Ser o no ser turco en Cataluña

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Según el vicepresidente de la Generalitat de Cataluña, todo catalán que escriba en castellano o es anticatalán o es turco, cuando no ambas cosas. Así lo ha manifestado ante las cámaras de la televisión alemana. Ya se sabe: además de antisemitas, los alemanes son un incordio. Tienen la manía de preguntar lo que no se entiende, signo inequívoco de mala educación. Por ejemplo, que por qué en la Feria de Frankfurt de este año, donde la invitada de honor era “la cultura catalana”, el gobierno catalán no quiso verse representado por escritores nacidos en esa región que los alemanes tienen la manía de leer desde hace décadas, como Juan Marsé, Eduardo Mendoza o Juan Goytisolo. “Es que son a Cataluña lo que los turcos a Alemania”, o algo parecido, fue la respuesta de este cómico disfrazado de político, reconocido autor de una parodia del Ecce Homo interpretada en la mismísima Tierra Santa. Poca broma con los cómicos metidos a políticos (y viceversa). Cierto dirigente alemán también deleitaba a las masas con sus interpretaciones burlescas, como sutilmente vio Chaplin, y no pocos de sus compatriotas, que se habían pasado varios siglos haciendo ingeniosos chistes sobre los judíos, un buen día se cansaron del género ligero y decidieron tratar el tema con mortal seriedad teutona.

Los catalanes, al igual que los otros españoles, viven hoy en un Estado miembro de la Unión Europea que garantiza el ejercicio de sus libertades democráticas, pero la aplastante mayoría de la clase política catalana lleva tres décadas aplicando las viejas recetas reivindicativas del nacionalismo a la Fichte. Con consecuencias que no esperaron, por cierto, la cita de Frankfurt para manifestarse. Imperan en esta comarca de un Estado, repito, plenamente democrático ideas tan pintorescas como que la cultura catalana es titular de derechos históricos, que éstos aún no han sido plenamente reconocidos, y que la culpa de que esto sea así la tiene España. Esta “leyenda negra” local se deshace fácilmente al ponerla en contacto con la realidad. O debería. Bastaría con recordar que en democracia, titulares de derechos sólo son las personas, no las lenguas o las culturas, o que los catalanes no esperaron a que Franco los obligara a nada para ser tan españoles, por ejemplo, como los andaluces y extremeños, que los empresarios catalanes estuvieron encantados de poner a trabajar en sus fábricas y a los que Cataluña debe, en parte, la prosperidad económica de la que gozó en tiempos de la dictadura franquista. Pero como bien sabía el pastor Swift, no se puede sacar de su error a quien se niega a reconocer que entre lo verdadero y lo falso haya alguna diferencia.

Cuando se manifiesta esta forma de ceguera, invariablemente estamos ante ese glaucoma de la inteligencia que son las ideologías. Quienes padecen la forma más aguda de esta dolencia son precisamente los que hacen su oficio del manejo de las ideas. No tiene sentido fingir que estamos ante una paradoja: al menos desde que Julien Benda la diagnosticara en 1927, los intelectuales saben que la traición a tres valores de los que antaño los “clérigos” derivaron utilidad social y prestigio (la justicia, la verdad, la razón) es jugoso viático al reconocimiento público, y suelen ejercerla a conciencia. Los ejemplos son tan abundantes y conocidos que sería vano volver a recitarlos. Pero como las vías de la traición siguen siendo misteriosas, la actualidad catalana nos brindó recientemente un ejemplo inmejorable de que se puede a la vez traicionar esos valores y manifestar pública repulsa a la propia traición, en lo que sin duda constituye una aportación local a aquel ketman tan lúcidamente descrito por Czeslaw Milosz.

