A eso de las once de la noche el hombre (de unos setenta años, con aspecto que mi muy falible psicosociología amateur inmediatamente fichó como de burócrata menor recientemente despedido) entró en el semivacío vagón del metro (línea 3), tosió para aclararse la garganta, se disculpó por “la molestia que nos causaba”, requirió nuestra “amable atención” para unos versos suyos escritos “en memoria de alguien muy querido” y empezó:
“Años hace que murió Abuelita…”.
Así, de decasílabo en decasílabo, nos informó de que durante el entierro de la abuelita los parientes lo habían regañado porque él no derramaba una sola lágrima, pero que ahora sólo él se acordaba de la anciana, pues (¡admirable final!) “su recuerdo fuerza cobró/ como del árbol en la corteza/ se ahonda el nombre que se escribió”.
En el vagón hubo un enternecido silencio, un viajero estuvo a punto de aplaudir pero se contuvo (tal vez pensando que sería incorrecto en el momento solemne) y el hombre recorrió el pasillo del vagón ofreciendo, a cambio de “lo que sea de su voluntad”, unas hojitas en que venía impreso el poema “debido a la pobre inspiración de un servidor”.
Colectó no pocas monedas y luego se sentó a mi lado. Yo leí su nombre y apellido al pie del último decasílabo: Higinio Oropeza, y tuvimos un breve dialogo.
–¿Hace mucho que escribió usted este poema? –Sí señor, hace como unos cincuenta años; yo quería ser poeta, pero, qué le cuento, no se pudo… la vida es canija. –Y más el que la aguante. –Sí, señor, yo escribía mis versitos inspirándome en los poetas que me gustaban. –Por ejemplo don Manuel Gutierrez Nájera. –Así es, señor, ¿cómo adivinó? –¡Ejem!, yo también soy admirador del gran poeta, que por cierto también le hizo unos versos a su abuelita. –En efecto, señor, él también… y [tras un carraspeo] disculpe, con su permiso, aquí me bajo.
El hombre se levantó y descendió del vagón en la estación Hidalgo y yo me quedé meditando en los prodigios de una inspiración poética digamos universal que del siglo XIX al XXI hace pasar un bello poema desde el francés Gérard de Nerval al mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y de éste al también mexicano don Higinio Oropeza, quizá burócrata menor recientemente despedido.
¡Y una sola abuelita inspiradora de tres poetas a través de siglo y medio!
Publicado anteriormente en Milenio Diario.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.