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Hace algunas semanas circuló la noticia de que el sistema educativo de Finlandia —uno de los más avanzados del mundo— eliminaría de sus programas la enseñanza de la escritura a mano. La versión fue desmentida al día siguiente (los niños fineses solo dejarán de aprender la llamada caligrafía cursiva o continuada), pero durante esas veinticuatro horas, mientras los apocalípticos se tiraban de los pelos y los integrados cantaban sus interminables loas al progreso, muchos nos preguntamos, una y otra vez, si era verdad que la gente del futuro va a ser incapaz de escribir con un lápiz y un papel.
A pesar de que muchos estudios afirman que, cuando se escribe a mano, el cerebro desarrolla habilidades de las que carecerían personas que no lo hicieran, esta cuestión puede ser anecdótica, incluso trivial, para personas que se dedican a muchos y muy variados oficios y profesiones (no a todos: hacia fines del siglo XX en Estados Unidos morían unas 1.500 personas al año por culpa de la mala caligrafía de los médicos).
Para quienes no es anecdótico ni trivial es para los escritores. De hecho, pese a las numerosas ventajas de los procesadores de texto, muchos de ellos siguen escribiendo a mano. ¿Por qué? Veamos algunas de sus respuestas.
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“Hay un problema con la computadora, y es que los dedos van demasiado rápido en el teclado”, opina el argentino Martín Kohan. “Cuando yo escribo a mano el tiempo del dibujo de la letra se acompasa con la cadencia que busco en la frase y con el tiempo de aparición de las frases en la cabeza. El teclado es una desgracia, porque la mano escribió demasiado rápido cuando todavía la palabra siguiente no apareció. Qué importa que en la computadora sea más rápido si la literatura es lenta”.
Mario Vargas Llosa dice algo parecido: “Creo que el ritmo de mi mano es el ritmo de mi pensamiento”. El italiano Claudio Magris, por su parte, sostiene que trabajar sobre papel “es la mejor forma de escuchar la música de la escritura”.
El catalán Pere Gimferrer también escribe su poesía a mano. “En rojo y en una letra muy sintética, que solo yo entiendo”, explica. Pero agrega: “Todo empieza en la mente, y cuando me dispongo a escribir es porque tengo tanto escrito en la cabeza que es ya imposible retenerlo. Luego, al coger papel y lápiz y empezar a transcribir te van viniendo los siguientes versos, porque el pensamiento es mucho más rápido que la mano y esta más veloz que el ordenador”.
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¿Qué va más rápido, entonces? ¿El teclado, el lápiz, la cabeza? Depende, seguramente, de cada persona. Pero no se trata solo de una cuestión de velocidad. Hay algo más, algo que va más allá. El irlandés John Banville escribe a mano todas las novelas que firma con su nombre, pero en computadora los policiales negros que firma con el seudónimo de Benjamin Black. Consultado acerca del porqué, habló de ambos en tercera persona, como si no quisiera elegir entre ninguna de sus personalidades.
“Porque Banville quiere escribir lentamente —dijo— y lo consigue con un bolígrafo y un papel, pero eso es muy despacio para Black. Por tanto, son dos maneras de escribir totalmente distintas y producen libros completamente distintos. Cuando empecé a escribir la primera historia de Black lo hice a mano, pero me di cuenta de que era demasiado lento y cambié.”
La española Sara Mesa hizo un experimento: habituada a escribir en teclado, lo dejó de lado para ver qué pasaba si lo hacía con bolígrafo y papel. “Bastó un solo día para comprender que el cambio no se limitaba a una cuestión puramente instrumental: estaba escribiendo diferente —afirma Mesa—. De un modo diferente y con un resultado diferente. No mejor ni peor. No más lento ni rápido. No más cerca ni lejos de mi concepción narrativa, sea esto lo que quiera que sea. No: sólo diferente. (…) No es que no haya correcciones: es que las correcciones se aplazan. No reviso cada línea. Es la página en blanco, y no el cursor parpadeante en la pantalla, lo que me insta a seguir y seguir”.
La conclusión de la escritora es contundente: “Escribir a mano me ha ofrecido una experiencia nueva y unas páginas que, aunque aún no sé dónde acabarán, sé que no habrían existido de otro modo”.
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Y hay, también, un aspecto ritual en escribir a mano. Un carácter artesanal. Una capacidad casi terapéutica. El aroma que desprende un cuaderno nuevo. Es difícil pensar en un diario íntimo escrito en un soporte que no sea el papel. La caligrafía sigue diciendo cosas de las personas. Y sigue provocando una especie de magia espiar en los manuscritos originales de los escritores, como nos los permiten webs como Manuscripts & Letters o Fuck yeah, manuscripts!
La escritora catalana Eva Piquer asegura que, para ella, comprar y empezar a escribir en una libreta es un remedio tan bueno contra la angustia y ansiedad como, para otras personas, comer chocolate o comprar zapatos. Dice que una vez su colega y coterránea Flavia Company le dijo: “Escribo en libretas de tamaño cuartilla de papel blanco y regaladas por alguien que me quiera. Si algún día no me quiere nadie, no escribiré”. Y que entonces a Piquer le dieron ganas de “regalarle mil libretas de golpe”.
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Juan Forn refiere la historia de Paul Wittgenstein, hermano mayor del célebre Ludwig. Perder el brazo derecho durante la Primera Guerra Mundial no lo persuadió de abandonar su carrera de pianista. Como había heredado una fortuna, se permitió encargar piezas especiales a grandes compositores, como Serguéi Prokófiev, Paul Hindemith o Maurice Ravel, autor del clásico Concierto para la mano izquierda. Una de las fuentes de inspiración para Paul Wittgenstein fue el húngaro Géza Zichy, el primer pianista profesional manco, quien además había escrito un manual acerca de cómo vestirse y abrir ostras, entre otras habilidades, con una sola mano.
Forn titula su artículo “El aplauso de una sola mano”, en alusión al famoso koan que J. D. Salinger usó como epígrafe para sus Nueve cuentos: “Conocemos el sonido del aplauso de dos manos, pero ¿cuál es el sonido del aplauso de una sola mano?”. Los koan son problemas de la tradición zen que suenan, en apariciencia, absurdos, ilógicos o banales.
Es posible que, en el futuro, se pierda definitivamente el arte de deslizar sobre el papel el extremo de un adminículo que va dejando un rastro de tinta a su paso. Ya nadie escribirá con una sola mano: todos usarán las dos para accionar esa extensión de las manos llamada teclado.
O no todos. Puede que sobrevivan personas capaces de desarrollar esa habilidad medieval, la proeza de usar un papel y una pluma para escribir. Los demás las observarán con estupor, sin entender la necesidad de su industria, tal como miraríamos hoy a alguien que, contando con sus dos manos, interpretara el piano o se vistiera o abriera ostras solo con una. Algo, en apariencia, absurdo, ilógico, banal. Cuando les pregunten por qué lo hacen, esas personas explicarán: “Porque así se escribe diferente, con un resultado diferente. Estas páginas no habrían existido de otro modo”. Y los demás, lamentablemente, no podrán comprender.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.