Un nutrido contingente de escritores ha suscrito una declaración de repulsa al despido de la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi de la radio pública catalana. Peri Rossi participaba desde hacía dos años como tertuliana en un programa de esta emisora. Siempre había utilizado el castellano, que no sólo es su lengua materna y la de la mayoría de los catalanes, sino que es reconocida como lengua cooficial de Cataluña, junto al catalán. Ahora el gobierno local, que ejerce una coalición de partidos simultáneamente de izquierdas y nacionalistas, ha legislado que la única lengua utilizada en la radio y televisión públicas sea el catalán. Esta exclusividad del catalán es ya una realidad en todos los ámbitos de la administración pública pero no siempre está normada por ley, y una de las misiones que se han asignado los gobiernos de la región es legalizar lo que en muchos casos ya era normativo: “el uso exclusivo del catalán” pese a no tener aún rango de ley y, lo que es más importante, a pesar de conculcar derechos básicos garantizados por la Constitución española, norma legal de rango superior a los Estatutos de autonomía.

Por descontado, el cese de Cristina Peri Rossi fue un atropello, y denunciarlo es lo que deben hacer no sólo sus colegas de profesión, sino cualquier ciudadano apegado a aquellos tres valores señalados por Benda. Hasta aquí, todo parece normal. Pero hay algo que llama la atención: muchos de los firmantes no sólo no habían movido hasta ahora un dedo para denunciar las políticas de proscripción del castellano en Cataluña, sino que no pocos de ellos manifiestan sus simpatías hacia el “catalanismo”, que es la versión light y presentable en sociedad del antidemocrático nacionalismo catalán. Como no ejerzo la adivinación, ignoro qué ha movido a estos denunciantes a hacer acto público de selectiva indignación. Pero tengo la sospecha de que lo que se pretende denunciar no es que pueda considerarse a Peri Rossi “culpable”, sino el hecho de que alguien de su notoriedad resulte no estar a salvo de las arbitrariedades del poder.

El caso es que Cristina Peri Rossi, de hecho, es culpable. Y no de cualquier crimen, sino del tratado por los nacionalistas que gobiernan Cataluña desde hace casi tres décadas como de lesa patria por definición, ya que la escritora uruguaya, pese a “vivir y trabajar en Cataluña”, como diría Jordi Pujol, no ha hecho de la lengua catalana su vehículo de comunicación y en su lugar utiliza el castellano. Que esto sea así, que se pueda ser culpable en Cataluña de utilizar el castellano y que ello pueda derivar en sanciones y despido, es lo genuinamente denunciable. Quizás Peri Rossi no sea plenamente consciente de ello, pero cuando se siente obligada a disculparse por no hablar en catalán y para ello aduce su impecable historial de defensa de las ideas de izquierdas, lucha contra las dictaduras y “respeto a la lengua catalana” (hay que ver qué manía con lo alegórico; una vez más: las lenguas no son ni dignas ni indignas de respeto, en cambio sí lo son las personas), les está dando a sus verdugos, como dice la expresión francesa, “des verges pour se faire fouetter”.

Sin duda es denunciable que Peri Rossi haya sido cesada de un programa de radio por expresarse en castellano y no en catalán. Pero no porque “esto no se le hace a una poeta como ella”, sino porque es efectivamente culpable de haber violado normas y leyes que tipifican como falta y aun delito la no utilización del catalán en el ámbito de las instituciones públicas (y también, por cierto, en el comercial) que, a pesar de haber sido aprobadas por un parlamento democráticamente elegido, son flagrantemente antidemocráticas. No se me ocurriría basar mi apoyo y solidaridad a Cristina en la negación de esta realidad escandalosa: que hoy se puede legalmente censurar y castigar a cualquiera que “viva y trabaje en Cataluña” por expresarse en una de sus dos lenguas. Como tampoco sería justo ocultar que ello sucede y, es de temer, seguirá sucediendo sin que la mayoría de los intelectuales estampe su firma al pie de ninguna denuncia. ~

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(Caracas, 1957) es escritora y editora. En 2002 publicó el libro de poemas Sextinario (Plaza & Janés).


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