Turba

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El cuerpo tiene cuatro esquinas y en cada dedo una sirena,
     el arco eterno del pie y el sexo aliento.
     Firme el creciente miedo y el vaho del éxtasis cercano,
     la piel alerta y el escroto en punta.
     Cayendo sobre el centro de mi cuerpo,
     revolución de músculos y sombras.

Fermentado, impreciso.
     Con las palabras en el cabo bajo
     y los pies sin raíces.
     Flaco de mí, mareado, garabato.

Como si atravesara paredes el puño de los sueños,
     vastas capas oscuras que se abren y cierran,
     losas y sepulturas.
     Así se cierra el sueño sobre sí mismo
     y deja sólo el tacto, el rasguño, el gemido.

Uno levanta estrellitas,
     pequeños versos de azúcar,
     montoncitos de arena para un castillo imaginario.
     Va arrinconándose y escabulléndose,
     ¡pecho a tierra!
     y parece que al cielo lo levantan en hombros
     y parece que el mar lo dejara tumbado sobre la playa.
     Rodemos desafanados en su línea de cristal,
     el remolino suave de placer,
     la ronca voz de la ola,
     la suave lengua del mar.
     Y no sepamos nunca a qué arenas
     orillamos.

Allí la bola,
     allí el raquetazo que la vuelve solar
     que te ilumina. –

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