Yuri Andrujovich (Ivano-Frankivsk, Ucrania, 1960) es uno de los escritores contemporáneos más conocidos de Europa del Este. Narrador, ensayista, traductor y poeta, en 1985 fundó junto a Viktor Neborak y Oleksandr Irvanets el grupo poético Bu-Ba-Bu, cuyo nombre toma la primera sílaba de las palabras ucranianas para bufonería, farsa y burlesco. Su obra, que mezcla la experimentación narrativa con una estética grotesca y una preocupación por la memoria y la historia, ha sido reconocida con galardones como el Premio Herder o el Premio Acercamiento Europeo. Acantilado ha publicado sus ensayos Mi Europa (que apareció en 2005 y está escrito en colaboración con el polaco Andrzej Stasiuk) y El último territorio (2006), así como sus novelas Recreaciones (2007), Doce anillos (2007) y Moscoviada (2010). La editorial acaba de lanzar la versión en castellano de Perverzión, una novela que juega con los géneros literarios y reconstruye las andanzas de Stanislav Perfetsky, un poeta ucraniano que desaparece en un congreso literario celebrado en Venecia.
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Uno de los elementos que se aplican a su literatura es la idea de lo grotesco, de lo carnavalesco. ¿Es una etiqueta adecuada? ¿Por qué le fascina esa estética?
No es una etiqueta falsa, pero tampoco es el único camino que quiero seguir. Hay algunas cosas que para mí resultan especialmente atractivas o al menos lo eran en los años noventa. Lo carnavalesco fue una de las palabras clave en mis comienzos literarios en el grupo poético Bu-Ba-Bu: nuestras actuaciones eran una especie de carnaval verbal. Cada poesía era una máscara nueva y usábamos un lenguaje burlesco y grotesco. Años después, cuando nuestro movimiento se acercaba al punto final, quería despedirme de forma adecuada de toda esta fase carnavalesca. Y Perverzión trata del final del carnaval, de lo que hay después del carnaval. Era también una pregunta personal para mí: ¿qué me queda como escritor después de haberme apartado de esta estética? Quizá por eso el material de Perverzión es muy intenso: lo escribí sabiendo que era la última vez. Es el carnaval absoluto al final del carnaval.
Con grados de gravedad diferentes, otro de los elementos esenciales de su literatura es la idea del juego. Lo han emparentado con Gombrowicz o con Gógol. ¿Se reconoce en esa tradición literaria?
Gombrowicz es un nombre importante, sin duda. Es un auténtico símbolo de los experimentos narrativos que de alguna forma representan una alternativa al método de narración tradicional. Se trata de otro tipo de realismo, un realismo mágico o un surrealismo, quizá. La narrativa tradicional, para mí, se ha vuelto aburrida. Como narrador, empiezo a tener problemas en el momento en el que me encuentro con una situación trivial que debo describir. Quizá eso tiene que ver con que en el fondo sigo siendo un poeta, pero también me sucede cuando escribo prosa. Prefiero la subjetividad a la objetividad. Me resulta mucho más interesante escribir en prosa sobre el flujo de conciencia, o escribir un monólogo interior, que hacerlo de manera objetiva, partiendo de algún tipo de omnisciencia. En Perverzión existen diferentes perspectivas. Eso era lo más cautivador del libro para mí: nunca me cansaba del texto. Cada día podía escribir un nuevo texto con un estilo diferente. Cada día era algo distinto: un poeta, un autor de necrológicas, un informador, un periodista que hacía una entrevista o alguien que simplemente tomaba unas notas.
