Síndrome Mona Lisa

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Hace unas semanas, una mujer rusa, irritada por la negativa del gobierno francés a concederle la nacionalidad, se escabulló por los pasillos del Louvre con una taza de té (English Breakfast, de hecho), recién adquirida en la cafetería del museo, y una vez que se encontró en la sala de pintura italiana del renacimiento, la lanzó con fuerza contra el cristal que, felizmente, desde hace unos años protege a la Mona Lisa, a la que entonces nada le pasó. No es la primera vez que la pobre Gioconda (condenada a sonreír eternamente) es objeto de la ira de algún visitante: en 1956, un hombre –al parecer aquejado por el síndrome de Stendhal*– intentó verter, por fortuna, con no muy buen tino, ácido sulfúrico sobre la superficie del lienzo (dañando ligeramente el borde inferior). Ese mismo año, un joven boliviano, después de contemplar largamente el retrato, le tiró una piedra que malamente despegó una mota de pintura a la altura del codo izquierdo de la Mona Lisa. Y finalmente en 1974, una mujer en silla de ruedas –molesta por la escasez de rampas en el Museo Nacional de Tokio, donde el cuadro se encontraba de visita– roció una lata de laca roja contra la obra, ya entonces resguardada tras un vidrio blindado. Eso, desde luego, sin contar el célebre robo de 1911 –pintoresco episodio en el que Picasso y Apollinaire se vieron implicados y fueron interrogados por la policía–. Como era de esperarse, en esta ocasión la policía se apresuró a poner el incómodo caso en manos de la psiquiatría. (Siempre es mejor diagnóstico la locura que el desencanto con tintes terroristas.) Cualquiera, sin embargo, puede reconocer la lucidez detrás de ese ataque dirigido con toda precisión al corazón de la France. La mujer, una vez desairada, no arremetió contra lo primero que se le cruzó en la calle. Seguro pensó: “una de dos, o la Torre Eiffel –una presa difícil para una taza de té– o la reina del Louvre”, que curiosamente es, ella sí, una francesa naturalizada. ¿Qué habría hecho la mujer rusa si hubiera sabido que en realidad, la Joconde, como le dicen los franceses, nació italiana**? Quizá sólo desencantarse todavía más.

– María Minera

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*Padecimiento psicosomático que puede causar palpitaciones, confusión, vértigo y sensación de ahogo, cuando un individuo es expuesto a una dosis excesiva de un arte especialmente hermoso. Se le dio este nombre después de que el escritor francés Stendhal, describiera su propia experiencia del fenómeno, durante su visita en 1817 a Florencia, en su libro Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio. El médico que lo atendió entonces le diagnosticó: “sobredosis de belleza”.

**Porque da Vinci era italiano y, además, se encontraba pisando el suelo de la Toscana al momento de pintarla. Por si eso fuera poco, la modelo en la que se basó el maestro florentino también era italiana: Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo (de ahí que se la conozca como la Gioconda, nombre que, por cierto, en italiano significa feliz). Así que por donde se la vea.

El ladrón

El hueco después del robo

El cuadro recuperado

(Fotografías tomadas de Vanity Fair)

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(ciudad de México, 1973) es crítica de arte.


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