¿Quién llora a los migrantes muertos en el Mediterráneo, en el desierto de Sonora, en el mar de Andaman, en el Índico, en las fosas comunes en México? ¿Qué revela el cuidado de los migrantes muertos sobre las sociedades en las que vivimos? ¿Poner esas muertes en el centro de la discusión pública, como en el caso de la foto del niño sirio en la playa europea hace unos meses, contribuye a cambiar las políticas responsables de las condiciones que contribuyeron a la pérdida de esta y muchas otras vidas? ¿Cómo dignificar las imágenes de los migrantes muertos? ¿Qué revelan los objetos que los migrantes muertos o desaparecidos dejan en el camino? ¿Qué tipo de cuidado se le da a sus restos y qué revelan estas prácticas forenses sobre la distinción entre las vidas que cuentan y las que no? ¿Es posible el duelo individual y el duelo colectivo cuando no hay nombres, cuando no hay restos que identificar o cuando esos restos cruzaron la frontera y es imposible repatriarlos?
Tres libros publicados este año por jóvenes antropólogos exploran estas y otras preguntas sobre las vidas no lloradas, los migrantes que no importan y las políticas del duelo. Es importante leerlos para entender el contexto actual, en el que diario mueren decenas de personas en su intento por llegar a un lugar en donde puedan tener una mejor vida o, simplemente, vivir. ¿Qué responsabilidades tienen gobiernos y sociedad frente a estas pérdidas? ¿Qué soluciones hay? Aquí se articulan algunas de las respuestas:
- Adam Rosenblatt, Digging for the Disappeared: Forensic Science After Atrocity
- Jason de León, The Land of Open Graves: Living and Dying on the Migrant Trail
- Maurizio Albahari, Crimes of Peace: Mediterranean Migrations at the World's Deadliest Border
es profesora de estudios globales en The New School en Nueva York. Su trabajo se enfoca en las políticas migratorias de México y Estados Unidos.
