Adiós al SME

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El Sindicato Mexicano de Electricistas extorsionaba al gobierno a través del contrato colectivo de trabajo. Y extorsionaba a la sociedad a través de un servicio que llamarlo ineficaz sería elogiarlo. Construido pacientemente año tras año, esta perfecta maquinaria del abuso, reloj suizo con todo y pájaro cucú, hizo que para todo fin práctico la Compañía de Luz y Fuerza del Centro fuera rehén de su sindicato. En números gruesos estamos hablando de cuarenta mil personas para un trabajo que requería menos de la cuarta parte (es decir, treinta mil personas becadas por la sociedad). Estamos hablando del índice de productividad más bajo del mundo. Estamos hablando de un régimen de jubilación que incrementaba el problema año con año, como una gota malaya.

Una prueba de esto es que un sábado de futbol nacional, con todas las televisoras encendidas, sólo laboraba un pequeñísimo grupo que fácilmente pudo ser desalojado de las instalaciones. Y que, pese a algunos problemas en el suministro –difícil saber cuáles se deben además al sabotaje–, un puñado de técnicos de la Comisión Federal de Electricidad mantiene encendida la ciudad más grande del mundo.

Recordemos que es el gobierno, a través de la CFE, el que genera la mayor parte de la electricidad, y que le entregaba a LyFC únicamente su distribución y cobro. En ese proceso, por arte de magia, el SME desaparecía en la chistera de la corrupción más del treinta por ciento de ese caudal, mismo que revendía de manera ilegal a la sociedad: diablitos, tomas ilegales, arreglos del medidor y demás sutilezas.

Antaño, con la policía de la ciudad, los capitalinos nos sentábamos alrededor del fuego primigenio a contar sus historias de incompetencia y corrupción. En ese tenor, qué antología no se podría hacer del disparate eléctrico. Al que no se le haya ido la luz en algún momento clave, que encienda el primer switch. Esto, medido no en índices de hilaridad sino de productividad, es lo que marca la diferencia entre el primer mundo y el tercero, donde vegetamos felices.

La confusión entre lo público y lo privado tiene tintes grotescos en México. Para cualquier observador objetivo debería ser obvio que la luz era el negocio privado del SME. Sin embargo, la liga de la virtud intelectual y los políticos del todo o nada afilan ya sus baterías dialécticas: “el pueblo ha sido ultrajado, viva yo”.

La política es el reino de lo posible, no de lo deseable. El camino del infierno está sembrado de voluntarismo. No se trata de olvidar las otras extorsiones sindicales sino de reconocer que, por el momento, y hasta que una mayoría social no despierte, no es posible aún enfrentar esos otros monopolios. ~

 

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(ciudad de México, 1969) ensayista.


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