Mujeres lectoras debieron existir desde que se inventĆ³ la escritura y su difusiĆ³n a travĆ©s de distintos soportes materiales. El asunto es que durante siglos fueron la excepciĆ³n y no la regla. Hasta finales del siglo XVIII no solo no se consideraba necesario que las mujeres aprendieran a leer sino que era tenido por peligroso, segĆŗn se difundĆa desde una multitud de discursos religiosos, mĆ©dicos y pedagĆ³gicos. El temor generalizado era que podĆan adquirir ideas discordantes con su gĆ©nero en la medida en que los textos eran fuente de una posible corrupciĆ³n de la moral y la virtud, ambas caracterĆsticas de lo femenino.
“La joven Estela, despuĆ©s de haber leĆdo aquella primera novela, pidiĆ³ otra a su padre, que no opuso dificultad alguna a confiĆ”rsela, y a Ć©sta sucedieron otras varias. No tardaron en manifestarse los frutos de aquellas lecturas: aquella niƱa, antes tan tĆmida y modesta, gustaba de tener largas conversaciones misteriosas con otras loquillas de su edad […] sencilla antes y modesta en el vestir, habĆase hecho coqueta y vana en demasĆa. En vano buscaba el padre a su hija […] era tarde, el mal ya estaba hecho.”
“Estela o peligros de las lecturas de las novelas”, El universal, 19 de diciembre de 1848
TambiĆ©n se temĆa que las lecturas hicieran fantasear a las mujeres, pues existĆa el riesgo de que no supieran asimilar saberes superiores a su inteligencia limitada. La visiĆ³n estaba tan difundida que cientĆficos como Darwin y Einstein no fueron del todo ajenos a estos prejuicios. En palabras de este Ćŗltimo: “Como en todos los otros campos, en la ciencia el camino deberĆa facilitarse para las mujeres. Sin embargo no debe tomarse a mal si considero los posibles resultados con cierto escepticismo. Me refiero a ciertas partes restrictivas de la constituciĆ³n de una mujer que le fueron dadas por naturaleza y que nos prohĆben aplicar el mismo estĆ”ndar de expectativa a mujeres como a varones”[1].
Sin embargo, el escaso o nulo acceso al mundo alfabetizado no era una condiciĆ³n privativa de las mujeres, durante muchos siglos compartieron su destino con los pobres de las ciudades y los campesinos. Aunque es cierto que su exclusiĆ³n durĆ³ mĆ”s que la de sus pares masculinos de las clases bajas. Como puede imaginarse, se requiriĆ³ un profundo cambio de mentalidad para que las mujeres, los artesanos y los campesinos que asĆ lo quisieran pudieran, sin transgredir normas, hojear las pĆ”ginas de cualquier publicaciĆ³n con fines educativos[2]. Para el caso de las mujeres, hubo discusiones en la prensa donde se expresaron defensores y detractores de la lectura femenina.
En MĆ©xico, figuras como Carlos MarĆa de Bustamante y Jacobo de Villaurrutia, los redactores del Diario de MĆ©xico (1805-1817), llamaron a mejorar la educaciĆ³n de las mujeres porque de ellas dependĆa la crianza de los hijos y la estabilidad familiar. Tiempo despuĆ©s varios colaboradores de El Monitor republicano (1844-1896) y El Siglo Diez y Nueve (1841-1896) hicieron un llamado similar:
“¿Hacemos mal los tolerantes y liberales en recomendar y hacer que prĆ”cticamente mediante escuelas, colegios y la sociedades de beneficencia se instruya a la mujer segĆŗn nuestro rĆ©gimen democrĆ”tico y la esfera en la que ha de vivir? Creemos que es una obra meritoria abrir a sus ojos inmensos horizontes de luz, para ganar mucho en pro de la sociedad, y acabar asĆ con el desdĆ©n de muchos hombres por la vida en el hogar; y los cafĆ©s y otros sitios pĆŗblicos se verĆ”n abandonados, y en el olvido las diversiones nada provechosas… Creemos que cultivando la inteligencia femenina y la de los niƱos de manera activa y atenta formarĆ” en todas ocasiones la dicha del hogar y la sociedad”.[3]
Por otra parte, entre los que se opusieron a la lectura femenina estaban, entre otros, los redactores del periĆ³dico catĆ³lico La Voz de MĆ©xico (1870-1908) y Horacio Barreda, colaborador de la Revista Positiva durante el porfiriato, quienes defendĆan las diferencias intelectuales entre hombres y mujeres, asĆ como las labores que cada uno debĆa desempeƱar en el espacio pĆŗblico y privado. En La Voz de MĆ©xico se leĆa:
