En defensa de la bondad

Un primer paso para luchar contra la violencia (en México o en Francia) consiste simplemente en suspender el cinismo y privilegiar la bondad, en tender la mano al que se encuentra en una situación más frágil.
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I

El 13 de noviembre un grupo de jóvenes europeos de menos de treinta años asesinaron a un grupos de jóvenes en su mayoría europeos y menores de treinta años. Independientemente de lo que se le atribuya como objetivo (“fundamentalistas que detestan nuestro modo de vida” es tan simplista como insuficiente), Daesh ha logrado dominar las mentes de estos jóvenes, ¿por qué? Olivier Roy, politólogo especialista del islam, responde con claridad a esa pregunta en su artículo “El yihadismo es una revuelta nihilista”.

Los terroristas, dice, no son la expresión de una radicalización de la población musulmana, sino el reflejo de una revuelta generacional que toca a una categoría precisa de jóvenes: inmigrantes musulmanes de segunda generación y franceses “de cepa” convertidos al islam.

Jóvenes europeos que nunca habían retomado el islam de sus padres, ni representan de ninguna forma una tradición anti-occidental, al contrario hablan francés mejor que sus padres y compartían la cultura joven de su generación: bebían alcohol, fumaban mariguana, ligaban en bares.

Hasta que un día, explica Roy, se convierten al islam salafista que rechaza el concepto de cultura y que les permite reinventarse solos. Rechazan tanto la cultura de sus padres (de la que descienden) como la cultura occidental (en la que han crecido): se convierten en símbolos del odio a sí mismo.  No les interesa conocer verdaderamente el islam, ni la naturaleza teología o ideológica de la yihad, ni tienen ninguna práctica comunitaria.

Los convertidos escogen el islam porque es lo único disponible en el mercado de la revuelta radical; para adherirse a la extrema izquierda se necesita haber leído y ellos no lo hacen. “No se trata de una radicalización del islam, sino de una islamización de la radicalidad.”

Según Roy, la violencia a la que estos jóvenes adhieren es una violencia moderna: fría y tranquila. Como la de los asesinos en masa en Estados Unidos y de Breivik en Noruega. Nihilismo y soberbia están profundamente relacionados en estos casos.

Una parte de la generación joven europea pareciera desprovista de significado más allá de sí misma, a diferencia de sus abuelos que creían todavía en las instituciones o de sus padres que encontraban comunidad en ideologías compartidas. En relación a Andreas Lubitz, el piloto alemán que se suicido llevándose a 144 personas consigo, la filosofa Corine Pelluchon dice que el vacío es el yo interior de muchos en esta generación: su ego es sordo a los otros y quedan huérfanos de toda participación en un mundo común, enfrentan la desesperanza, la insatisfacción y el vacío.

II

Sarah Roubato, joven escritora francesa, publicó en estos días una carta a su generación. En ella cuestiona la lógica (propagada principalmente por los medios de comunicación y redes sociales) en la que Daesh atacaría a Francia porque odia a su estilo de vida y que por tanto una forma de ejercer resistencia es salir, beber, ir a museos y obras de teatro.

“Si la única respuesta de la juventud francesa a lo que se volverá una amenaza permanente, es salir a beber en las terrazas de los bares e ir a conciertos, no estoy segura de que estemos a la altura del símbolo que pretendemos ser. La atención que el mundo nos presta en este momento merecería que vayamos mucho más lejos”.

Roubato cuestiona también las singularidad y ventajas de las características definitorias de la juventud francesa: diversidad, libertad y capacidad de disfrutar la vida. No hay gran diferencia, dice, entre un parisino de origen magrebí, kurdo, musulmán, árabe, ateo, gay o heterosexual, “somos todos pequeños soldados del neoliberalismo y el sobre-consumismo.” La diversidad, propone Roubato, consistiría en tender una mano a los que son realmente diferentes a nosotros: ir al encuentro de los que viven en los barrios pobres, de los enfermos, de los presos.  

La libertad podría consistir en aprender a tomar caminos alternativos a los del híper consumismo. Renunciar a la esclavitud de las demandas de la mercado: a renovar un teléfono cada año, a comprar ropa barata hecha por niños en Bangladesh, etcétera. Y la capacidad de disfrutar de la vida y de festejar no necesariamente consiste en salir a conciertos o bares, sino en pasar un día entero con un anciano que vive solo, regalar un sábado de baby-sitting a una madre soltera o a una organización humanitaria.

