Si crees en esto ya no tienes que preocuparte de nada más

Un viaje en coche compartido, dos ancianas y un pinchazo en mitad de Castilla. 
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La semana después de las elecciones viajé en un Blablacar con dos ancianas de 86 y 87 años. Conducía un hombre en la veintena que las recogió en la puerta de su casa en Madrid. Al subirme al coche, la más joven me preguntó si usaba mucho ese taxi. Su sobrina les había reservado el viaje. La mayor era callada, tímida y no se la entendía al hablar. La menor era muy juvenil, habladora y, pronto descubrí, profundamente intolerante.

En las siete horas de viaje (pinchazo incluido a la altura de La Roda; tuve que esperar dos horas con ellas en un bar de carretera a que el conductor llevara el coche a un taller) aprendí lo siguiente de ellas: nunca habían estado con un hombre, nunca se habían casado y, por lo que parece, solo una de ellas fue cortejada una vez, cuando era muy joven, por un “rojo” que su familia no aceptó; vivían en un piso de lujo en la calle Alcalá, pero eran originalmente de Ojós, un pueblo en el Valle del Ricote cercano a Murcia (allí es a donde las llevábamos); la menor había trabajado como enfermera para familias ricas de Madrid (condes, duques; hizo una lista de nombres que he olvidado) y nunca se había tomado vacaciones, nunca había ido al cine o al teatro, nunca había salido de España.

Saliendo de Madrid, la menor, la única que hablaba, mencionó las elecciones. Votó a Rajoy, pero no hizo ningún elogio. Dijo que España no quiere comunismo, pero le tenía más odio al PSOE. “Pedro Sánchez es un hermafrodista (sic)”. También un maleducado y un zafio. Luego comentó que Felipe González se había ido de viaje con su familia a la Gran Muralla China. Y que quién pudiera hacer eso, que vaya cara más dura. He buscado la noticia y es de 1985. Fue con su mujer, Miguel Boyer, Javier Solana (entonces ministro de cultura) y el ministro de exteriores Fernández Ordóñez. En una pequeña crónica de El País el redactor escribe: “Durante el descenso, la esposa del presidente perdió una sandalia y el portavoz del Gobierno, Solana -como muestra la fotografía-, le ayudó a colocársela.” En otra crónica, de Félix Bayón, el tono parece del nodo: “González desafió a su séquito y marchó cuesta arriba durante medio kilómetro, diezmando a la comitiva.” De los años de González, la anciana solo recuerda un viaje anodino a la muralla china en el que la mujer del presidente, Carmen Romero, compró unas camisetas de pandas a sus hijos. Algo debió ocurrirle entonces para recordarlo tanto. Le marcó ideológicamente, y de manera muy caprichosa.

No tardó en sacar el tema del orgullo gay. “Orgullo de qué, de qué puedes estar orgulloso, si es una enfermedad”. Decía que tenía pruebas, que había tratado, en el hospital en el que trabajó durante el franquismo, a “desviadas” que decían sentirse hombres. Me produce escalofríos pensar qué hacían con esa gente. En un artículo en Jot Down sobre la homosexualidad durante el franquismo, Álvaro Corazón Rural dice que se les aplicaban “terapias aversivas -medicación para inducir el vómito o descargas eléctricas mientras se les mostraba pornografía homosexual-, electroshock o lobotomías”. Cita una conferencia del psiquiatra López Ibor: “Mi último paciente era un desviado. Después de la intervención del lóbulo inferior del cerebro presenta, es cierto, trastornos en la memoria y la vista, pero se muestra más ligeramente atraído por las mujeres.”

El pinchazo lo sufrimos a mitad de camino. Bajamos del coche, el conductor llamó a la grúa, y yo ayudé a las dos señoras a salir del arcén y llegar a un merendero. La hermana joven comenzó a recoger cardos y flores feas que crecen en los arcenes. Hizo un ramo y lo conservó hasta llegar a casa. La otra señora paseaba por el merendero diciendo que le gustaba mucho el sol. Parecían disfrutar de esa penitencia, como si el pinchazo fuera un designio divino que confirmaba que no íbamos a tener un accidente. Un taxi nos recogió a las señoras y a mí y nos dejó en un bar en La Roda. La hermana joven me invitó a una coca cola y unos frutos secos y me dio consejos sobre el matrimonio, como los curas aconsejan sobre la sexualidad. Cuando finalmente el conductor del Blablacar volvió con el coche arreglado y nos pusimos de nuevo en marcha, nos habló de Adán y Eva, de creacionismo y de la naturaleza. Al terminar, dijo: “Si crees en esto ya no tienes que preocuparte de nada más.” Es una filosofía de vida, y es aplicable a todo lo que dijo durante el viaje.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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