Es también un escritor que escribe sobre literatura: sus libros están llenos de escritores, congresos, manuscritos encontrados, movimientos poéticos…
No sabría decir por qué elijo esos temas. Quizá la explicación más sencilla sea decir que los escojo porque son lo más próximo a mi corazón. Fui un lector apasionado. En mi infancia y mi juventud, los libros lo significaban todo para mí, seguramente más de lo que pueden significar para la mayoría de la gente. No acierto a encontrar otra explicación. Hay cierto espacio en el que uno se mueve y para mí este espacio estaba sobre todo en los textos literarios. Ahora desgraciadamente ya no es así: tengo muy poco tiempo para leer y estoy un poco envenenado por el oficio de escritor. A las quince o veinte páginas veo claro que un autor es maravilloso o que un libro es maravilloso, y por tanto no necesito seguir leyendo. Ahora prefiero los libros de no ficción: ensayos, reportajes, guías de viajes, distintos tipos de enciclopedias…
También ha escrito textos de no ficción, como El último territorio y Mi Europa, además de poesía y narrativa. ¿Cómo elige los géneros y qué le ofrece cada uno?
Los ensayos los puedo explicar de la siguiente forma: muchas veces, esos textos son encargos. Se trata de responder a una pregunta que me hacen para un congreso o un seminario, como le ocurre a Perfetsky. Otras veces son los periódicos o las revistas los que me preguntan algo. Cada semana escribo una columna y ahí soy libre en la elección de los temas, pero eso es uno de los aspectos del oficio. Las novelas son relativamente raras para mí: cada cinco o seis años se me ocurre una idea. Después necesito convivir con ella bastante tiempo. Para empezar, necesito tener la historia, el lugar y los personajes más o menos claros en mi cabeza. En Doce anillos, mi primer impulso se produjo a mediados de los noventa, en 1995 o 1996, pero no empecé a escribirla hasta 2001. Durante ese tiempo, conviví con la idea, intentando desarrollarla. Los poemas los escribí durante la época Bu-Ba-Bu, hasta 1990. Después me limité a leer en público aquellos primeros poemas, sin escribir ninguno nuevo. Hay poemas que aparecen en Perverzión, pero son poemas de Perfetsky, no míos. Pensé que nunca más volvería a ser poeta, pero en el 99 regresé a la poesía. Y en 2004 publiqué un poemario con textos que estilísticamente son muy distintos a los de aquella primera fase, en los que cada poema era una máscara nueva. Los poemas recientes están escritos en verso libre y son de gran sinceridad; hablo de mí mismo, de algo que yo he vivido. Al mismo tiempo continué con mi proyecto de traducción de la poesía estadounidense de los años cuarenta y sesenta, de los beatniks. Es una época que me apasiona, y en cierto modo he trasplantado a mis poemas ese aspecto salvaje de la poesía estadounidense de esos años.
Hay temas que son casi una constante en su obra. Una de las coincidencias entre Perverzión y Doce anillos es la importancia del mito de Orfeo.
En los dos casos el héroe es una encarnación del mito de Orfeo. La figura mítica de Orfeo es naturalmente un símbolo universal del artista, una metáfora de la individualidad creativa. Nadie es consciente de que Perfetsky esté encarnando la identidad de Orfeo. Él se da cuenta cuando se encuentra en el centro de esa ópera y para no ser asesinado tiene que desempeñar el papel que le ha tocado hasta el final del espectáculo. Ya no se trata de la vida de Orfeo sino de la suya propia. En Doce anillos, esto se duplica en los personajes de Karl-Joseph Zumbrunnen y Artur Pepa. Ambos viven el dilema de Orfeo: seguir viviendo o ser asesinado. El auténtico Orfeo es Zumbrunnen, porque acaba asesinado. En la mitología, Orfeo es desgarrado por las Ménades, en algún lugar del Noreste. Y yo sospecho que seguramente fue en los Cárpatos, y que su cabeza fue a parar al Mar Negro. Pienso que fue el río Danubio el que la llevó hasta allí, y todo eso encajaba muy bien en la topografía de Doce anillos. Allí, todos los arroyos fluyen hacia la cuenca del Danubio. Como obra tardía que es, los personajes de Doce anillos tienen un desarrollo más diverso. Perfetsky como Orfeo es más directo, más inmediato. Tiene la capacidad de encantar a la gente y seguramente también podría encantar a los animales, como hace Orfeo con su música, mientras que ni Pepa ni Zumbrunnen en Doce anillos saben tocar un instrumento musical. En su caso, el factor orfeico queda un poco más oculto.
