Una bala

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Los poemas, si son buenos, sirven para muchas cosas, paran en muchos sitios. Despiertan el espacio escondido, reaccionan ante la necesidad, hablan, repiten, replican. Empezaré por un suceso. “La bala en el rostro, Sebastián” es un “episodio” de El cónsul del mar del norte, el tercer libro de poemas de José Carlos Cataño (cuya Poesía reunida, 1975-2005 publicó Reverso en 2006): “Tu cuerpo –un montón de huesos– no sé qué carne tiene aún que ofrecerle al miedo. Basta mirarte a la cara para ver que el mundo se escurre por tu vida. O es tu vida la que rueda por la pendiente a cuyos pies anhelas una hipotética elevación. Y no sabes de qué te mueres. Vertiginoso y huérfano es el dolor, la bala, el rayo de una estrella extinta. Cuando sube hasta nuestro rostro, ni siquiera ya somos su motivo.” No sé a quién se refiere el Sebastián del título, pero intuyo que se habla de un suicidio, ya que no hay nadie más que el poeta que describe, el muerto y la bala. Es muy probable que sea un poema testimonial, dedicado a alguien próximo. También recoge en su cauda al San Sebastián de las representaciones pictóricas, un individuo muriendo en su sacrificio, atravesado de flechas, receptáculo casi natural de la mirada y la representación en la tradición artística. Todo eso está en el poema y el poema es fuerte por eso. Sin embargo tiene reverberaciones que van más allá, tocan otras lecturas o vivencias, ocupan otros espacios ajenos a los detalles importantes para analizarlo. Y quizás es precisamente en esta inflexión inescrutable donde un poema crece y adquiere grandeza. Porque si sólo allí quedara, en su expresión y registro, el poema no expandiría su significación, ni tocaría a lectores que no pasaran por un proceso de lectura crítica. Pero es poema precisamente porque va mucho más allá, porque antecede a la crítica y se planta significando sin la menor intervención que su estar ahí y ser leído.

En realidad no habla de un suicidio sino de, como dice el título, el significado de una bala que penetra un rostro y acaba con una vida. Nada más. Sucinto. Explosivo. Devastador. Por eso puede incorporar la figura de un San Sebastián moderno, y mucho más. Es en esa reflexión y esa descripción donde el poema coge arrastre y lleva el absurdo y el dolor hasta el final, sin misericordia ni titubeos. Hasta la separación entre persona y cuerpo que la muerte produce, en este caso debido a una bala. Entonces su lectura me lleva a una realidad muy alejada de la de Cataño. Lo leo e inmediatamente se inscriben esas palabras en un hecho que he conocido de cerca. El poema narra mi propia experiencia, cuenta lo que sentí, y siento con él el absurdo de una muerte a boca jarro, impensable e inenarrable. Creo que si lo muestro a quienes han estado cerca de ese hecho, actuaría de la misma manera y acomodaría en inescrutables palabras la experiencia individual. En silencio se dirían: “Vertiginoso y huérfano es el dolor, la bala, el rayo de una estrella extinta”. Y pensarían el profundo absurdo que es que “cuando subió hasta su rostro ella ni siquiera ya era su motivo”.

El poema de Cataño fagocita una ex-periencia que desconocía y que sin embargo nombra. Una de las demostraciones del poder de la poesía es precisamente su capacidad para actuar en la experiencia de un lector. Esto, en cierto sentido, es lo que T. S. Eliot quería decir cuando hablaba de la “impersonalidad” del poema. No que la experiencia y la personalidad del poeta no fueran activas en su escritura, sino que el poema hace consigo mismo una cabriola siniestra que le permite desdecirse para empezar a decir algo ajeno, indiferente e impersonal. Es decir, un poema tiene que ser capaz de moverse sin que la experiencia y la personalidad del poeta estén activas o presentes. Esa es su prueba de fuego. Como lector, la experiencia de Cataño me es totalmente desconocida. Como crítico, su relación con el San Sebastián de la historia de la pintura es irónica y moderna. Como individuo, su poema, muy suyo por otro lado, activa y sujeta mi propia experiencia. No la nombra, la rehace, le da expresión y cuerpo. Llena el hueco del absurdo. El poema se centra en lo inexplicable de una muerte violenta, y su calidad radica en que sin ser sentimental describe con inaudita precisión esa experiencia doble, al mismo tiempo absurda y real. ~

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