Contra el ardid de las identidades

La mexicana Malva Flores y el español Andrés Sánchez Robayna evocan figuras y episodios literarios que muestran la solidez del vínculo entre México y España.
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Desde hace siglos, México y España han entablado una relación cultural enriquecedora para ambos países, basta con recordar los puentes que ha construido la poesía desde la época novohispana con el Primero sueño de sor Juana hasta el acogimiento de los exiliados españoles en pleno siglo XX. En esta conversación, la mexicana Malva Flores y el español Andrés Sánchez Robayna evocan figuras y episodios que muestran la solidez del vínculo entre ambas naciones, cuestionan la falta de ánimo crítico en las relaciones literarias de nuestro tiempo y se preguntan por los retos a los que se enfrenta hoy la vida intelectual de un lado al otro del Atlántico.

Malva Flores (MF): A despecho de las voces que quieren dividir la historia compartida entre México y España, ese crisol de culturas, no es ocioso recordar que aún antes de que México fuera México la poesía novohispana nos hermanó y aquel Primero sueño de sor Juana puede reclamarse hoy tan mexicano como español: hispánico. A propósito de la patria, el propio López Velarde –considerado por muchos como el padre de la poesía mexicana– decía: “Hijos pródigos de una patria que ni siquiera sabemos definir, empezamos a observarla. Castellana y morisca, rayada de azteca, una vez que raspamos de su cuerpo las pinturas de olla de silicato, ofrece –digámoslo con una de esas locuciones pícaras de la vida airada– el café con leche de su piel.” Pienso entonces en aquella frase de Paz, la cual defendió durante toda su vida de muchas maneras: “El nacionalismo no solo es una aberración moral; también es una estética falaz.”

La poesía –particularmente la poesía escrita en una misma lengua– es el cauce donde una familia puede reconocerse. Yo distingo muchos momentos, corrientes poéticas y compartidos amores del lenguaje, giros del vocabulario y modos de ver, donde esta familia –la de la lengua y la poesía– se reconoce. ¿Vale la pena, entonces, hacer estas distinciones de la nacionalidad cuando quizá la verdadera patria sea la lengua? Esa lengua que me permite decir esta mañana “Hola, Andrés, ¿cómo has estado?” y tú, al otro lado del mundo, sabrás inequívocamente que hay algo que nos vuelve cómplices, y más que cómplices, familiares.

Andrés Sánchez Robayna (ASR): Antes que nada, déjame que subraye la necesidad y hasta la urgencia de esta conversación. No se trata ya solo de echar por tierra unos cuantos malentendidos, sino también de insistir en un par de cuestiones que están en la raíz misma de las relaciones culturales entre España y México (e Hispanoamérica en su conjunto). Me encantan las palabras de López Velarde, aplicables, por cierto, a otras latitudes americanas. Mucho antes que en el Primero sueño, habría que pensar en la extraordinaria corriente de cultura popular que llegó a América desde España: en literatura, canciones y romances anónimos que allí fueron recreados y se sumaron a los ricos acervos locales. En el caso de Nueva España, enseguida, emociona repasar la amplia nómina de autores recopilada por Méndez Plancarte y maravillosamente ampliada hace poco por Martha Lilia Tenorio. Asombra ver cómo toda una literatura conoció en Nueva España un impresionante desarrollo. Qué gusto leer, por ejemplo, los sonetos de Francisco de Terrazas. La cumbre vendrá con Primero sueño, sin duda, que puede y debe entenderse como el cierre de la Edad de Oro hispana.

Intentar deslindar, con criterio nacionalista, la literatura de una y otra orillas es negar la realidad histórica. No solo “antes de que México fuera México”, sino también después. Para mí, la unidad de la literatura de lengua española es una realidad incontestable. Por supuesto, hay variantes y aportes peculiares en cada territorio hispano, pero no permiten hablar de literaturas distintas. Podemos estudiar la poesía, la prosa y el teatro de cada país por separado, pero solo con una finalidad sociohistórica, no estrictamente literaria. Estoy, por tanto, completamente de acuerdo contigo en que no pueden hacerse distinciones de nacionalidad cuando la verdadera patria es la lengua.

