Viaje al mundo de los chats y del cybersexo

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Cada dos por tres aparecen sesudos informes que confirman lo que ya sabíamos: que el sexo en el mundo virtual tiene tanta importancia como en el real. Resulta paradójico que la expansión de un invento tan moderno como Internet se vea propulsada por un fenómeno tan antiguo como el sexo solitario, que hasta hace poco hallaba su principal fuente de inspiración en revistas y vídeos pornográficos. La red, insaciable, desarrolla recursos para que el usuario acceda a las mil maravillas del onanista debutante o compulsivo. Salas equipadas con webcams en las que chicas y chicos siguen las instrucciones del tele-cliente, datos destinados a contactos reales, programas de descarga de fotografías y vídeos, agencias de contactos con tufillo a inmigración ilegal, prostitución a la carta o forums porno-chistosos ocupan parte de la energía que mueve el cybermundo. Junto a este despliegue están los chats, nombre que procede del verbo to chat (en inglés, estar de palique), un fenómeno de comunicación de masas tan nuevo como adictivo. La expansión del español como megaidioma planetario multiplica la oferta más allá de la península, a Latinoamérica y los EE UU. En un chat con sede en Barcelona o Miami, la diversidad de procedencias está asegurada. Ya.com, Terra.es, Planetachat.com, Chatear.com son algunos de los portales que, a través de una conexión convencional, vehiculan el tecleo de los adictos a este globalizado patio de vecinos, más allá de programas especializados como el Messenger, que ya está revolucionando el formato, y otros tan o más sofisticados. Las diferencias de horario entre países de habla hispana aseguran una cobertura non-stop. Mientras nosotros nos despertamos, los mexicanos están de juerga. Y cuando nosotros almorzamos, llegan refuerzos de Chile y Argentina. Cualquiera que las haya visitado sabe que en las salas de chat caben desde broncas entre fascistas hasta intercambios de recetas, pasando por encuentros temáticos. Pese a la variedad de intereses, meses de navegación por estas viscosas aguas me permiten afirmar que el sexo sigue teniendo una presencia mayoritaria. Marx dijo que la lucha de clases era el motor de la historia. Un servidor, que no tiene Engels que le patrocine, dice que el sexo es el motor de los chats.
     Para canalizar la demanda, se habilitan salas por edades bautizadas con eufemismos que van desde relaciones o amor hasta el más explícito cybersexo. Primer aviso: que las salas tengan un nombre determinado significa tanto como que los portales prevengan de que el acceso está limitado a los adultos. Segundo aviso: una sala de cybersexo puede estar repleta de niños. A partir de ahora, pues, los padres no sólo tendrán que vigilar con qué amigos salen sus hijos sino también qué webs visitan cuando, urgidos por el culto a la informática, surfean por la red. La imposibilidad de conocer a tu interlocutor, que podría suponer un problema en una comunicación convencional, facilita aquí la suplantación de personalidad, un recurso quizás peligroso para la salud mental o emocional pero sugerente a la hora de estimular la imaginación. El chat no sólo es una potente forma de comunicación, sino también una gran superficie de mentiras y otras perversiones. Ésta es, de hecho, una de las gracias del invento; que, sin solución de continuidad, puedas ser ninfómana en tratamiento, travestido recién operado o mujer harta de tu marido. Así, haciéndote pasar por mujer, puedes tener relaciones con un hombre que en realidad es una mujer y ambos fingir un histriónico orgasmo que ninguno de los dos ha experimentado. Y la mujer puede afirmar dirigir una piscifactoría en Quito y ser, en la práctica, un tornero de Alcobendas. Malas noticias, pues: en Internet los orgasmos también son fingidos.
     Otra constatación a tener en cuenta: parte de la comunidad chatera se conecta desde su lugar de trabajo. Resultado: las empresas desactivan la entrada a las salas al comprobar que la tentación ocasiona un descenso de la productividad. El tele-palique crea adicción, y ninguno de los que lo practican admite las horas que realmente pasa ante la pantalla. En mis viajes por la red he preguntado a los usuarios qué parte de su tiempo se ha visto afectada por su adicción; o sea, qué han dejado de hacer para navegar. Los más sinceros confiesan que el chat les quita horas de trabajo, otros que de tele y los que más, tiempo a sus hobbies y al sueño. Una nueva enfermedad recorre el mundo: el cyberinsomnio.

