Al rectángulo de 46,800 metros cuadrados (es decir 195 m por 240 m) en que se asienta la Plaza Mayor de la ciudad de México muy pocos ciudadanos lo conocen como Plaza de Armas, o Plaza Principal, o Plaza de Palacio, o Plaza de la Constitución, nombres que flotaron sobre el lugar según pasaba la Historia (que suele ser inestable por ser tan transitoria, igual que las épocas, que los sexenios, que las mujeres coquetas y que los sueños y las pesadillas históricas, precisamente), pero los ciudadanos comunes y no siempre corrientes prefieren llamar a ese “corazón de la urbe” con la palabra esdrújula zócalo que, puesta en letra, debe ir con Zeta mayúscula: Zócalo, para distinguirla de la que, escrita igual pero con zeta minúscula, sólo significa, entre otras cosas, el pedestal de una estatua celebratoria o una columna conmemorativa.
Algunos turistas más o menos cultos suelen quedar desconcertados cuando visitan el Zócalo y ven que allí se asienta algún campamento de huelguistas y protestadores contra algo o están establecidos los comerciantes “ambulantes” (que no ambulan), pero que, en cambio, no se ve una estatua o una columna justificadoras del nombre Zócalo, tan visible en el mapa central, a escala y a colores, de las guías turísticas.
Tal vez algunas de esas guías turísticas documenten que hacia 1843 don Antonio López de Santa Anna hizo erigir en la plaza mayor de la capital de México una columna de homenaje a la Independencia, o quizá una efigie de sí mismo en pose de héroe patrio y prócer independendista, pero, dado que la Historia es tan azarosa como voluble, no se concretaron la columna o la estatua soñadas, de modo que el lugar habría de quedar como un pedestal llano y vacío: como un zócalo sin algo o alguien que lo justifique.
Pero no. El Zócalo no es una plaza baldía. El asta-bandera tiene un pedestal en la grande y hermosa plaza… Y por lo demás no falta un hombre político que reitera allí los actos multitudinarios para lograr un día que la Historia, la deidad marmolizadora de héroes, lo elija y lo erija en el corazón de la ciudad y del país como una efigie sexenal (por lo menos).
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.