Elizabeth Loftus, de la Universidad de California-Irving, afirma que es completamente factible alterar y reconstruir la memoria casi al antojo. Loftus apoya sus afirmaciones en una serie de observaciones y experimentos que encuentran explicación o se basan en la sugestión. Un caso famoso es el de los ataques del francotirador de Washington en 2002. Al parecer, en el primer atentado alguien creyó ver que los disparos provenían de una camioneta blanca. Luego la repetición mediática de este detalle predispuso a los testigos de ataques posteriores a recordar haber visto una camioneta blanca en el lugar de los hechos. Cuando fue atrapado, el francotirador iba en un auto azul. Pero hay más. En otro experimento se muestra a los sujetos una foto trucada en la que figuran junto a sus padres a bordo de un globo aerostático. La sugestión se refuerza gracias a la complicidad de las familias. Más tarde, cuando se les pide que describan el recuerdo de aquella situación inexistente, un alto porcentaje de los encuestados no sólo aseguran haberlo vivido sino que agregan descripciones detalladas al respecto. Loftus hace hincapié en las implicaciones judiciales que tienen estos descubrimientos en un país como EE.UU., donde las declaraciones de un testigo ocular te pueden enviar al corredor de la muerte.
Resultados no menos asombrosos se obtienen al medir los efectos de la publicidad nostálgica. Se le entrega a los sujetos un anuncio de Walt Disney World en el que se recrea dramáticamente la clásica escena del niño estrechándole la mano a Mickey Mouse. Al final, una gran mayoría dice haber revivido dicha experiencia y siente deseos de volver al parque temático. En otra variante del experimento, se hace lo mismo pero cambiando a Mickey Mouse por Bugs Bunny. La respuesta de los encuestados es la misma, sólo que ésta vez el recuerdo ha sido necesariamente implantado, ya que Bugs Bunny no pertenece a Walt Disney sino a la Warner.
Loftus afirma que la exposición a uno de éstos “anuncios autobiográficos” altera el recuerdo que el consumidor tiene de su propia experiencia infantil e incluso llega a producir artificialmente el recuerdo de una vivencia que nunca tuvo lugar. Como vemos, dichos experimentos suscitan unas cuantas intuiciones que sobrepasan el terreno de la psicología del consumidor.
La primera vez que viajé a EE.UU., una de las cosas que más me llamó la atención era que todos los establecimientos insistían en dejar constancia de la fecha de su fundación (Frank’s, since 1897). En un principio me pareció que se trataba de simple fervor por la historia: la nación joven enterrando sus cimientos. Después, en una calle de Tampa acondicionada para el ocio y la juerga nocturna, vi una placa de bronce que conmemoraba un famoso duelo entre un cubano comerciante de puros y un terrateniente sureño a finales de 1867. Ya no recuerdo quién ganó, ni qué importancia tuvo el duelo para la ciudad. El caso es que el tono legendario de la placa y el aspecto “conservado” y “de época” que tenía la ruidosa calle convirtieron la anécdota histórica en una memoria embalsamada, en una versión plastificada de lo que verdaderamente debió ocurrir. Me sentí entre confuso y timado. Por fortuna las visitas posteriores a distintos parques temáticos, donde viví experiencias similares, dejaron clara la razón de mi perplejidad: aquella vez me había visto inmerso en un recuerdo falsificado. Fue mi primer contacto con las tradiciones de cartón-piedra.
¿Nunca les han llamado la atención por poner un ejemplo entre muchos esas cajas de cereales en las que se cuenta la leyenda de cómo la abuela Margaret Pilgrim obtuvo la receta mágica de sus deliciosas hojuelas crujientes? ¿El producto novedoso y sintético cuyo gancho comercial es lo ancestral y lo natural?
Es famoso el argumento que la Royal Society de Londres le dio a los primeros paleontólogos que con sus descubrimientos refutaban la edad del planeta según las escrituras: Dios, contestaron los académicos ante los huesos de los dinosaurios, hizo el mundo viejo para poner a prueba nuestra fe. De manera análoga y con fines igualmente reaccionarios, ahora hacemos que lo viejo tenga un aspecto renovado y la “restauración” es actualmente un ejercicio de ilusionismo que pretende dejar barrios y ciudades enteras sin espíritu ni personalidad. Pero no sólo en EE.UU. o en Londres o en París. También en Lavapiés, en los muelles de Lisboa, en la huxleyana Colombia de Uribe, en la Barcelona posolímpica, en Buenos Aires, estamos creando espacios para que la gente pierda la memoria o recuerde de una determinada forma.
Se pregunta uno: ¿qué postura adoptar entonces si el proceso parece irreversible?. De momento yo, enemigo declarado de la paranoia y el victimismo, he decidido aprovecharme de los descubrimientos de la doctora Loftus en mi propia familia. Así es como he logrado convencer a mi abuela de que es hija de mi mamá, a mi hermana menor de que el hombre desciende del caballo y a mi primo de que sufrió un accidente mortal durante su infancia y que por lo tanto su existencia actual es un fenómeno paranormal. La cosa promete. ~
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