Para muchos lectores, el nombre de Saúl Yurkievich está ligado, sobre todo, a un libro: Fundadores de la nueva poesía latinoamericana, que se editó por vez primera en 1971, y que ha conocido una amplia difusión a través de nuevas ediciones, hasta el punto de convertirse en lo que podría llamarse un “clásico” de los estudios sobre la poesía latinoamericana del siglo XX. No abundan esos “clásicos” (el otro es La máscara, la transparencia, del venezolano Guillermo Sucre). El primer libro de Yurkievich que yo leí no fue, sin embargo, ese espléndido libro de ensayos, sino una colección de poemas, Fricciones, publicada en México en 1969, cuyo título encierra no sólo un peculiar humor sino una no velada alusión a Ficciones, de Borges. Escribí en ese momento un breve comentario sobre el libro, que me impresionó por su explosivo frescor, heredero al mismo tiempo de Huidobro y de Girondo, y porque sus posiciones de vanguardia, que combinaban de manera libérrima poesía y prosa, no estaban allí reñidas con la crítica social y política: “Pumba balumba / dientes de vidrio / polvo de cinabrio y cinanina” junto a “dos millones quinientas mil toneladas de bombas / sobre Vietnam del Norte / use USA el herbicida formidable”. Saúl Yurkievich iba así de la poesía a la crítica, de la crítica a la poesía, en rotación incesante. Una poesía crítica, en pleno núcleo de la modernidad literaria. En esa rotación se convirtió en poco tiempo en uno de los nombres imprescindibles de la literatura hispánica última.
La muerte de Saúl Yurkievich es para mí una noticia particularmente triste. Me había comunicado con él hace escasamente un par de semanas, a raíz de la publicación del libro Poesía hispánica contemporánea, volumen coordinado por Jordi Doce y por mí, en el que el poeta y ensayista argentino había colaborado con un bello ensayo. Un texto, diré de paso, que posee una especial significación, pues Saúl hace en él una suerte de breve autobiografía literaria en la que se leen importantes datos sobre su propia evolución intelectual y poética y sobre el presente de la lírica de lengua española.
Personalidad múltiple, la suya. Para empezar, Saúl Yurkievich fue tanto un poeta notable como un crítico de singular importancia. Su obra poética es de signo neovanguardista, un horizonte que marca la poesía hispanoamericana surgida en los años cincuenta y sesenta como surgió la de Saúl y que tiene un papel central en el panorama de la poesía hispánica de la actualidad. Había nacido en 1931. Su generación es la de Juan Gelman y Francisco Urondo (ambos nacidos en 1930), pero si pensamos en el ámbito hispanoamericano en su conjunto, es la generación si por generación se entiende no una cohesión estricta de valores y contenidos literarios, sino un horizonte temporal común de poetas como el ya citado Guillermo Sucre (1933), el chileno Armando Uribe Arce (1933) e incluso su compatriota Héctor Viel Temperley (1933). La obra poética de Saúl Yurkievich explora las raíces más profundas del decir, aquellas en las que la palabra es sonoridad pura y, como decía Eliot, reminiscencia de tambores africanos, explosión verbal en busca de sentido.
A mediados de la década de 1960 se trasladó a Francia, donde desarrolló una amplia tarea como profesor universitario, con diversas estancias académicas en Estados Unidos y conferencias en universidades de todo el mundo. Por su peculiar concepto del fenómeno poético pudo comunicar bien, residiendo ya en París, con grupos como el de la revista Change, en la que colaboró y con la que sentía afinidades tanto electivas como instintivas. En Change, hacia 1976, alcancé yo a leer, por ejemplo, su ensayo “La confabulation de la parole”, que luego, con un pequeño cambio de preposición, daría título a otro libro suyo de ensayos, La confabulación con la palabra (1978): “La palabra es un núcleo de energía aspirante / impelente, un polo de imantación que irradia y atrae a sus homólogas y homófonas. Catalizador, mutante metamórfico, busca a sus conexas, puja por coaligarse, por constelarse. Palabra virador: principio de las multívocas circulaciones del sentido”. Siempre me ha parecido un dato de extraordinaria relevancia el que Saúl confesó en más de una ocasión (la última de ellas en su ensayo ya aludido del volumen Poesía hispánica contemporánea): que comenzó a escribir poesía a raíz de una lectura de Juan Ramón Jiménez en La Plata. “Fui fascinado por su rostro pálido y enjuto. […] Me pareció la ideal encarnación del poeta. Su influjo perdura en mí”, escribe. Que tal cosa haya ocurrido en Argentina, prácticamente por los mismos años en que, en España, la figura de Juan Ramón sufría una injusta marginación a causa de un presunto realismo o pseudorrealismo literario, es sin duda un hecho revelador. Juan Ramón Jiménez, y lo que él representaba en su concepción de la poesía, eran en ese momento más y mejor comprendidos en la otra orilla de nuestra lengua. Y fue esa concepción la poesía como un conocimiento mistérico la que nuestro poeta y crítico defendió siempre.
Como ensayista, Yurkievich ha contribuido como pocos en español a entender el fenómeno de la modernidad literaria, la “movediza modernidad”. Su primer libro de crítica fue, si no me equivoco, Valoración de Vallejo, editado en 1958. En Modernidad de Apollinaire (1968) se acercó a una de las fuentes fundamentales de la poesía contemporánea. Su admiración por Huidobro quedó reflejada en la monografía que dedicó al poeta chileno en 1969. Libros todos que con otros como Celebración del modernismo (1976), A través de la trama (1984), El cristal y la llama (1994) o La movediza modernidad (1996) constituyen referencias críticas ineludibles en la interpretación de la poesía y la narrativa hispánicas. La prosa crítica de Yurkievich comparte con su poesía el mismo don genésico, la misma capacidad para hacer del lenguaje el centro y el objeto de la reflexión. A quien desee adentrarse en esa larga obra crítica recomendaré, sobre todo, la antología Del arte verbal, publicada por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores en 2002, selección de sus ensayos realizada por él mismo de una amplia tarea crítica que abarca varios decenios; un libro que incluye, además, ensayos inéditos o no recogidos hasta entonces en libro. No puede olvidarse, tampoco, al cuidadoso traductor: a Yurkievich se deben, por ejemplo, las primeras traducciones al español, en libro, del poeta Edmond Jabès, publicadas en España y en México. Con México tuvo siempre, por cierto, muy intensa relación: allí vieron la luz, además del ya citado Fricciones, tanto Suma crítica (1997) como Vaivén (1996), pasando por El trasver (1988). Tampoco puede olvidarse su trabajo de preparación y cuidado de las Obras completas de su amigo Julio Cortázar, de quien era albacea literario y sobre el que escribió Julio Cortázar: mundos y modos (1994).
Vi a Saúl y hablé largamente con él hace poco más de un mes, en París, en una cena inolvidable con amigos comunes. Habíamos acordado vernos de nuevo en Canarias, para reunirnos una vez más con los compañeros del Taller de Traducción Literaria en una velada como la que, hace años, disfrutamos en su compañía. Tenía Saúl una innata, inquebrantable capacidad para el diálogo, el demorado diálogo. Saúl o la pasión conversable. Ya no podrá ser. No habrá ya más noticia que la de esta hora luctuosa, en que doy al aire de su ausencia un abrazo de siete vueltas. –
(Santa Brígida, Gran Canaria, 1952) es poeta y traductor. Ha publicado recientemente La sombra y la apariencia (Tusquets, 2010) y Cuaderno de las islas (Lumen, 2011).