Es interesante lo que dice del Danubio porque, a menudo en sus novelas pero especialmente en sus ensayos, hay un intento de integrar o reintegrar la historia de Ucrania en la idea de Europa Central.
Si pensamos en el auténtico Danubio, los ucranianos tenemos un trozo muy pequeño del río. Fluye de Occidente a Oriente en dirección al Mar Negro, pero apenas roza Ucrania. Sin embargo, por algún motivo, ese río aparece constantemente en nuestras canciones populares. Siempre que hay un río en una canción popular ucraniana, es el Danubio. Es un sinónimo de un río eterno, un arquetipo de la eternidad. El río más grande, el que fluye de manera central por Ucrania, es el Dniéper, pero no aparece en ninguna canción. Es extraño e interesante que muchos ucranianos cantaran sobre el Danubio a pesar de no haberlo visto nunca, como si fuera un río sagrado. Para mí se ha convertido en una especie de lema o símbolo para toda esta ampliación de nuestra geografía. Esa añoranza del Danubio entre los ucranianos es como una añoranza de otra existencia alternativa que tiene que ver con la Europa Central. Hay algunas casualidades curiosas: por ejemplo, hay un imperio alternativo en nuestra historia, que fue la monarquía del Danubio, el Imperio Austro-Húngaro. Pero, curiosamente, en 1968, cuando se produjo la invasión soviética de Checoslovaquia, toda esa operación se llamó Operación Danubio. Los estrategas de Moscú sabían lo que estaban haciendo. Estaban intentando destrozar ese mito de Centroeuropa con tanques. La ciudad de Praga no está en el Danubio, pero la ocupación de Praga se llamó Operación Danubio. Fue una cuestión geopolítica.
Esa idea está también en cierto modo en “Revisión centroeuropea”, donde mezcla la historia de los grandes cataclismos europeos con el relato de su familia.
Creo que es uno de mis mejores textos y tuvo mucho éxito en muchos países, pero en Ucrania es prácticamente desconocido. Era un intento de comprender mejor lo que significa esa época para una vida humana. Escribí el texto un año después de que muriera mi padre. Fue mi primer intento de modificar a mi padre de manera literaria. Tenía suficiente distancia como para presentarlo casi como una figura ficticia, literaria. Aunque todo lo que cuento es cierto, se trata de nuevo del asunto de la invención de la verdad. Y, naturalmente, también realicé un tratamiento literario de su padre, a quien nunca conocí. Murió dieciséis años antes de que yo naciera, asesinado por las tropas soviéticas. Cuando escribí Mi Europa, yo era maximalista, en el sentido de que era un texto en el que me planteaba esas cuestiones categoriales, finales: ¿qué es el tiempo? ¿Qué somos nosotros? ¿Por qué estamos limitados en el tiempo? ¿Hay algo más después de este tiempo que vivimos? Es un libro bastante existencialista.
En la historia reciente de su país, a los momentos de esperanza, como la caída del comunismo y la independencia, o como la “revolución naranja” de 2004, les han seguido tiempos de estancamiento y retroceso. El régimen ha encarcelado a Yulia Timoshenko, principal rival del presidente Viktor Yakunovich, en un proceso que muchos consideran políticamente motivado. ¿Qué supusieron esos cambios y cómo ve la situación actual?
