Es una mañana deliciosa. Hace calor pero tengo un ventilador apuntándome a la cara. Abro la bandeja de entrada de mi correo electrónico. Antes de que pueda darle un segundo trago a mi café, me salta a los ojos el título tremebundo de un mensaje. “VUELVE EL EJÉRCITO ROJO”. Así, en mayúsculas negrísimas.
Mi primera reacción es brincar. Por mi cabeza pasan imágenes de la Primavera de Praga, de un piquete de soldados rodeando la casa de Mijail Bulgakov, de los comisarios soviéticos de la guerra de España (réplica fiel y terrorífica de los sanguinarios enviados de Hitler y Mussolini). Imagino esquivos tovarich, gorro de piel y ojos como rendijas, avanzar como aplanadoras por un sendero más o menos polaco…
Un solo clic basta para tranquilizarme. Se trata, en realidad, del anuncio de la visita a México de unos “coros, orquestas y ensambles” rusos que hacen giras, desde los años treinta, cantando “Los boteros del Volga” y piezas folclóricas del estilo. “Su trascendental obra La Navidad Regresa a Rusia marcó el comienzo de los nuevos tiempos en la Ex Unión Sovietica”, dice el correo.
Me pregunto qué pasaría si a alguien se le ocurriera formar unos coros, simpatiquísimos y todo como el ruso, de cantores vestidos como SS nazis o camisas negras italianos… Y en seguida reflexiono que no les faltarían partidarios ni defensores. ¿Viviremos, también, para ver el día en que se presente en nuestros teatros El Coro de Amigos de Pol Pot o el espectáculo musical Marines, Napalm y Vietnam?
Ahora suena en mi computadora “Los boteros del Volga” cantado por los coros del Ejército Rojo. Majestuoso, sin duda alguna. Claro: si yo fuera ucraniano, letón, lituano, bielorruso, estonio o kazajo, húngaro, polaco, búlgaro o checo tendría todo el derecho de sentirme enfermo. Curioso: no lo soy y sin embargo me siento un poco enfermo, también.
– Antonio Ortuño