El país de los oncólogos

En medio de tanta conversación sobre temas selectos de oncología, la pregunta importante es: ¿qué papel juega en la futura contienda electoral el cáncer del presidente Chávez?
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Entre los superlativos mundiales que informan nuestras más desaforadas fantasías compensatorias, está no sólo el de que nuestras compatriotas son las mujeres más bellas del planeta y el de que “para shortstops de grandesligas, nosotros”, sino el de que ahora seamos un país en el que casi todo ciudadano es un oncólogo de alta competencia.

Es verdad que todavía nadie, que se sepa, ha propalado con orgullo patriotero que, además de ser los más obstinados bebedores de whisky escocés del mundo, tenemos, demográfiamente hablando, la mayor densidad de oncólogos por kilómetro cuadrado que registren los anales de la Organización Mudial de la Salud. Pero no tardaremos mucho en ello, a juzgar por el hervor de “twits” que se ha suscitado durante el pasado Carnaval.

En un artículo publicado en la revista Zeta, hace ya algún tiempo, me hacía yo eco de esta inopinada idiosincracia nacional: quien más, quien menos, cada venezolano es un manager de tribuna autodidacta en materia de oncología presidencial latinoamericana. Propongo llamar “oncólogos de mentidero” a estos especialistas silvestres, en alusión a una voz castiza de abolengo. El Diccionario de la Real Academia define “mentidero” como “sitio donde se junta la gente ociosa para conversar”. La geografía nacional es pródiga en mentideros. Uno de los más conspicuos e influyentes mentideros es el “Café Arábica”, que me honro en frecuentar. 

Tengo,  en efecto, mucho trato con la ilustre corporación de los mentideros porque me pasman e ilustran las elucubraciones de los más avispados que yo en cuestiones de política doméstica. Ostenta el personal del mentidero entre nosotros el mismo cariz moral que el gran Machado acordaba a la parla entre gitanos: “Se mienten, mas no se engañan”.

Así, en los mentideros –que en Caracas, a menudo, son bares anejos a un restorán de carnes, bueno, malo o regular– bien podrían colgar un cartel que rezara: “Aquí se miente, caballo, pero no engañamos a nadie”.  Desde luego hay que resignarse a que en los mentideros circulen no tanto las ideas complejas como los temas mondos y lirondos que rumian en el prado de las generalidades.

Con todo, decía, he escuchado en ellos más de una elucubración insostenible que, sin embargo, me ha alentado a pergeñar de vez en cuando un articulillo como el que está usted leyendo: una prescindible bagatela de opinión de esas que, sin embargo, hay que escribir de cuando en cuando, pensando siempre en los bleachers: en la gritona gradería del vulgo parlero, a quien Dios guarde.

El tema –la asignatura, mejor dicho– que últimamente está en boga en los mentideros caraqueños es la oncología.

 

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Fue en un mentidero caraqueño donde escuché por primera vez la expresión “leiomiosarcoma de vejiga”. He escuchado también decir cosas como “el hombre hizo un síndrome de Cushing”. A lo que otro sabihondo responde, inquisitivo: “¿Un Cushing iatrogénico o un Cushing tapa amarilla?” Cada vez que oígo la palabra “cistectomía” me dan ganas de orinar pero me sale espuma. Una mañana me sorprendí tramolando en la conversación familiar frases como “piso pélvico” o  “metástasis a distancia”. Remataba yo mi artículo de Zeta rindiendo cumplido homenaje a los oncólogos más señalados de Gran Mentidero Nacional: los taxistas. Fue a uno de ellos, que me trajo a casa desde un mentidero, a quien escuché decir hace varios meses: “Al hombre lo están matando con tanta dexamatasona y tanto oxalplatino. Se ve clarito”.

–¿Ah, sí? ¿Y cómo lo sabe usted?

–Porque tengo un pana que es mecánico dental en Artigas y tiene una movidita con una chama que trabaja en la lavandería del Hospital Militar.

–Me perdona, pero ¿qué puede saber esa chama de oncología?

–Hasta allá no le llego, mi dóctor. Pero ese el diagnóstico: Demasiada dexametasona matacaballo.

 

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Bromas aparte, el vendaval de twits portadores de rumores que tanto indignó a los lanzallamas del gobierno no se habría levantado sin el secretismo totalitario con que Chávez y sus managers cubanos han afrontado la emergencia de una enfermedad grave. ¿Cuál será el efecto que, en la campaña, habrá de tener el reconocimiento sin esguinces de que al candidato del socialismo del siglo XXI hay intervenirlo por causa de lo que parece una recidiva a escasos siete meses del día de las elecciones? “Recidiva”: he ahí una palabra que no acudió en auxiio de Gran Charlaáàn cuando tartajeó en Barinas aquello de “otra lesión en la misma zona donde antes había una lesión.”

No soy analista, ¡Dios me libre!, pero parece obvio al menos que la discutible ventaja que durante meses pudo aportar la incertidumbre médica al bando chavista ya se ha perdido para siempre. Ya nadie exclamará “p’a mí que es un montaje”, ni  se dirá que “el bicho está bueno y sano y nos espera en la bajadita”.

Tal argumento, en el fondo abstencionista, se ha esfumado. Y en el país del 5 y 6 y el boleto a ganador ya hasta los electores más remisos y “ni-ni” comienzan a vislumbrar las posibilidades muy reales de ganar la presidencia que tiene “la línea nacional” Capriles Radonski. El 12F y esta emergencia de quirófano habanero les ha robado, a Chávez y Raúl, la iniciativa y el norte mediáticos. Elías Jaua tendrá, en lo sucesivo,  que inaugurar él solo las fábricas de neveras bielurusas.

Digámoslo benévolamente: el Máximo Líder está de reposo absoluto y el candidato de la burguesía y el imperialismo anda recorriendo el país, sin prisa, como una fuerza tranquila. ¿Alguien quiere apostar?

(Imagen)

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(Caracas, 1951) es narrador y ensayista. Su libro más reciente es Oil story (Tusquets, 2023).


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