III

La semana pasada el ex-ministro de cultura Frédéric Mitterrand cuestionado sobre la posibilidad de un nuevo programa André Malraux (cuyas políticas culturales dieron gran empuje a la democratización, financiación y divulgación  de la cultura en Francia) que incida en los barrios desfavorecidos, respondió:

“La cultura no resuelve los problemas de violencia. Adolf Eichmann fue un gran violoncelista. Es la moral la que resolverá el problema. La educación y la instrucción. La cultura es un extra que permite vivir en un mundo más feliz. Si uno es malo o si uno se ha vuelto malo, la cultura no cambiará nada. Es la educación dada por los padres o la comunidad, lo que permite superarse.”

El cineasta y caricaturista Joann Sfar publicó una serie de viñetas en respuesta al hashtag #PrayForParis (oren por París): “Amigos del mundo entero, gracias por sus oraciones, pero no necesitamos más religión: ¡nuestra fe está en la música, los besos, la vida, la champaña y el gozo!” Sin embargo, como sucedió también en enero pasado, los franceses siguen aferrándose a cosas tan intangibles como lo espiritual e intrínsecamente relacionadas con los valores de la religión: amor, compasión, bondad, poner al prójimo antes que a uno mismo.

Aunque Francia ha sido cuna del posestructuralismo y de buena parte de los filósofos posmodernos, su cultura sigue siendo predominantemente modernista y los franceses fervientes fieles de la razón. La laicidad es una religión a la que los franceses adhieren con orgullo, pero los eventos recientes han probado que la razón no tiene porque excluir a la fe.

La creencia de que defender tu estilo de vida vencerá de alguna forma a los terroristas, pensar que mantenerse unidos y preocuparse por los demás es una forma de resistencia, que  llevar flores y encender velas en République es el mejor escudo contra una kalashnikov: la “irracionalidad” de todos estos actos, ¿no es equivalente a esperar que pedir ayuda a alguien más allá del mundo tangible nos haga sentir mejor? 

A tres días de los ataques, Yanis Varoufakis, Slavoj Žižek y Julian Assange dieron una conferencia en Londres titulada Europe is Kaput! Una de las conclusiones que más se ha repetido en las redes sociales es: “No hay una propuesta ideológica alternativa: Daesh vs occidente. ¿Qué puede ocupar el terreno intermedio? Necesitamos un nuevo movimiento europeo de izquierdas. Un tipo de “cristianismo”, una proclama de amor y unificación.”

IV

Es imposible dar lecciones, dictaminar cuál es la tristeza políticamente correcta, qué terrorismo es más cruel, cuál pueblo más inocente. Todos los actos de violencia contra un pueblo nos conciernen igual como miembros de la raza humana, pero algunos nos tocan más cerca por una simple condición geográfica y cultural.

Como dice Roubato, pensar en que ir a conciertos, beber champaña en las terrazas e ir al teatro afectará de alguna forma a Daesh es algo irresponsable e ingenuo (para prueba baste la gran marcha post-Charlie Hebdo y lo poco que disuadió a los terroristas). La solución inmediata no está en el sistema educativo, ni en la difusión cultural, ni, ciertamente, en los contraataques militares. Los ataques del 13 de noviembre vienen del mal puro, de la ausencia de vida, del vacío ideológico, del aislamiento, de la incomprensión. Podemos combatirlos con lo opuesto. No será tan fácil ni tan atractivo como salir a una terraza o leer a Proust, pero sí igual de accesible.

No tengo análisis geopolíticos, ni predicciones efectivas, ni soluciones colectivas. Pero tengo la certeza de que esto me atañe personalmente y de que un primer paso para luchar contra la violencia (en México o en Francia) consiste simplemente en suspender el cinismo y privilegiar la bondad, en tender la mano al que se encuentra en una situación más frágil (en cualquier sentido) que la mía. ¿Cómo podría eso empeorar las cosas?

 

 

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Ejerce la polivalencia diletante, vive entre México y París y, cuando no le queda otro remedio, trabaja como artista.


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