GORILA Y NEOGORILA
Tradicionalmente en América Latina, los dictadores y los gorilas que se prolongan en dictadores habían sido de derecha. Hasta que llegó Fidel Castro, el revolucionario que quitó del poder a un dictador para ponerse él e ir definiéndose de ahí en adelante como el primero, el paradigmático, el asombroso dictador de nuevo cuño al que la izclesia (es decir la iglesia de la izquierda) de los países latinoamericanos y un no desdeñable número de románticos “tontos necesarios”, principalmente de Europa, están siempre dispuestos a idolatrar porque se autobautizó “socialijta”. De hecho, aunque Castro no comenzó en gorila, es decir como un militar asaltante del poder, ahora, por su uso del poder, ha resultado un neogorila, un detentador del poder, el dueño de la isla de nuevo fundada como —ni la burla perdona— “Territorio Libre de América”. Así se afirmaría el sentido de revolución como otra vuelta de la evolución: una retro(e)volución.
Pero el ahora castrense Castro ya no es un ejemplar único del gorilizado revolucionario y redentor de pueblos: ya tiene émulo y hasta fraternal rival en eso de retrovolucionar: el ubuesco Hugo Chávez, que sí comenzó en militar dando un golpe de gorila que fracasó, pero a partir de allí inició su carrera hacia el poder mediante unas elecciones, que ganó para convertirse en un ejemplar de dictador más raro que Castro: el gorila electo, condición en la que, empero, no es más raro que Hitler, que fracasó en un Putsch pero finalmente triunfó tomando el poder mediante elecciones.
Ahora Hugo Chávez ya se apoderó de todos los planos políticos legales de Venezuela, ya es dueño del Congreso, de todos los medios de presión y represión, y de la gran mayoría de los medios de expresión, y ya los está usando para perpetuarse en el mando total de Venezuela. Y, mientras, “nuestra” izclesia ya ha empezado a babearle las botas.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.