Cuando todavía resuenan en Francia los ecos de las últimas polémicas sobre Michel Houellebecq o el duelo por la muerte de ese prototipo de intelectual progre que fue Pierre Bourdieu, la eficaz maquinaria cultural gala dedica, en este 2002, sus mayores energías a festejar con todo el boato posible la mítica genialidad de Victor Hugo, a cuenta del bicentenario de su nacimiento. Un escritor que, sin duda, fue un prodigioso grafómano. Un individuo dotado de una ambición sin límites y digno de ser incluido, con todos los honores que le permiten los 154 mil versos que llevan su autoría, en la pole position del libro Guinness de la historia de la literatura.
Personaje volcánico y de obra inabarcable, conviene no indigestarse con la gigantesca producción de este santo y seña de las letras francesas. Adminístrense una buena ración de Hugo, celebren su desmesura y su alto voltaje como poeta, novelista y dramaturgo, pero háganlo en pequeñas dosis si no quieren derivar de la admiración al vértigo. Por ejemplo, si gustan del turismo cultural no deben faltar a la cita que propone la Biblioteca Nacional de Francia y que, del 21 de marzo al 23 de junio, nos invita al disfrute de una muy meritoria exposición: Victor Hugo, el hombre océano. Una completa muestra que ofrece los múltiples registros de un artista total, capaz de conseguir un feliz maridaje entre su obra gráfica, su obra literaria y la actividad política. Un amplio número de dibujos, caricaturas, fotografías, manuscritos, cartas, páginas de diarios y otros documentos así lo testimonian. El propio cartel promocional nos recuerda una cita reveladora de ese enérgico y comprometido genio sin fronteras que fue Hugo: "Dono todos mis manuscritos, y todo lo que pueda encontrarse escrito o dibujado por mí, a la Biblioteca Nacional de París, que será un día la Biblioteca de los Estados Unidos de Europa". Como subraya la comisaria de la exposición, Marie-Laure Prévost, todo el montaje se estructura en tres etapas bien definidas en la trayectoria de Victor Hugo: antes, durante y después del largo exilio vivido en la isla de Jersey por este patriarca de la Francia laica, libre y republicana.
Volver sobre Hugo y su itinerario vital y artístico es penetrar de nuevo en la biografía de un siglo, el XIX, deslumbrante, tumultuoso y ridículo. Y hacerlo de la mano de su mejor símbolo, del más cualificado cicerone. De ahí que estos días, en los que Francia entera se inunda de glosas, reediciones y homenajes autocomplacientes, se haya subrayado una evidencia: no amar a Hugo sería tan absurdo como no amar el siglo XIX.
Más allá del vaivén de las modas, en la mastodóntica y desigual obra de Hugo pueden encontrarse siempre, en cualquier época, piezas literarias de interés para el curioso lector contemporáneo. Hoy, quizá, juzguemos excesiva y hueca tan torrencial producción, o envejecidas buena parte de sus obras teatrales. Pero el célebre autor de indiscutibles títulos novelescos como Los miserables y Nuestra Señora de París, o de ensayos como William Shakespeare, continúa protagonizando no obstante la actualidad teatral y no faltan quienes, tras décadas de descrédito, lo rehabilitan y reivindican como un dramaturgo sólido y que emociona al espectador. Así, la Comedie-Française nos ofrece un nuevo Ruy Blas y anuncia otros eventos posteriores, como la reconstrucción de la "batalla de Hernani" por 180 jóvenes estudiantes.
Respecto a la industria editora francesa, la marea de tinta impresa bajo el epígrafe Hugo apabulla y produce sana envidia. Además de un sinfín de oportunistas reediciones, se estima que ya en 2001 aparecieron treinta rigurosas novedades de o sobre nuestro protagonista. Y, a lo largo de 2002, serán otros cuarenta títulos los que engrosen la enorme bibliografía hugoliana. Sobresale, entre tanta hugolatría, la esperada reedición de sus obras completas en la serie Bouquins de Laffont, nada menos que quince tomos y 18 mil páginas. Otras vedettes editoriales son las biografías. Cinco títulos buscan capturar al lector gracias al fascinante "hombre siglo" que fue Hugo. Entre ellas, dos parten como favoritas: la biografía novelada en dos volúmenes que ofrece otro santón de la intelectualidad francesa de hoy, Max Gallo, y la que se perfila ya como la aportación editorial del bicentenario: una minuciosa y brillante biografía elaborada por un joven investigador, Jean-Marc Hovasse, también en dos tomos y bajo el sello de Fayard.
Hay también, cómo no, un ciberHugo repleto de direcciones virtuales. La página oficial la ha construido el Ministerio de Cultura y Comunicación (www.victorhugo.culture.fr) y en este útil portal se reagrupan, en tiempo real, toda la actualidad y las informaciones disponibles sobre la riquísima oferta que el bicentenario promete: espectáculos, coloquios, ciclos de conferencias, exposiciones, programas de radio y televisión, etc. Para los más eruditos, el sitio clásico es el promovido desde el denominado "Grupo Hugo" de la Universidad Paris-7: http://groupugo.div.jussieu.fr/.
Uno, que se confiesa devoto de las prosas memorialísticas/autobiográficas, recomendaría sumergirse en las casi 1.500 páginas de Cosas vistas, cuya primera edición fue póstuma y que son reeditadas estos días por Gallimard. Merecerían una solvente versión española estos textos apasionantes, que permiten descubrir todos los registros de un autor y su época. En estas páginas tenemos el privilegio de asistir a la riquísima travesía política y literaria de Hugo por el XIX. Una crónica en ocasiones divertida o transgresora por sus análisis y comentarios pero que, por encima de los grandes o pequeños episodios de vida pública narrados, también nos presenta al hombre más íntimo, desdichado en el amor y de una sensualidad desbordante, al exiliado, al luchador que conectó como pocos con la ciudadanía…
Concluiremos hoy nuestro retrato del gigante que cumple doscientos años con las palabras de Carlos Pujol: "En él está todo. La realidad y la fantasía, lo cotidiano y lo sublime, la lírica y la épica, el yo y el universo, la eternidad y la historia, el amor y la muerte". –