Hablemos primero de la esperanza. En 2004 la revolución naranja fue una explosión preciosa de la humanidad en sus mejores cualidades. Simplemente era incapaz de reconocer a mis compatriotas. Fueron los días y las noches más felices que muchos de nosotros hemos vivido nunca. Naturalmente, también fue un error que dejáramos el asunto después de que nuestro candidato ganara. Pensábamos que era un final feliz, pero solo fue un comienzo feliz. Y luego nos apartamos de la política. Debo decir sinceramente que entendí así la situación. Pensaba: ahora soy políticamente activo para llevar al poder a la gente que lo merece, a fin de no tener que preocuparme de la política nunca más. Son buenos, harán la política necesaria y yo me comprometo ahora para gozar después de la libertad de ser apolítico. Y seguramente no solo pensaban así los escritores, sino también mucha más gente: ahora estamos haciendo este esfuerzo político, con manifestaciones, y después nos iremos a casa y los políticos harán su trabajo. Eso no sucedió. Fue un error dejar las cosas en manos de los políticos, porque enseguida lo estropearon todo, con conflictos internos, con una tremenda lucha por el poder, con una cantidad enorme de concesiones, reproches e intrigas. Todo eso acabó llevando al poder en 2010 a lo peor que había entre nosotros: a Yakunovich, un candidato que en 2004 había perdido las elecciones. Todo lo que hace ahora es vengarse. Está destrozando todos los rastros de la revolución naranja. Por poner un ejemplo, desde 2005 el 22 de noviembre se celebraba el Día de la Libertad. Este año el presidente eliminó ese día. Cuando tratan la historia más reciente, los libros de texto ya no hablan de la revolución naranja. El país está evolucionando hacia la dictadura: todavía no lo es, pero no cabe descartar que llegue a serlo. Hay dos características muy claras de un país no libre, y ya están presentes. Por un lado tenemos presos políticos y también tenemos fugitivos políticos, que son reconocidos como tales en los países de la Unión Europea. Algunos han pedido asilo en Chequia, otros en Austria, y algunos lo obtendrán quizá en Italia. Es conocido que hay al menos dos presos políticos VIP entre nosotros, la antigua primera ministra Timoshenko y Lutsenko, que era el ministro del interior, pero hay docenas de nombres que solo conocemos en Ucrania. Ya no es una excepción. Aunque fuera una excepción sería abominable, pero ya no lo es: es una tendencia.
Una de las cosas que todavía pueden frenar al régimen es la perspectiva de la Eurocopa 2012. Hasta que eso termine, no pueden excederse demasiado en su sistema represivo. Y en segundo lugar está la perspectiva de las elecciones parlamentarias en otoño. Todavía no han empleado todo su poder. Es un país que está en una situación de amenaza dictatorial, y eso recuerda a lo que sucede en Bielorrusia. Lo grave es que las experiencias en Bielorrusia demuestran que Occidente no es capaz de encontrar la manera adecuada de tratar con un dictador. La Unión Europea intentó ser blanda, después intentó ser severa, y nada de eso sirvió. Nuestro caso es un poco distinto, porque nuestros poderosos han invertido mucho en Occidente, y tienen muchos intereses en bancos e inmuebles occidentales. De manera que no llegarán a aislarse tanto de Europa como Lukashenko.
En textos anteriores, reclamaba una mayor implicación de la Unión Europea.
Sí, pero eso ya pasó. La Ucrania de hoy no tiene derecho a ser miembro de la Unión Europea. Como sociedad, debemos generar ese movimiento de independencia y hacer caer el régimen que tenemos. Pero tal y como está hoy Ucrania, no podemos ni hablar de Europa. No forma parte del orden del día. Pero sí la presión sobre el gobierno ucraniano por parte de Europa. Y esa presión es posible porque, como decía, las cuentas de sus inmuebles están en Europa: les gusta mucho Cerdeña, la Costa Azul…
¿Qué espera de las elecciones parlamentarias?
Las encuestas muestran que la oposición tiene buenas posibilidades de conseguir la mayoría, pero quienes tienen el poder ya han cambiado la Constitución de tal manera que la decisión final queda en manos del presidente, y la mayoría parlamentaria no serviría de gran cosa. Lo que sí puede hacer es exponer su poder ilimitado. Pero la elección decisiva era la de 2005, la elección a la presidencia. Ahora se trata de crear un precedente: mostrar que la oposición puede ganar, a fin de generar un cambio en la opinión pública y poner límites a ese poder absoluto. Una mayoría parlamentaria podría obtener eso, aunque siguiera funcionando el gobierno actual.