MF: Para abonar esta idea, quizá valga la pena observar cómo los conflictos políticos han acercado a los poetas mexicanos y españoles de una forma que desmiente cualquier discurso antiespañol y no solo porque hayan sido los criollos chispa, flama y alimento de nuestra Independencia –recuerdo ahora, por cierto, que José Emilio Pacheco no se admiraba de que muchos de nuestros independentistas fueran poetas, pues antes de que los versos fueran exclusivo vehículo de la lírica, todo se escribía en versos rimados y “la guerra de Independencia había politizado la versificación”–, sino porque, más tarde, las diversas circunstancias históricas nos han reunido indefectiblemente. Si pensamos, por otro lado, en los estadios poéticos es imposible no ver estas correspondencias. Si el romanticismo mexicano fue una copia del español, la llegada del modernismo transforma ambas regiones de la lengua. Por otro lado, no es posible ignorar los contactos poéticos que ocurren, por ejemplo, con la llegada de muchos mexicanos a España y viceversa. Pienso, en primera instancia y por mencionar a algunos de los poetas mexicanos en España, en Nervo, María Enriqueta Camarillo, Luis G. Urbina, Francisco A. de Icaza y, por supuesto, Alfonso Reyes, quien, por cierto, será el primer presidente de la Casa de España en México –hoy El Colegio de México–, donde recibirá a poetas e intelectuales españoles durante su exilio, uno de los momentos de más profunda y fructífera relación entre los poetas de ambos países.

ASR: Sí, es una historia muy densa, con fases de una intensidad considerable y de grandes consecuencias culturales, que llegan hasta hoy mismo. El caso del modernismo es particularmente importante, porque los mexicanos contribuyeron mucho a la consolidación de un movimiento que vino precisamente de América. Nervo fue muy leído en España, y de Luis G. Urbina habría que reeditar (no sé si se ha hecho en México) sus crónicas peninsulares, tanto España en los días de la guerra como Luces de España. Urbina era, para Reyes, un espíritu “de rara penetración”. Del propio Alfonso Reyes, qué decir. Sus años españoles fueron decisivos lo mismo en la creación literaria que en los estudios filológicos y la crítica, incluida la cinematográfica… Su huella en España fue muy profunda. Solamente alguien como él podía haber hecho la labor que hizo luego en la Casa de España, es decir, alguien tan identificado con el dolor por el que pasaba la sociedad española y con el problema sufrido por los intelectuales y poetas republicanos. Recuerdo haber mantenido una larga conversación con Carlos Fuentes sobre la “diáspora del 39” en México, que él consideraba, con razón, un momento crucial del México moderno… Yo pienso ahora, además, en la generación española más joven, la que llegó a México en su adolescencia, y que, por tanto, se formó ya en su país de adopción: Ramón Xirau, Manuel Durán, Tomás Segovia… Todos ellos han sido fundamentales para la cultura mexicana. Tengo la impresión de que las relaciones literarias actuales, las de carácter directo y personal, han perdido intensidad y frescura. Corren el peligro de ser, sobre todo, institucionales, “oficiales”, ¿no te parece?

MF: No solo se han perdido frescura e intensidad sino, sobre todo, hondura de pensamiento y un enorme grado de civilidad. Una de las razones que yo encuentro para esa “institucionalización” de las relaciones nace de la burocratización del lenguaje, que la academia ha propiciado. Quizá no me lo creas, pero he leído poemas donde aparecen las palabras “repensar”, “problemática” o “articulación”. La invasión de ese lenguaje hecho de fórmulas ha contribuido a la clausura del pensamiento crítico. Por otro lado, pero de su mano, ha ocurrido algo que es parte de la debacle de nuestra civilización: muchos creímos que la llegada de internet y el arribo de las redes sociales haría más amplia y profunda la conversación de la cultura. Nos equivocamos. No se ensancharon ni el mundo ni el conocimiento: se redujeron ostentosamente y hemos llegado a un momento difícil y oscuro. Millones de seres recorren la tierra huyendo de las tiranías, la violencia y el hambre y otros millones, desde sus pantallas, aparecen con picos y palas para destruir la fortuna de la conversación y de la crítica: son hordas, profundamente ignorantes, que a su paso cercenan la posibilidad de encontrarnos en el otro, con el otro, en lo otro. Desde la atalaya de las reivindicaciones identitarias y sociales –absolutamente justas y necesarias– se ha emprendido una revolución global no por la libertad, no por la universalidad o por el conocimiento, sino por la revancha y la razón de la fuerza. El regocijo en la mentira y la barbarie es, hoy, una verdad irrefutable: nadie sabe nada, pero todos podemos opinar y ejercemos el derecho a la ignorancia con una falta de pudor asombrosa. Nuestra hipotética guía es “hacer justicia”, pero no es justicia lo que se busca, sino venganza. ¿De qué? De todo aquello que nos haga sentir inferiores. Con el propósito de “visibilizar” las injusticias del mundo, hemos olvidado hacerlo visible. ¿Y no era esa una de las funciones esenciales de la poesía? Hablo de la poesía que no se regodea en la victimización, sino que propone la creación y revelación de mundos, con todo lo que la noción de mundo implica. Sé que me escucho un poco apocalíptica sobre el futuro, pero entonces pienso en Breton, quien decía que la poesía tenía todo el tiempo por delante. Eso me da esperanza, aunque pienso que ya no voy a presenciarlo. Quizá sea, la mía, una visión atravesada por el duro momento histórico y político que vivimos en México y en España no ocurra así, pero tú me dirás.

