Vlady y los axolotes

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Yo formo parte de una generación que fue educada durante los años sesenta en un hedonismo erótico que veía en la trasgresión y la búsqueda una de las motivaciones de lo que en esa época llamábamos “lucha de clases”. Pero no surgimos de la nada: nuestros maestros fueron gente como Vlady –de la generación anterior– que nos conectó con la tradición erótica europea. Por supuesto que los partidos políticos de la izquierda –muy doctrinarios–, veían con sospecha las asociaciones que hacíamos entre la lucha revolucionaria y el erotismo. Y aún más indignación causaba nuestra curiosidad por los efectos políticos psicodélicos del uso ritual e intelectual de las sustancias que amenazaban convertirse en nuevas encarnaciones del “opio del pueblo”. (Desde entonces sospechábamos de esas sociedades socialistas donde la gente tiene que hacer cola para hacer el amor…)

Foto: Paulina Lavista

Una de las expresiones del erotismo, en el México duro e institucional de los años cincuenta, se producía en la pintura y en esas ceremonias lujuriosas que eran las inauguraciones de las exposiciones de la obra artística (las presentaciones de libros no las han llegado a igualar). Al menos así lo veía el niño que yo era en esa época, y que era arrastrado a apretujadas concentraciones a ver dibujos y pinturas que me parecían tan excitantes como las atractivas y sensuales personas que asistían y que presumían sus cuerpos, sus atavíos y sus supuestos atributos intelectuales.

A aquella época dorada de la niñez se remontan mis recuerdos de Vlady. Algunas personas se extrañaban de que Vlady y yo hablásemos siempre en catalán. ¿Por qué razón un pintor ruso y un antropólogo mexicano se entendían en esa lengua? Sucede que yo adopté a Vlady como maestro desde la niñez. Él no lo supo, pero yo había decidido tomarlo como ejemplo y como modelo (quería ser pintor). Pero había un problema de comunicación, que se añadía a la diferencia de edad. No dudo que en algún momento Vlady le preguntó algo al niño boquiabierto que en un vernissage, como se llamaban esos rituales, miraba los cuadros y la concurrencia. Y yo, en lugar de contestarle: “ya nie panimayu pa-rusky”, como era un infante monolingüe, le tuve que contestar en catalán, mi lengua materna. Resultó que Vlady sabía un poco de catalán (seguramente lo aprendió de Andreu Nin) y desde entonces nos comunicamos en este idioma. Así que por esta razón, y otras que me guardo, tiendo a asociar las artes plásticas con el erotismo y con el catalán. Cuando circuló en 1971 el libro de dibujos eróticos de Vlady, a mí me pareció que se confirmaba mi tendencia infantil. Lo único que me extrañó fue ver que la presentación (de Salvador Elizondo) no estaba escrita en catalán. Tal vez por eso no la entendí: hablaba de sintaxis transubstancial, profilaxis del alma, equivocidad desconcertante y detumescencias peristálticas. (El libro fue publicado por Juan Pablos y reeditado en 2000 por Aldaba, sin el texto de Elizondo).

En aquel libro podemos ver las maravillosas transgresiones de Vlady: el santo contemplando envidioso los regodeos de Leda con el cisne; las representaciones de la venganza erótica de Holofernes y de lo que es capaz de hacer con Judith, aún sin cabeza; en los ritmos incestuosos de las hijas de Lot, y en la forma en que el amor provoca alucinantes metamorfosis, donde las entrañas aparecen a flor de piel y la epidermis se oculta pudorosamente, donde los muebles sexuales son testigos mudos de sodomías y vibraciones circulares.

En las ocasiones en que mi trabajo me lleva a temas lujuriosos, me acuerdo de mi amigo y maestro Vlady, que falleció en 2005. En su memoria, quiero poner un par de ejemplos y narrar una historia erótica extraída de mis archivos académicos.

Hace unos años Vlady y yo conversamos sobre los axolotes, esos pobres animales que, como se sabe, tienen que soportar el terrible peso de simbolizar la identidad nacional del mexicano, y que por ello mismo están en peligro de extinción y se han convertido en una especie protegida por la burocracia ecologista. Me asombró que Vlady (no debí, pues los maestros lo saben casi todo…) conociese las leyendas populares según las cuales estos animalitos faliformes tienen el lascivo hábito de introducirse subrepticiamente en la vagina de las mujeres que, desprevenidas, no se han percatado del acoso de que son objeto. Distraídas, se dan cuenta de la presencia axolótica demasiado tarde y prefieren callar, no se sabe si por vergüenza o porque quieren prolongar un placer secreto.

La inocencia terrorista, 1982, colección SHCP

En el curso de mis investigaciones me topé hace años con un curioso documento que hace alusión a esta leyenda, pero que la relaciona con la virgen de Guadalupe. Existe en el Archivo General de la Nación un folleto impreso de apenas ocho fojas, que circuló en 1784 en la ciudad de México, y que describe en forma aparentemente científica el comportamiento del axolote. El folleto ha sido atribuido al gran científico Antonio de Alzate, pero no se ha confirmado su autoría (AGN, Inquisición, vol. 403-II, exp. 3). Allí se da una versión de la historia narrada por Sahagún de la famosa huída del dios Xólotl, que no se atrevió a tirarse a la hoguera para mantener al sol en movimiento. Huyó hacia las milpas y se convirtió en raíz doble del maíz; lo descubrieron y entonces se transformó en maguey doble; fue localizado en los magueyales y, perseguido de nuevo, se convirtió en axolote y se refugió en el lago. Temeroso de ser descubierto, aprovechó la distracción de una doncella que lavaba ropa a la orilla del agua, y se introdujo en su vagina. La mujer, cuenta el autor del folleto, al sentir la bestia dentro de su vientre creyó que había sido poseída por un espíritu, volvióse demente y salió anunciando a gritos que estaba preñada siendo virgen. En el folleto se sostiene que se trata de una representación prehispánica que confirma la presencia de la virgen de Guadalupe en tierras mexicanas antes de la llegada de los cristianos, y que esta virgen habría recibido en celestiales nupcias a un santo espíritu disfrazado de dios nahua. Hay que agradecer el humor satírico y erótico, tal vez involuntario, de esta extraña narración, fruto de las divagaciones barrocas tardías de algún ilustrado mexicano. Por supuesto, el Episcopado no ha querido ni siquiera citar la existencia de esta herejía dieciochesca. Si se fijan bien, en los dibujos eróticos de Vlady el axolote aparece con frecuencia, pero hay que saber reconocerlo. En cambio, encontraremos muy pocas vírgenes, si acaso alguna.

Dibujo, 1964

Sin título, 1968

En otra ocasión hallé, también en el AGN, un documento de 1687 que interpreta la historia de la tilma del indio Juan Diego. Supone que el indio habría representado una antigua ceremonia postnupcial, y que para probar la virginidad de su mujer habría mostrado en público, al día siguiente de su boda, la sábana de algodón o tilma, con las huellas de los efluvios de la pureza original (perdida) de la mujer divina. La Iglesia intervino para practicar una operación hermenéutica en la tilma, con los resultados que todos conocemos.

Sin título, 1959

Pareja sonora, 1970

Sodomización, 1970

Leda con su cisne, 1966

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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