Su peor enemigo

El gobierno de España tiene problemas con los medios de comunicación y ha cometido un grave error con la radiotelevisión pública.
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Es habitual que en verano los gobernantes hablen de los libros que piensan leer. Lo hicieron algunos presidentes españoles, como José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, y seguramente Jonathan Franzen se acuerda de que también lo hizo el presidente de Estados Unidos. España vive una situación de emergencia y este verano el presidente del gobierno no tiene tiempo para frivolidades. En una nueva prueba de que la crisis no solo nos hace más pobres, sino también peores, el presidente del gobierno ha tenido que limitarse a cosas importantes, como cumbres europeas y partidos de la selección de fútbol. En algunas áreas parece más cómodo que otras: cuando explica sus políticas, da la sensación evidente de que preferiría estar en otro sitio, y por otra parte es un político que ha declarado que su periódico es el Marca.

Esa filiación intelectual le habría alejado para siempre de la vida pública en un hipotético país serio, pero tampoco se le puede echar toda la culpa. Quizá tenga razón y ese antiintelectualismo (que se extiende a su forma de explicar los problemas de deuda con el símil de la economía familiar) le beneficie. Zapatero también se reservó la celebración de los triunfos deportivos. Como se cuenta que dijo Alexandre Ledru-Rollin, “Tengo que seguirlos, soy su líder”. Pero, aun así, su renuencia a explicar la situación es profundamente desalentadora y cobarde. Su relación con los periodistas es deprimente y uno tiene la sensación de que el único realizador que podría hacer justicia a sus ruedas de prensa es José Luis Garci. Mariano Rajoy tiene algo profundamente antiguo y, pese a su indiferencia hacia la literatura, comparte la querencia española por la figura del cesante que inmortalizó Benito Pérez Galdós. Ese aire decimonónico se combina con un nuevo estilo político: ha anunciado que romperá sus promesas las veces que sea necesario. Rajoy ha dado cierto carácter metafísico al tópico del gallego en la escalera, y ha hecho que todos entendamos que la frase “No he tomado ninguna decisión” sobre el rescate significa que el rescate es solo cuestión de tiempo. Apenas ha concedido entrevistas a los medios de comunicación. Huyó de los reporteros por una puerta lateral. Mientras hacía paripés patrióticos sobre Gibraltar, su gobierno presentaba nuevas medidas a la prensa extranjera antes que a la española y mostraba que en España soberano solo es una marca de brandy. En su discurso de evaluación de sus primeros meses en el gobierno, se le pasó mencionar un recorte de 100.000 millones de euros. Un despiste lo tiene cualquiera, pero el conjunto parece indicar ciertos problemas de comunicación.

Esos fallos han resultado más graves en el tratamiento de RTVE. El PSOE había iniciado una reforma que postulaba que el director de la corporación sería elegido en el congreso por una mayoría de dos tercios. El gobierno cambió la normativa; ahora basta con mayoría absoluta. Sin duda, la reforma anterior era insuficiente: la radiotelevisión pública debería ser mucho más independiente. Debería regirse por un criterio profesional y producir miedo al partido en el gobierno y a los partidos de la oposición. Esas formaciones deberían sentir que el medio los ataca injustamente. Pero esa reforma insuficiente había proporcionado la mayor independencia editorial de la historia de la radiotelevisión española. No se puede atribuir únicamente a la nueva estructura: gran parte del mérito se debía a profesionales como Fran Llorente, recientemente destituido de su cargo de director de informativos. Estos días de agosto en que hasta los columnistas de televisión están de vacaciones también han sido cesados los periodistas Xabier Fortes y Ana Pastor.

La televisión pública española ha sido menos sectaria que nunca estos últimos años. Ha recibido numerosos reconocimientos, sus debates aspiraban a cierta pluralidad y no tenía el sesgo evidente que existía bajo los gobiernos de Felipe González y José María Aznar (en el segundo caso, con una condena incluida). Tiene grandes profesionales y es posible que siga siendo así. Sin embargo, es asombroso que el gobierno haya vuelto a un modelo anterior, y que como director de informativos de TVE el PP no haya encontrado a nadie mejor que Julio Somoano, que anteriormente trabajó en la corporación pública y hasta hace poco trabajaba en Telemadrid. Somoano escribió una tesina donde explicaba qué debía hacer el PP para ganar unas elecciones. Algunas de sus recomendaciones (dejar de alimentar las teorías de la conspiración sobre el 11-M o de combatir el matrimonio homosexual) parecen bastante sensatas y casi son un alivio, aunque la postura general no da una sensación de ecuanimidad. En otros lugares, Somoano se mostró algo más creativo y encontró cierto carácter transversal en el anterior presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. No quiero empacharme, pero Somoano ha escrito, por ejemplo:

1)Si Stalin despilfarró en mármol hasta convertir las estaciones de metro de Moscú en Palacios del Pueblo, ZP derrocha en pinganillos de oro para rebautizar el Senado como el Palacio del nacionalismo.

            2)Goebbels era un aficionadillo al lado del Maquiavelo de León.

RTVE debe ser, como decía el anuncio, la de todos. Para ello es necesario un nuevo diseño institucional. Es una pena que el PP haya dado marcha atrás a los avances del gobierno anterior, y que algunos miembros del partido piensen que, en un medio de comunicación público, un periodista es peor que un perro de presa.

 

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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