Rüdiger Safranski: Religiones calientes y frías

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Rüdiger Safranski forma parte, sin duda, junto con Habermas y Sloterdijk, del núcleo duro de la filosofía alemana contemporánea. Presentamos a continuación extractos de su artículo más reciente, titulado “Religiones calientes y frías” (Der Spiegel. Nr. 3/18.1.2010).

La temperatura de la fe

El conflicto cultural con el islam ha desencadenado un nuevo debate religioso: El conflicto es entre una concepción caliente de la religión y una concepción fría. Un síntoma externo de lo que es caliente o frío en este terreno es el grado de sensibilidad y agresividad con el que se reacciona a afrentas, reales o exhibidas, como el llamado a asesinar a Salman Rushdie o el atentado fallido contra Kurt Westergaard, uno de los autores de las caricaturas de Mahoma.

Tahúres de la salvación

Pascal demostró de qué manera es posible acercarse a la religión y la fe mediante el cálculo frío. En sus escritos se encuentra un célebre pasaje, conocido como “la apuesta de Pascal”, que ha pasado a formar parte de la historia del pensamiento religioso. En él, Pascal aboga por la fe en Cristo como si se tratara de una apuesta en un juego de azar. De un modo u otro, morirán; mediante la fe sólo pueden ganar.

Eso que en Pascal y en la mayoría de las personas quiere creer es sin duda la necesidad de sentirse seguro y protegido y de saber que la vida tiene sentido.

Creo, luego no pienso

Pero a la fe le sienta mal cuando en vez de hablar desde ella se habla sólo de ella, es decir, cuando se la considera desde fuera, se la observa, se la analiza. Sucede como con el amor, al cual tampoco le sienta bien cuando se lo analiza y disecciona de una forma demasiado penetrante. Entonces puede pasar que confundamos la experiencia del amor con su análisis y que, al fin, nos fiemos más del análisis que de la experiencia.

El rojo vivo del cristianismo

San Pablo, el verdadero fundador del cristianismo como religión universal, lo formuló de esta manera: “Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe“ (1 Corintios 15,14). […] La exigencia exagerada a la fe de San Pablo lo apuesta todo a una sola carta: la resurrección de Cristo. Y ya que Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos de los muertos; dando por sentado, claro, que tengamos fe […] El más acá es, en todo caso, un estado provisional, una sala de tránsito o de espera. […] En aquel tiempo, el cristianismo era todavía una religión caliente […] Y es que una religión caliente reacciona de forma altamente sensible a las afrentas. A fin de mantener su temperatura interna de operación debe rechazar todo tipo de ironía, dudas, esceptisismo, burla, relativización y, en fin, toda mirada proveniente del exterior que pueda actuar como degradación o tentación.

El rojo ardiente del Islam

Sin duda, el fundamentalismo islamista es una religión caliente y tiene, como antiguamente el cristianismo, aspectos apocalípticos. Aquellos que se estrellaron contra las torres de Nueva York eran apocaliptas […]. Antes del ataque de la OTAN, un talibán respondió la pregunta de un periodista alemán acerca de por qué el gobierno no había hecho nada para reconstruir el país con una parábola. Si su avión, dijo, se estrellara durante su vuelo de regreso a Alemania, pero usted sobreviviera y tuviera la certeza de que sería rescatado en poco tiempo, seguramente no se pondría a contruir nada en el lugar del accidente. Tal sería la situación de los talibán: Pronto entrarán en el Reino de los Cielos. Por eso, no vale la pena cambiar nada en la miseria terrenal. Tal es exactamente esa consciencia de la sala de tránsito y espera que todavía debe de resultarnos familiar como propia de la fase “caliente” del cristianismo.”

Las religiones glaciales y sus perversiones

Las religiones “frías”, según pueden ser definidas después de todo lo anterior, son aquellas que han aceptado la oscilación entre el sobrecalentamiento y el enfriamiento, no sólo en su exterior sino también hacia su interior; son aquellas que se han vuelto razonables, las que aceptan enfriarse en aras del servicio a la sociedad; las plurales, privatizadas y domesticadas en esferas axiológicas separadas. […] Una religión redentora, como lo fue el cristianismo, puede, entonces, enfriarse —pero también puede pervertirse […] Para la religión pervertida, el mundo se encoge y su feligrés encuentra en todas partes la confirmación de su opinión, la cual defiende contra el resto del mundo —y contra sus propias dudas— con todo el fervor de su fe. Particularmente peligrosa se vuelve cuando esa monomanía accede al ámbito político. Las ideologías totalitarias de los últimos siglos, tanto el nacionalsocialismo como el comunismo, demostraron ser, en ese sentido, religiones pervertidas o, lo que es lo mismo, religiones de relevo políticas.

Hacia una civilizada religión civil

Una religión auténtica, por su parte, educa en el temor sagrado a la inexplicabilidad del mundo. A la luz de la fe, el mundo se vuelve “más grande”, conserva su secreto, y el hombre se comprende como parte de él. También él sigue siendo incierto para sí mismo, pero lo puede aguantar […] Vistas desde fuera, las religiones filantrópicas pueden ser interpretadas como un invento cultural genial, con cuya ayuda los movimentos de búsqueda horizontales del hombre son redirigidos en la vertical, es decir, hacia arriba. Si Dios existe, los hombres son liberados de la carga de tener que ocuparse de los otros o, al revés, de descargar su malestar en los otros.

[…] Los derechos humanos son la medida de todas las cosas, también para las religiones. Eso significa que ellos mismos pueden ser vistos como una forma de religión, como una religión civil […]. En vez de anclar los derechos humanos en las arenas movedizas de las cambiantes mayorías, se lo hace en algo absoluto, en Dios o en lo que queda de Él: una instancia de la fundamentación moral. Queremos creer en el hombre y en su razón filantrópica, pero hacemos el sorprendente descubrimiento de que tener fe en el hombre posiblemente resulta más fácil si hacemos un rodeo por Dios.

[…] Acerca de la pelota[1] se puede decir tan poco como sobre Dios, ya que quizás tampoco Él esté ahí. Pero el juego existe y su dinámica nos muta de expectadores en jugadores. Eso significa: Empiecen a jugar y notarán lo real que es la pelota. Pero si antes quieren saber si la pelota está ahí, entonces jamás empezarán y nunca habrá juego.

El Dios de la religión civil es la pelota en el juego sin pelota.

– Notas y traducción: Salomón Derreza

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[1] Safranski se refiere a la pelota de tenis imaginaria de una de las escenas finales de Blow Up, de Antonioni.

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Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.


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