Warhol: el payasito de la tele

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En el ocaso de la teleserie Vacaciones en el mar hay un episodio de 1985 en el que una ama de casa, de vacaciones con su marido, se topa con una sorpresa: en el Pacific Princess viaja también su antiguo mentor, Andy Warhol. La señora Hammond teme que revele su pasado secreto, cuando era conocida como Marina del Rey, la Warhol Superstar de los años sesenta en la Factory.

La señora Hammond puede estar tranquila. Andy Warhol parece caminar dormido por el crucero con una cámara al cuello como todo argumento. “No sabía que Andy Warhol era el fotógrafo de abordo”, bromea Isaac el cantinero. La verdad sale a la luz y el señor Hammond, comprensivo, ofrece incluso comisionarle a Warhol un retrato de su esposa: el rito de pasaje necesario para que Marina del Rey se convierta finalmente en Mrs. Mary Hammond.

En el ocaso del artista en serie Andy Warhol casi cualquiera podía comisionar su entrada en sociedad a la autodenominada Máquina de Pintar. Muchos de estos cuadros han podido verse hasta este verano en Le Grand Monde d’Andy Warhol en el Grand Palais de París (cada vez más afincado en su vocación de Disneylandia del arte).

Esta exposición mostraba la obra menos importante e interesante de Warhol, y la anunciaba como lo contrario. Un despropósito megapublicitado que desinformaba a sus miles de visitantes diarios dejando fuera la ironía y distancia que el mismo Warhol tenía hacia esos cuadros. La concurrida boutique del museo vendía latas de sopa Campbell’s, no afiches, no postales de latas de sopa. Latas.

Simultáneamente, la fundación de arte La Maison Rouge presentaba una exposición menos caricatural y más interesante sin el despilfarro de recursos del Grand Palais: Warhol TV, dedicada justamente a lo que su nombre indica, y mostraba el verdadero gran mundo de Andy Warhol.

La Maison Rouge presentaba sólo videos, en su mayoría hechos para las series Andy Warhol’s TV y Andy Warhol’s Fifteen Minutes (1981-1986), programas básicamente en formato de entrevista comisionados a Warhol para MTV y otros canales por cable. La exposición mostraba también clips musicales, publicidad y, desde luego, el video de su misa de réquiem (transmitido en MTV como capítulo final de Andy Warhol’s Fifteen Minutes).

Ambas exposiciones fueron acusadas de superficiales y/o aburridas. Sus curadores, al defenderse, se vieron en la necesidad de intelectualizar la elección de Andy Warhol como sujeto. “Da más prestigio interesarse por Joseph Beuys”, bromeó alguno.

De hecho, ambos curadores situaban en un lugar primordial, física y conceptualmente, la obra que pareciera justificar tanto a Warhol como al interés por él. En Warhol TV estaba el Screen Test: Marcel Duchamp, cuatro minutos de maliciosa media sonrisa que Warhol filmó colándose en una fiesta en honor a Duchamp en 1966.

En Le Grand Monde d’Andy Warhol estaba The Lord Gave Me My Face, But I Can Pick My Own Nose, el cuadro de un niño con el dedo en la nariz que Warhol presentó, causando cierto revuelo, en su último año (1948) en Carnegie-Mellon. Fred Guiles, biógrafo de Warhol, adivina en el gesto una “temprana influencia duchampiana”. Alain Cueff, el comisario de la exposición, enfatiza que The Lord Gave Me… se presentaba por primera vez en Europa. La primicia parece un tema relevante en las exposiciones consagradas a Warhol y es natural que así sea. El visitante desinformado tiene la impresión de asistir a un evento que no se repetirá. Y basta googlear un poco para darse cuenta de que desde Troy, Alabama, hasta Christchurch, Nueva Zelanda, cada mes se inaugura una retrospectiva de las serigrafías, los retratos de deportistas, las polaroids, la Factory, la música, las películas… de Andy Warhol.

Los visitantes de Le Grand Monde d’Andy Warhol paseaban por las salas como quien hojea una revista de prensa rosa tratando de distinguir a Ethel Scull de Tina Chow, de Carolina de Mónaco, del Sha de Irán. Pensaban que aun si la mayoría de los personajes eran desconocidos, tuvieron que ser lo suficientemente ricos o importantes para que Warhol los retratara. Por otra parte, aunque la exposición de La Maison Rouge perseguía fines más sofisticados, uno se dejaba llevar también por la curiosidad. Todo el que era o iba a ser alguien: Steven Spielberg, The Cars, Sting, Nick Rhodes, Blondie, Marc Jacobs. Todo el underground: Divine, John Waters, Pee Wee, y el upperground: Paloma Picasso, Cindy Sherman, Calvin Klein. Todos, todos suficientemente raros o modernos como para que Warhol los entrevistara.

Warhol hizo televisión, acto original para un artista de entonces, rodeado de un séquito de modernos y una serie de private jokes. Juntos crearon una especie de Barrio Sésamo para adultos con muy poco mérito artístico.

El Warhol de los sesenta fue un visionario y artista único. Su Factory y los que ahí creaban tuvieron y siguen teniendo gran impacto en el mundo del arte y la música. Pero a partir de que Valerie Solanas atentara contra su vida, el artista empezó a disolverse dando paso a un entertainer repetitivo. La actitud superficial pero tímida y distante de su personaje excéntrico y altivo a lo Truman Capote está hoy tan asimilada que ha caducado. Las dos exposiciones parisinas presentaban al Warhol más obvio y decadente, como las celebridades sobrebronceadas que retrataba por veinticinco mil dólares.

Mientras tanto en la retrospectiva de Giorgio de Chirico en el Musée d’Art Moderne de París podían leerse en una sala estas palabras de Warhol: “Adoro el arte de De Chirico y cómo repetía las mismas pinturas una y otra vez […] le gustaba y veía la repetición como una forma de expresarse. Me gusta mucho esta idea y me he dicho que sería genial hacerla.” ~

 

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Ejerce la polivalencia diletante, vive entre México y París y, cuando no le queda otro remedio, trabaja como artista.


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