Las cartas de Vonnegut

Cartas

Kurt Vonnegut

Traducción por Edición y prólogo de Dan Wakefield Traducción de Milo J. Krmpótic

Ediciones B,

Barcelona, , 2023, , 524 pp.

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En el plazo de unos días se puede circular por la vida de Kurt Vonnegut, o más exactamente a lo largo de siete décadas de su vida, leyendo las cartas que escribió a sus familiares, amigos, agentes y otras personas. Se publicaron en Estados Unidos en 2012, recopiladas, seleccionadas y editadas por su colega el escritor Don Wakefield, también de Indianápolis, y ahora acaban de aparecer en Ediciones B, traducidas por Milo J. Krmpótic. La primera de las cartas que leemos parece asentar el tono de lo que vendría después. Se la escribió Vonnegut a su familia desde El Havre en mayo de 1945, cuando tenía veintidós años y acababa de ser liberado como prisionero de guerra. En ella se reconocen ya algunos de los rasgos de sus novelas, como la ironía y la compasión, el humor socarrón que funciona como un guiño (“tú y yo estamos en el ajo, pero no me hagas hablar”), y nos ofrece un primer vistazo a los padecimientos del autor en la Segunda Guerra Mundial y especialmente en el bombardeo de Dresde, que sería el eje de la más famosa de sus obras, Matadero cinco. Es llamativo que ya en la breve carta se advierte incluso una estructura similar a la del libro, con una apostilla al final de cada párrafo a la manera del famoso “So it goes” de la novela. No deja de contar las barbaridades de las que fue testigo, pero se preocupa de mantener un tono ligero para no asustar de más. La última de las cartas, dirigida a la poeta Alice Fulton en febrero de 2007, dos meses antes de morir, acaba con una frase sencilla y conmovedora que parece decantar todo lo que fue importante para el hombre, que veremos asomar en las cartas que hay en medio: “Saludos, querida Alice, mi hermana también se llamaba así” (Alice, su hermana mayor, murió a los cuarenta años; Kurt adoptó y crió a sus hijos junto con los que tuvo con Jane).

Las circunstancias de la vida del escritor son conocidas. Las cartas dan detalles que pueden resultar interesantes, además de estar escritas con su característico brinco encantador que nos es familiar y que vemos desarrollarse a lo largo del tiempo, pero quizá lo más valioso es que rematan la anécdota, están plagadas de expresiones de enfado o de hartazgo o de entusiasmo, de observaciones iluminadoras y de muestras de cariño que revelan la capacidad de asimilación fundamental para que la vida tenga algo de sentido, aunque la mayor parte del tiempo de esa vida no entendamos nada. Precisamente le escribe a su hija Nanny, que pasó una época dolida y enfadada cuando Kurt y su mujer, Jane, se divorciaron: “Puedes hacerme otro [favor] de manera inmediata al darte cuenta de que mi vida es un disparate absoluto, igual que la de cualquier otra persona” (1975). Las cartas a Nanny forman una de las series más emocionantes, pues asistimos, qué impudicia pero qué interesante, al gran esfuerzo que pone el padre, paciente y desarmado, en ser sincero con su hija, hablar con ella como con un adulto probablemente por primera vez en sus vidas, y conseguir enderezar la relación que se ha estropeado. O que sea lo que Dios quiera, pero a medida que pasan las décadas Vonnegut expresa cada vez más abiertamente el deseo de sinceridad hacia sí mismo, de vivir de otra manera que arrastrado por lo cotidiano. Hay como un anhelo de algo verdadero y escurridizo.

Desde muy joven insiste en la importancia de vivir con los demás y de rodearse de una gran familia, pero a la vez aflora un deseo de huida. Antes del divorcio aceptó un puesto en la Universidad de Iowa, en parte para estar lejos de su familia, como acaba confesando años más tarde: “Yo era más egoísta, quería estar con adultos, para variar, y poder trabajar con menos interrupciones” (1977). No hay solución para estas contradicciones, querer estar con los demás y querer concentrarse: “Me ayudas a entender el motivo por el que los novelistas intentan evitar vivir las aventuras de esa manera. La vida real los podría abrumar con gran facilidad. Así que hacemos el sacrificio de no vivir” (1985). A partir de su estancia en Iowa estableció relaciones con jóvenes estudiantes a los que alentó en su carrera y también con colegas escritores, como el chileno José Donoso, con quien conservó siempre la amistad y a quien están dirigidas muchas de las cartas. Por las anécdotas y su visión sobre la paranoica Unión Soviética, y por lo que comprendemos de su naturaleza generosa, es muy interesante seguir su enorme empeño de años por conseguir que Rita Rait-Kovaleva, traductora al ruso de su obra y de la de otros escritores como Salinger o Faulkner, pudiese salir de Moscú para visitar Estados Unidos. No son pocas las cartas que escribe a institutos o bibliotecas que han purgado algunos de sus libros por las quejas de los padres que los consideran perniciosos para sus hijos. La correspondencia con sucesivos agentes y editores permite hacerse una idea de las servidumbres de la carrera literaria, y hay también luminosos apuntes sobre el trabajo artístico y su vínculo con lo vital: “ningún cuadro puede llamar verdaderamente la atención si, en la mente del espectador, no hay un ser humano vinculado a él. […] Los cuadros son famosos por su humanidad, no por su condición de cuadros” (1995) −aquí podemos pensar en la inteligencia artificial−. Y con una vis similar: “Narrar es un juego para dos, y un narrador maduro […] es sociable, una cita a ciegas con un completo desconocido que sale bien” (2005). Brillan especialmente algunas conclusiones sobre la actitud vital: “Estoy muy cansado de la gente que examina su pasado y no encuentra nada más que heridas mortales.” Estas cartas dan ganas de leer sus novelas, pero lo mejor es la curiosidad por el mundo y por nuestros semejantes que transmiten. ¡Eso es escribir! ~

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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