ASR: Yo me refería ante todo a las relaciones literarias recientes entre nuestros países, pero tú vas –con toda razón– más lejos, y pones el foco no ya en la “institución” literaria sino en la realidad actual de la comunicación (y del pensamiento crítico). Podríamos volver más tarde a esas relaciones entre España y México, pero estamos ante un problema más vasto, claro. En primer lugar, la corrupción del lenguaje mismo. Es terrible. En un poema, el uso de palabras como “repensar”, “problemática” o “articulación” tendría sentido solo con una finalidad satírica, pero me temo que se está hablando completamente en serio, y de pronto el texto se vuelve risible… Internet ha traído una multiplicación impensable del acceso a la información, pero no al conocimiento. La propia información experimenta hoy manipulaciones interesadas y perversas, cuando no está marcada por una ignorancia insólita, que permite a cualquiera opinar sobre cualquier cosa. A todo eso se añaden los males de la ideología, la victimización, la normalización de la mentira y, como tú dices, no la búsqueda de la verdad o de la justicia, sino la consecución de venganza. De venganzas, en plural: el nacionalismo, el activismo “decolonial” (qué palabra), la “política identitaria” racial, sexual, etc. Más allá del grado de motivación que estas reivindicaciones tengan, se inscriben en un entorno de perversión intelectual y moral y ellas mismas se contagian del veneno de la intolerancia y el dogmatismo. En ese contexto, tanto la diversidad como la inclusión “pueden resultar contraproducentes”, como señala ahora Yascha Mounk en La trampa identitaria. Queda ya lejos la denuncia de Borges: “En todas partes prospera el nacionalismo, el hecho de que si uno nace dos metros a la derecha, dos metros a la izquierda, ya cometió un error, al no haber nacido en el centro que conviene.” Ahora todos se consideran centro, y todos están agraviados por todos. Aquí es donde la poesía tiene mucho que decir, mostrando la “vida verdadera”, como diría Rimbaud, rechazando las trampas y los espejismos y practicando la “soledad solidaria”. Lo sigue haciendo, en muchos casos. Pero, al mismo tiempo, en todas partes triunfa ahora una “poesía de las redes” o “tuitpoesía” que nada tiene que ver con la poesía, niega la importancia y el papel de los clásicos, antiguos y modernos, e incluso denuncia la métrica (ignorada) por “autoritaria”. No hay que alarmarse. Sé a lo que te refieres cuando hablas del “duro momento histórico y político” por el que atraviesa México, pero España tiene también serios problemas políticos, en los que no es cuestión de entrar ahora.

MF: Pienso que, en estas circunstancias, nuestra tarea debe ser la que ha sido siempre: resistir, pero sobre todo insistir. No solo en la escritura de poesía, sino también en el ejercicio de la crítica en su más amplio sentido. La falta de poetas en la crítica de la vida pública empobrece a cualquier cultura y tenemos casos muy notables de poetas, mexicanos y españoles, cuyo ejemplo nos muestra que no ha sido así y que no tiene por qué serlo. Para insistir se requiere, eso sí, de revistas y editoriales que revivan el esplendor de nuestras relaciones poéticas y críticas cuya historia es amplísima y profunda. Pienso ahora en Reyes colaborando con Juan Ramón Jiménez en la revista Índice o en tantos de los miembros de Contemporáneos que fueron publicados en revistas españolas y viceversa. Imposible olvidar la llegada a México de los miembros de Hora de España y la forma como se integraron a El Hijo Pródigo o Taller. Más acá, y solo por mencionar a algunos de esta larguísima historia, recuerdo a Xirau y su Diálogos, pienso en el papel fundamental de Tomás Segovia en distintas publicaciones mexicanas y, por supuesto, en Plural y Vuelta, dos revistas que hicieron de esa continuada conversación entre españoles y mexicanos una forma indeleble de la amistad entre nuestros poetas. También veo a Cuadernos Hispanoamericanos, que hasta hace poco tiempo aún se interesaba decididamente en las ideas y escritura de los poetas mexicanos, y te veo a ti, con Literradura y Syntaxis, publicando a los poetas mexicanos. Apenas si necesito hablar de la importancia, para la afirmación de estas relaciones, de Letras Libres, que se mantiene en España y en México.

Hace unos días revisaba La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, una revista preciosa que desafortunadamente fue cerrada por la administración de esa editorial, cuyo director ha sido ahora ratificado. Las últimas páginas de La Gaceta estuvieron siempre dedicadas a mostrar las “Novedades del Fondo”. El catálogo es impresionante y, al mismo tiempo, es muy triste pensar en el destino de esa editorial que en un tiempo mejor unió a todo el mundo hispano (y no es menor el trabajo que muchos poetas mexicanos pusieron en la construcción de ese edificio intelectual). ¿Qué hacer con este legado que hoy quiere ignorarse?