Se ha denunciado el deterioro de la libertad de expresión en Ucrania desde 2010. Aunque el gobierno niega la censura, algunos periodistas han dicho que alteraban la información deliberadamente para no ofender al gobierno.
Existe un movimiento de periodistas que se llama Stop Censura y denuncia esta clase de sucesos. Por otro lado, no funciona de una manera tan sencilla: no es que un censor corte o prohíba un reportaje en televisión. Los métodos son distintos. Hay cierto conformismo por parte de los directivos de los medios, que deciden la política editorial. Y los medios son propiedad de oligarcas y esos oligarcas son leales al presidente. Así que una emisora de televisión es prácticamente independiente pero las instancias más elevadas de ese medio asumen la gestión de ese canal y deciden que algunos temas solo se van a tratar de cierta manera. Es una forma más refinada de censura. No se puede decir: mira, estás censurando. Todo se presenta como una política voluntaria de la redacción: sin ningún tipo de presión, hemos decidido que mostrar a Yulia Timoshenko en la cárcel ya no es interesante, pero vamos a enseñar cualquier cosa supuestamente buena que haya hecho el poder. El único ámbito relativamente libre es internet. Gente con camisetas que llevan algo impreso contra el presidente es arrestada por la policía, o amenazada por la calle. Eso es inimaginable en un país libre. Se produce una sensación continua de vivir al borde de una dictadura.
Usted vivió bajo la dominación soviética. Sirvió en el Ejército Rojo. ¿Cuál es su relación con la cultura y la literatura rusa?
Distingo entre Rusia como imperio, que siempre ha sido un gran factor de amenaza para Ucrania, y por otro lado Rusia como un contexto cultural con una de las literaturas más importantes del mundo. No solo fue importante en el pasado: también es importante la literatura rusa actual, las películas, el teatro. Aquí hay cierta contradicción, porque esta alma imperial de Rusia no se puede separar por completo de la cultura. Y aquí es donde cualquier intelectual ucraniano se encuentra con dificultades. Para amar a Rusia preferiría ser un inglés o un español o, mejor aún, un brasileño. Entonces, podría amar a Rusia de todo corazón. Pero como ucraniano, tengo junto a mí esos fantasmas de las pretensiones imperialistas. Y cuando veo el Kremlin, no pienso que es una preciosa arquitectura renacentista de maestros italianos, sino que pienso en primer lugar: este es el centro del mal en el mundo, donde todo el tiempo, día y noche, se generan planes acerca de cómo se puede reducir mi libertad. El Kremlin es muy bonito, pero, desgraciadamente, ese aspecto solo funciona en segunda instancia en mi cabeza.
En su relación con Rusia los ucranianos están tan divididos como el país lo está en otros sentidos. Más o menos a la mitad de los ucranianos les gustaría estar muy próximos a Rusia. La otra mitad quiere alejarse. Pero las encuestas muestran que los ucranianos tienen una actitud positiva hacia los rusos como pueblo.
Es uno de los escritores ucranianos más conocidos. Lo han traducido a muchas lenguas europeas y ha recibido distinciones en muchos países. Eso también le convierte en una voz que habla de Ucrania en el exterior.
Por supuesto, es una responsabilidad. Pero espero que cada una de mis declaraciones también pueda ser aceptada con una lectura crítica. Espero que se entienda que soy solo un escritor y que, en su misma naturaleza, cualquier escritor es subjetivo. No puedo decir que esto sea algo negativo para mí, que me sienta forzado a adoptar este papel. Comunicarse con los demás es una de las tareas del escritor: uno de sus objetivos es promover una mayor comprensión entre la gente y los pueblos. ~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).