Tienen razรณn cuando se afirma que cada vez cuesta mรกs trabajo estar a la altura de las cosas que las crรณnicas periodรญsticas cuentan. El 17 de julio de 1950, Josรฉ Lins do Rego describรญa en el diario el momento de salir de Maracanรก tras la final de la Copa del Mundo en la cual Brasil habรญa caรญdo 2-1 frente a Uruguay: “Vi a un pueblo con la cabeza baja, con lรกgrimas en los ojos, sin habla, abandonar el estadio como si volviera del entierro de un padre amadรญsimo”.
El destino trรกgico parece exigirle mรกs a la prensa, acometer la derrota con toda teatralidad, como si el mundo se desgarrara en un alarido. Avasallados en casa, 7-1 por la selecciรณn de Alemania —su peor derrota en cien aรฑos—, los diarios brasileรฑos fueron del luto del Metrode Sao Paulo y el epitafio de A Tarde (“Aquรญ yace el sueรฑo del hexa en 2014. Muerto de vergรผenza”), a la negaciรณn del Estado de Minas con una primera plana que exigรญa valor para dar la vuelta a la pรกgina o la lista de sentimientos enumerados por Lance! (“Indignaciรณn, ira, dolor, frustraciรณn, irritaciรณn, vergรผenza, pena, desilusiรณn”).
Los titulares, tomados de manera literal, eran el escandalizado reporte de un parte de guerra y el fin de la inocencia infantil, aunque muy pocos alcanzaron el nivel del diario mexicano La Razรณn, capaz de equiparar el resultado del juego con el 11-S y el desplome de las Torres Gemelas, con la mala tarde de los brasileรฑos. La tragedia tiene su propio lenguaje (“El horror, escondido como un animal inmundo, esperรณ a que saliรฉsemos de la estupefacciรณn para saltarnos a la garganta”) y la prensa no deberรญa infectar el futbol con รฉl, como si los desapasionados del deporte fueran indiferentes a un crimen de lesa humanidad.
Escribรญa Josรฉ Woldenberg al inicio del Mundial, que esto se trataba de distraerse por el gusto de distraerse, de volver a la niรฑez, “de fingir que importa —y mucho— la anotaciรณn de un gol”. Y si no se gana, no pasa nada. Tras la eliminaciรณn de Mรฉxico, el “no era penal” se volviรณ una frase lรบdica que permitรญa procesar con humor la derrota. La aerolรญnea holandesa KLM puso su cuota en twitter con una broma grรกfica que recibiรณ una respuesta agresiva de un actor frustrado y sin tiempo para enfriar la cabeza, como el que se tiene para pensar el titular de un diario.
Apenas en julio de aรฑo pasado, el diario Rรฉcord de la ciudad de Mรฉxico se arrogaba la representatividad de los aficionados y empleaba su primera plana para escalar sus comentarios hasta exigir pรบblicamente su renuncia al director tรฉcnico nacional. El asunto lleva de regreso al texto el periodista peruano Jaime Pulgar Vidal, publicado hace unos nueve meses, y en el cual se oponรญa a la idea de que al periodista a veces no le queda mรกs remedio que hablar como hincha, pretendiendo que refleja algo del sentir de la colectividad: “Uno no es vocero del hombre de la calle porque hemos estudiado para distanciarnos de รฉl, para comprender los hechos y para hacerle llegar a nuestros lectores o auditores —es decir el hombre de la calle—, un mensaje que le permita comprender un hecho determinado”.
Es complicado producir informaciรณn confiable con colores en la camiseta; la รบnica expresiรณn de solidaridad del periodista es la exigencia a su propio trabajo. Es contradictorio hablar de periodismo y apelar a la verdad desde la emociรณn mรกs primitiva o desde la ramplonerรญa patriotera (Bild, el principal diario sensacionalista alemรกn usรณ despuรฉs del 7-1 un mesurado “Sin palabras”). Poco antes del arranque del Mundial, The New York Times enviรณ a Brasil a uno de sus colaboradores, el ilustrador Christoph Niemann, a buscar el espรญritu del juego y se encontrรณ con aficionados agobiados por terribles fantasmas que desaparecรญan en las cascaritas jugadas en las barriadas, donde todos al final saben que se trata de un juego. No algo que lleve a decretar un duelo nacional, no algo comparable con una tragedia de miles de muertos. Un juego.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).