“Diremos solamente que somos felices con nuestra excelente compaƱera, que no sabe distinguir la diferencia que hay entre una oda y una tortuga; pero en cambio sabe enseƱar la doctrina cristiana a sus domĆ©sticos, y gobernar nuestra casa, y sazonar un puchero […] preferimos una joven ignorante que rece el rosario y lea al padre Ulloa, a una literata que lea las ruinas de Volney o el Ars Amandi de Ovidio […]”.[4]
Para que las lectoras disfrutaran del derecho a lo impreso no se registraron revueltas ni motines. La batalla se nutriĆ³ de desafĆos minĆŗsculos y cotidianos a los padres, al esposo, a los maestros. De ahĆ que la entrada de las mujeres, como grupo, al “mundo de los lectores” haya sido gradual. En MĆ©xico, hacia finales de los aƱos treinta del siglo xix, cuando sobre los escombros de la debilitada imprenta novohispana empezaba a consolidarse el nuevo mundo de la ediciĆ³n local, los primeros libreros-impresores mexicanos (la figura del editor que conocemos ahora todavĆa no existĆa) estaban convencidos de que bastaba con la libertad de imprenta, que habĆa garantizado por primera vez la ConstituciĆ³n gaditana de 1812, y la generalizaciĆ³n de la educaciĆ³n elemental para que poco a poco se multiplicara el nĆŗmero de lectores y ventas.
Ese entusiasmo empresarial desembocĆ³ en la creaciĆ³n de formulas editoriales y de publicaciones periĆ³dicas destinadas exclusivamente a las mujeres, que iban de los lujosos y romĆ”nticos Ć”lbumes ilustrados, con modernas litografĆas y bellas encuadernaciones, a hojas periĆ³dicas de mayor austeridad visual. De este modo, se publicaron en la ciudad de MĆ©xico, centro polĆtico que tambiĆ©n vivĆa la mayor actividad cultural, El calendario de las seƱoritas megicanas (1838-1843), Semanario de las seƱoritas mejicanas. EducaciĆ³n cientĆfica, moral y literaria del bello sexo (1841 y 1842), Panorama de las seƱoritas. PeriĆ³dico pintoresco, cientĆfico y literario (1842),El presente amistoso dedicado a las seƱoritas mexicanas (1847 y 1850), La Semana de las seƱoritas mejicanas (1851), y La Camelia. Semanario de literatura, variedades, teatros, modas, etc. (1853).
Los contenidos, el formato y la periodicidad de estos impresos eran variados, pero en todos los casos se trataba de selecciones miscelĆ”neas de textos que habĆan sido publicados en otras partes del mundo y que se traducĆan al espaƱol para su difusiĆ³n en MĆ©xico. Los textos literarios, fundamentalmente lĆricos, fueron los mĆ”s abundantes. Aunque tambiĆ©n se le dio un papel nada despreciable a la educaciĆ³n musical, religiosa y a la divulgaciĆ³n cientĆfica, con la redacciĆ³n de artĆculos sobre instrumentos musicales, historia sagrada y profana, geografĆa, astronomĆa, botĆ”nica y un largo etcĆ©tera.
Sirva una tercia de ejemplos para visualizar mejor el tipo de contenidos que se difundieron.
I. El calendario de las seƱoritas megicanas fue impreso durante cinco aƱos por el cĆ©lebre Mariano GalvĆ”n.[5] Del tamaƱo de un devocionario que cabe en la palma de la mano, se trataba de una miscelĆ”nea anual que, como su nombre lo indica, contenĆa en su primera parte un calendario de las fiestas religiosas, de los santos y de los movimientos del sol en relaciĆ³n con los astros, asĆ como efemĆ©rides. En la segunda parte se publicaba una selecciĆ³n literaria de fĆ”bulas, relatos histĆ³ricos y de viaje, pasajes de la historia sagrada, cantos y Ć³peras. Al final figuran pequeƱas litografĆas con vestidos de moda en Europa, que lo mismo servĆan para estar en la casa o para salir a pasear.
II. El presente amistoso dedicado a las seƱoritas mexicanas, tambiĆ©n anual, buscaba ser, en palabras de su editor, Ignacio Cumplido, un “periĆ³dico literario” en el que se divulgaran exclusivamente los adelantos de la literatura y del arte tipogrĆ”fico. Los dos Ćŗnicos volĆŗmenes que se publicaron incluyeron un gran nĆŗmero de poesĆas o artĆculos escritos por autores mexicanos, como FĆ©lix MarĆa Escalante, Francisco GonzĆ”lez Bocanegra, Francisco Zarco y Marcos ArronĆz, Luis G. Ortiz, JosĆ© JoaquĆn Pesado, entre otros. Los artĆculos en prosa eran en su mayorĆa fragmentos de novelas, y alguna que otra traducciĆ³n, como un texto del teĆ³logo francĆ©s Lammenais, sobre la impiedad. Las publicaciones de Cumplido, el impresor mĆ”s refinado y exitoso del siglo xix, lucĆan siempre grabados y ornamentos tipogrĆ”ficos impecables, que Ć©l mismo traĆa de Estados Unidos o de Europa.
