas en el zócalo, con cardenales disfrazados de sofás y sus deditos llenos de anillitos flotando entre nubes de incienso, rodeados por una multitud devota. Pero en realidad están encantados, pues les daría oportunidad para correr a los altares de San don Benito a darse golpes de pecho y a quemar incienso liberal.
México –país fundado por cesaropapistas católicos y aztecas– siempre ha estado lleno de religiones y cultos públicos. Subirse a la pirámide de Teotihuacán a recibir “energía” es un culto solar protohistórico. Los “aztecas” que danzan en las plazas practican un culto mesoamericano. Las procesiones a visitar a la Virgen Morena son un culto sincrético que une a la Magna Mater mediterránea, a la Virgen María cristiana y a la Tonantzin azteca. La “pasión” de Iztapalapa es un culto tan popular y tan público que hasta tiene partida en el presupuesto del DF. La instalación de altares de muerto en el zócalo del DF, con dinero público –lo mismo que en las universidades públicas, científicas, laicas y populares– es un culto inventado por D.H. Lawrence y Sergei Einsenstein. La estatua de la Diana Cazadora, en el corazón del DF, venera a una diosa arcaica. Hasta las corridas de toros, para el caso, son un culto mitraico. La devoción agustiniana del amor como ingrediente básico del pacto social que predica un candidato es un culto cristiano. Y ¿qué decir del ritual público dominguero de adorar al Cruz Azul?
Simpatizo con el razonamiento del jurista Diego Valadés, quien argumentó que el nuevo artículo 24 fortalece la libertad ética y protege a los ateos y a los agnósticos (y a los mozartianos como yo). La Constitución no permite ya sólo la libertad de elegir un culto, sino que protege a quienes no quieren elegir ninguno. De lo que se trató fue de fortalecer “la libertad de las condiciones éticas”.
En un Estado constitucional, agregó el jurista, “las libertades deben ser completas, no se debe proscribir el no creer ni se debe sancionar el hecho de tener creencias religiosas y exteriorizarlas; en un sistema democrático se debe luchar por un régimen de libertades. El Estado secular no se consolida con prohibiciones relacionadas con el ejercicio de cultos religiosos, sino con las garantías plenas para quienes tengan o no religión, sin persecución, castigo ni sanción para nadie”.
Estoy de acuerdo.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.