Twitter no arde

Pronto, el tรฉrmino tuitero serรก peyorativo de la avidez por incrementar el nรบmero de seguidores aunque no se tenga nada quรฉ decir.ย 
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Hace no mรกs de tres aรฑos, el periodista Josรฉ Cรกrdenas se describรญa en su cuenta de Twitter como un hombre con 40 aรฑos en el oficio y comprometido con la realidad. “Odio el rumor”, decรญa tambiรฉn.

En 2010, durante el secuestro del ex senador Diego Fernรกndez de Cevallos, el periodista usรณ su cuenta para hacer pรบblicos mensajes y fotografรญas supuestamente enviados por los delincuentes. Difundiรณ tambiรฉn mentiras  basadas en informaciรณn no confirmada acerca de la liberaciรณn del polรญtico y aun de la supuesta cifra pagada por su rescate.

La frase en la que se definรญa como enemigo del rumor desapareciรณ junto con una buena parte de su credibilidad y capital periodรญstico, aunque sus seguidores aumentaron.

Twitter permite estar informado de manera instantรกnea y concisa sobre temas especรญficos, seguir hechos minuto a minuto, dar cuenta de tragedias, conocer detalles, elegir voces y fuentes. Pero tambiรฉn, como se explica aquรญ, es un lugar de experticia falaz, un lugar para posicionarse como conocedor de un tema y construir una figura a partir de laconismos que denoten [una impostada] sabidurรญa.

En un texto publicado hace unos meses en El Paรญs, Margarita Riviรจre escribรญa sobre ese mundo donde los trending topics ademรกs de marcar las prioridades del interรฉs general tienen categorรญa de opiniรณn pรบblica y en el que “hasta el mรกs tonto es capaz de hacerse un hueco en el fabuloso mundo de la notoriedad”.

Twitter se convirtiรณ en un aparador para el protagonismo y la notoriedad; miles de seguidores son sinรณnimo de influencia. Basta, pues, con una tarjeta de crรฉdito para conseguirse 20 mil lectores ficticios y una columna sabatina en un diario. Al explicar sus razones para abandonar las redes sociales, Eusebio Ruvalcaba advertรญa la relaciรณn existente entre la angustiante soledad del hombre contemporรกneo y el รฉxito de estas plataformas. Twitter es “una vitrina insoportable que a los famosos les permite estar en el candelabro mรกs allรก de lo prudente, y a los desconocidos […] sentirse ellos mismos celebridades”, decรญa.

Hace 60 aรฑos Ray Bradbury escribiรณ Fahrenheit 451, novela cuyo tรญtulo se refiere a la temperatura a la que arde el papel. Aquel texto anticipaba un futuro sin libros, una sociedad hiperconectada que sustituirรญa la conversaciรณn y la lectura con relaciones establecidas a travรฉs de una pantalla con seres inexistentes. “Llรฉnalos de noticias incombustibles. Sentirรกn que la informaciรณn los ahoga, pero se creerรกn inteligentes. Les parecerรก que estรกn pensando, tendrรกn una sensaciรณn de movimiento sin moverse”, dice uno de los personajes.

Los creyentes de las redes sociales —retomo a Ruvalcaba— tambiรฉn imaginan que su voz tiene interlocutores cabales y no se han percatado de la fugacidad de su impacto mediรกtico. Para los twitevangelizadores, la ciudadanรญa se ejerce ahora desde las redes sociales. Los hashtags a favor o en contra son incorporados al debate pรบblico como opiniรณn pรบblica y voluntad popular (aunque reduzcan toda cuestiรณn a una consigna uniformada), mientras que el protagonismo y el aplauso fรกcil se alcanzan con una mentada de madre.  

“Los libros nos recuerdan que somos unos asnos y unos tontos”, escribรญa Bradbury en algรบn punto de su novela. Tambiรฉn decรญa que los buenos escritores tocan a menudo la vida, mientras los mediocres la rozan rรกpidamente. La chรกchara incombustible de los expertos falaces de Twitter (algunos se preguntan filosรณficamente si el futuro cabe en 140 caracteres) tiende a lo segundo. No necesita arder porque lo importante, si existe, siempre es empujado por debajo de cualquier trivialidad, porque en su memoria fragmentaria nunca habrรก elementos suficientes ni claves necesarias para comprender las transformaciones del mundo. Esas se encuentran en otro lado.

Pronto, el tรฉrmino tuitero serรก peyorativo de la avidez por incrementar el nรบmero de seguidores aunque no se tenga nada quรฉ decir, la conformaciรณn de una comunidad virtual —con sus respectivos guetos— en la que todos conocen e ignoran lo mismo, incapaces de levantar la vista de la pantalla. La conclusiรณn para Margarita Riviรจre es la bรบsqueda del silencio y, con รฉl, del verdadero conocimiento, que estรก fuera. 

 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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