III.Finalmente, el Semanario de las seƱoritas mejicanas, impreso por Vicente GarcĆa Torres y editado por Isidro Rafael Gondra, se publicĆ³ en cuatro tomos durante dos aƱos. Aspiraba a ser una especie de enciclopedia que proporcionara a las lectoras los conocimientos de las ciencias, las letras y las artes mĆ”s adecuadas a su sexo. Por lo que trataba de materias tan vastas como: religiĆ³n, moral, educaciĆ³n, pintura, economĆa domĆ©stica o formas de ahorrar en el hogar. Asimismo, incluĆa patrones de bordado y partituras encartadas. Su Ćndice estĆ” clasificado por materias, pues el objetivo era que las entregas periĆ³dicas se encuadernaran en volĆŗmenes que conformaran los libros de una pequeƱa biblioteca prĆ”ctica. En sus pĆ”ginas, los textos locales coexistieron con traducciones de periĆ³dicos europeos, de ParĆs y Madrid, como elDiario de las mugeres de ParĆs, laGalerĆa de mugeres de Shakespeare y el Semanario pintoresco espaƱol, ademĆ”s de muchos otros que incluĆan a Londres.
Gracias a estas publicaciones, que abrieron sus espacios a contenidos considerados legĆtimos o apropiados para la educaciĆ³n moral e intelectual de las mujeres, es que se fue consolidando la idea de que constituĆan un pĆŗblico particular, y en ese sentido un mercado al que se debĆa conquistar con buenos contenidos y formatos.
Desde el principio estaba claro que los impresores se dirigĆan fundamentalmente a las mujeres que sabĆan leer, que tenĆan tiempo libre para poder hacerlo y dinero para adquirir estas publicaciones, en buena parte por esto las publicaciones no tuvieron una respuesta masiva y la mayorĆa de ellas tuvieron una vida de unas cuantas ediciones anuales. Los mĆ”s exitosos duraron un par de aƱos, como El Presente amistoso, de Cumplido. El Calendario de las seƱoritas megicanas, deGalvĆ”n fue una excepciĆ³n por su longevidad.
Con todo y las dificultades, los impresores de la Ć©poca convirtieron a las mujeres en un pĆŗblico interlocutor y querĆan motivarlas a leer. NĆ³tese que durante estas dĆ©cadas las mujeres son solo posibles receptoras, pues no participaban en los procesos de creaciĆ³n editorial mĆ”s que de una forma marginal, insertando sus poemas o composiciones en alguna de estas revistas. Casi siempre sin firmarlas. Fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando se les vio figurar en el mundo de la ediciĆ³n, primero con cierta timidez y a medida que el siglo sucumbĆa con mayor decisiĆ³n, aunque eso es materia de una reflexiĆ³n aparte.
[1]Citado por MarĆa Lujan Bargas, “Cuando la ciencia no es tan objetiva ni neutral. Sesgos de gĆ©nero en teorĆas sobre diferencias entre los sexos”, en http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num3/sociedad-lujan-bargas-ciencia-genero-sexos.php#1, consultado el 18 de noviembre de 2013.
[2]La lectura de ocio es una prĆ”ctica posterior, que derivĆ³ de otras relaciones entre lectores y productores de lo impreso (editores, libreros, escritores), mucho mĆ”s cercanas al presente.
[3]Tancredo, “EducaciĆ³n de la mujer. Los jesuitas y la calumnia”, El Monitor repĆŗblicano, 6 de julio de 1873, pp. 1 y 2.
[4]“Vejeces exhumadas”, La voz de MĆ©xico, 7 de julio de 1870, p. 2.
[5]Este librero-impesor adquiriĆ³ notoriedad en su Ć©poca por la diversidad de sus publicaciones, que incluĆan calendarios y revistas literarias. AdemĆ”s de la versiĆ³n femenina, publicĆ³ el Calendario manual (a partir de 1826), que fue un Ć©xito editorial del momento y sigue imprimiĆ©ndose hasta la fecha.
SociĆ³loga e historiadora, especialista en historia de la lectura y los usos sociales de lo escrito, doctorante de la EHESS ParĆs.