Cada San FermĆn vuelven las guerras culturales entre los partidarios y los contrarios a la tauromaquia. El debate es caĆ³tico, sentimental e identitario. TambiĆ©n estĆ” lleno de contradicciones. Los taurinos que denuncian una persecuciĆ³n de sus ideas piden precisamente perseguir y censurar a quienes ofenden la tradiciĆ³n. Muchos de ellos critican la sobreprotecciĆ³n estatal de determinadas minorĆas pero buscan esa protecciĆ³n cuando, al sentirse atacados, reivindican de pronto su condiciĆ³n de minorĆa.
Aunque hay muchos argumentos en defensa de la tauromaquia, casi todos muy pobres, el principal es la tradiciĆ³n. Es fĆ”cil de desmontar lĆ³gicamente, porque no es en sĆ mismo un argumento. Pero opera en el plano de los sentimientos, lo que impide su refutaciĆ³n total.La tradiciĆ³n en este caso es un sentimiento religioso: como estĆ” muy arraigada en su identidad, o en una identidad colectiva, los taurinos creen que requiere algĆŗn tipo de protecciĆ³n y compensaciĆ³n. Pero tambiĆ©n los racistas estĆ”n muy apegados a sus ideas, y no por ello se les debe compensar cuando se sienten ofendidos.
Muchos antitaurinos han celebrado la muerte del torero VĆctor Barrio esta semana. Han considerado que la vida de un ser humano equivocado vale menos que la de un toro. Esto dificulta un debate necesario sobre la crueldad animal y la protecciĆ³n de las tradiciones por el hecho de serlas. TambiĆ©n ha aumentado el victimismo de los taurinos. Para defender la libertad piden lĆmites a la libertad de expresiĆ³n.
El debate sobre las crĆticas a la tauromaquia y los lĆmites de la libertad de expresiĆ³n ha coincidido con la reapertura del caso de Guillermo Zapata y el de CĆ©sar Strawberry, acusados de enaltecimiento del terrorismo en Twitter. Se plantea, como todo debate sobre libertad de expresiĆ³n en EspaƱa, como otra guerra cultural. Por una lado, muchos de sus defensores estĆ”n mĆ”s enfadados porque creen que no se actĆŗa igual contra obispos homĆ³fobos, polĆticos racistas y tertulianos machistas que porque estĆ” en peligro la libertad de expresiĆ³n. Y los que piden con dureza que CĆ©sar Strawberry y Guillermo Zapata, o los energĆŗmenos que han difamado a VĆctor Barrio, vayan a la cĆ”rcel no suelen pedir lo mismo para obispos homĆ³fobos, polĆticos racistas y tertulianos machistas. Usan la ideologĆa como un atajo. Es tan difĆcil distinguir entre un delito de odio y la libertad de expresiĆ³n que se refugian en la ideologĆa, como en la tradiciĆ³n, para saber lo que piensan. La vara de medir es diferente para mĆos que para otros.
El juez Pedraz archivĆ³ en marzo la denuncia contra Zapata alegando que “publicĆ³ una frase que ha ofendido a unos; mas no existe un derecho a no ser ofendido. Al menos, y en favor de la libertad de expresiĆ³n, en las democracias no aparece tal derecho en el catĆ”logo de los derechos fundamentales.” La convicciĆ³n de uno puede ser blasfemia para otro. Por eso no deberĆan existir los delitos de ofensa a una religiĆ³n, y no se deberĆa exigir que esa protecciĆ³n se extienda a otras ideologĆas. Es verano, vuelven las guerras culturales y todo el mundo pregunta “¿quĆ© hay de lo mĆo?”.
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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacciĆ³n de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemĆ”n' (Libros del Asteroide, 2023).