ASR: Planteas cuestiones hoy casi… dolorosas. El diálogo entre los poetas mexicanos y los españoles fue fluido hasta hace muy pocos años. Un diálogo –como siempre entre los poetas– de “soledades juntas”… Unos y otros podían leerse con relativa facilidad. Hoy los mexicanos publican en España, sin mayor problema, libros nuevos y antologías y reciben reconocimientos importantes, pero me temo que no ocurre así con los españoles en México, salvo, claro está, en el plano “oficial”, casi “gubernamental”, al que me refería hace un rato. Aquí hay que mencionar –es de justicia hacerlo– el importante papel que en ese diálogo han desempeñado sellos mexicanos que editan también en España, como Sexto Piso o Vaso Roto. O el acierto de ediciones muy oportunas, como la antología El desprendimiento, de David Huerta (Galaxia Gutenberg), un libro que ha permitido leer a un poeta no bien conocido en España. ¿Y en la dirección contraria? No quiero personalizar mucho, pero mencionaré mi propio caso: en México aparecieron, hace años, varios libros míos, una poesía completa en las ediciones de la revista Vuelta y una amplia antología. Además, he colaborado estrechamente, desde los tiempos de García Terrés, con el Fondo de Cultura Económica, que ya en 1991 editó, por cierto, mi libro sobre sor Juana. En el Fondo aparecieron también tres volúmenes de mis Diarios. Al entregarles el siguiente volumen, ya con Taibo al frente, mi sorpresa fue mayúscula: la subsidiaria española del Fondo me respondió que el comité editorial mexicano había decidido no publicarlo. ¿Tal vez porque no soy lo bastante mexicano, o porque soy demasiado español? Qué pena no haber nacido unos cuantos metros más a la derecha… ¿O a la izquierda? Sé que mi caso no es el único, por otra parte. No me extraña tu preocupación respecto al legado del Fondo. Creo que sus responsables actuales, y el gobierno mexicano, no son conscientes del impresionante catálogo editorial del FCE y de su decisivo papel en la cultura de lengua española. No sé cuántas generaciones nos hemos formado con sus libros, y hoy la ideología está destruyendo esa maravillosa herencia. Qué difícil es, desde luego, construir durante decenios un patrimonio editorial de excepción y qué fácil resulta destruirlo de un plumazo. Tiene razón Gerardo Ochoa Sandy cuando afirma, en un artículo escrito con motivo de los noventa años del FCE y publicado hace poco en Letras Libres, que hoy existe un “afán por acabar con la historia del Fondo”, un intento de hacer añicos su memoria.

De nuevo: ningún pesimismo, por muy penosa que sea la situación actual. Resistir e insistir, sí. Hoy existen otros canales de diálogo, y Letras Libres es sin duda uno de los más importantes, no solo para la comunicación entre México y España sino también entre todos los países hispanos. Será preciso reinventar un nuevo tejido de relaciones entre México y España al margen del mundo “oficial” y político. La poesía, ya sabes, se mueve como una especie de sociedad secreta, como decía Paz, y algunas obras, al cabo de pocos años, de pronto afloran y se vuelven imprescindibles en medio de no sé cuánta mercancía editorial con fecha de caducidad inmediata. En el subsuelo de la sociedad y de la historia nacen obras destinadas a permanecer, a impugnar ideologías, burocracias, sorderas y cegueras. Solamente ahí serán posibles, a mi juicio, las convergencias, los encuentros, esa “comunidad de solitarios” en que lo poético circula y se vuelve fecundante. Es lo que consiguieron Alfonso Reyes en España o los republicanos españoles en México. Eso no quiere decir, sin embargo, que no se busquen nuevas formas de colaboración, por ejemplo, entre centros como la madrileña Residencia de Estudiantes y El Colegio de México, que ya han dado frutos importantes. El mismo Colegio resulta ejemplar publicando libros como A vueltas con el exilio, de Antonio Carreira, o el de Amelia de Paz El verbo cautivo, sobre el poeta Juan José Domenchina, testimonios de una comunicación de “soledades” españolas y mexicanas que no puede ni debe interrumpirse. ~

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(Ciudad de México, 1961) es poeta, ensayista y editora de poesía en Letras Libres. Este año su libro Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) recibió los premios Mazatlán de Literatura y Xavier Villaurrutia.

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(Santa Brígida, Gran Canaria, 1952) es poeta y traductor. Ha publicado recientemente La sombra y la apariencia (Tusquets, 2010) y Cuaderno de las islas (Lumen, 2011).


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