En cuanto a la metodología, el chat tiene su protocolo. Primero hay que tener un nick, un nombre que nos identifica. Como ocurre en los bares cuando uno entra y contempla el rostro de la parroquia husmeando complicidades, en los chats se leen los nicks buscando malas intenciones. Ejemplo: si entramos en un chat donde hay una FOGOSA40DF, podemos deducir que se trata, en teoría, de una cuarentona mexicana de naturaleza fogosa. Aviso: la imaginación a la hora de inventar nicks brilla por su ausencia. Se produce, eso sí, un curioso tránsito entre actualidad y nicks. Tras los atentados del 11 de septiembre, por ejemplo, hubo una epidemia de BINLADEN y, en otros momentos, en función de un lanzamiento discográfico, pueden ponerse de moda las SHAKYRA o los ESTOPA. En el ámbito del cybersexo, hay CALIENTE a granel y una rica gama de apodos lúbrico-localistas. Por su explícita sonoridad, me quedo con CHOCHOCÁDIZ, avisando, eso sí, de que los tiempos del nick libre se están acabando, ya que en las salas de según qué programas especializados empiezan a venderse como si fueran dominios.

Una vez dentro de la sala, cada maestrillo tiene su librillo. Las primeras preguntas suelen tener relación con la edad y el lugar de procedencia: "¿De dónde eres?" "¿Qué edad tienes?" Luego viene el "¿Estás en casa o en el trabajo?" El siguiente paso: "¿Estás sola?" Y luego se va al grano: "¿Cómo eres?" o "¿Cómo vas vestida?" La descripción resulta casi siempre cómico-patética. La deducción que uno saca es que en Internet no hay feos, ni gordos, ni bajitos. Todos los hombres son morenos, altos y de ojos verdes y las mujeres rubias o trigueñas. Es el paraíso de lo que pudo haber sido y no fue reconvertido en falsedad instaurada como trámite. (Aunque, pensándolo bien, ¿qué hay de malo en creérselo?) Existe otra opción: exigir fotografía a vuelta de correo electrónico para, de este modo, controlar tu propio casting. ¿Puede uno conocer a la mujer o al hombre de su vida en la red? Sí, aunque existe cierta resistencia a admitirlo. Pero, en general, los chats también proporcionan la oportunidad de conocer a gente con la que, por lo menos, ya se comparte algo: horas de chat. En muchas salas, la gente organiza encuentros reales en los que se descubren, se divierten o inician una relación que se queda en amistad o que va a más. El cybersexo funciona de un modo distinto. Pensando en la vida sexual, estos encuentros equivaldrían al cuarto oscuro de ciertos locales en los que aquí te pillo aquí te mato. Parece claro, pues, que, comparado con el chat primigenio, el cybersexo tiene su propio código, y que las mismas reservas que el sexo indiscriminado produce en el personal reaparecen cuando se trata de cruzar la frontera que separa lo virtual de lo real. ¡Cuántas citas que luego se quedan en nada! Puedes acudir a una cita concertada con una persona con la que has echado un cyberpolvo y, mientras van pasando los minutos, sentirte observado y preguntarte qué chica (o chico) de las que están a tu alrededor es la que te está tomando el pelo. Suponiendo que se presente, claro. Porque lo habitual es que no acuda. No sólo porque conocer a tu cyberamante podría suponer una desilusión sino porque, a veces, la disponibilidad sexual o sentimental del usuario no contempla la infidelidad real, sólo la virtual. ¿Es lo mismo la una que la otra? La opinión de la Iglesia al respecto es previsible: pecados de obra y pensamiento. En la práctica, sepan los adúlteros que en los chats encontrarán una forma más de ampliar mercado. Los fieles, en cambio, están creando una zona en la que se es infiel de pensamiento y no de obra. Esta tercera opción sí es una novedad, ya que permite mantener una relación virtual sin que ello afecte a la real. Pero cuidado. Muchos profesionales de la psicología alertan sobre el grado de adicción de los chats y del cybersexo. La retórica de los sexólogos al respecto es clara: todo lo que sea fantasear con coherencia puede ser un estímulo. Todo lo que sea sucedáneo y obsesión, prestación sustitutoria del sexo real, puede acabar siendo peligroso. Claro que, al cybersexnauta, que no le vengan con pamplinas. El cybersexo constituye una fórmula menos solitaria que la que, hasta ahora, le ofrecía la limitada tecnología, más manual que electrónica, que Dios había puesto a su disposición. En resumen: que menos dan dos piedras. –

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