Apología de la incertidumbre

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 Incertidumbre no es solo el antónimo de certidumbre. Es mucho más. Es la certeza de saber que se ignoran detalles, que faltan elementos, y que al abonar dudas sobre temas conocidos el conocimiento mejora y las posibilidades de errar disminuyen. Es también tierra fértil para la sorpresa y la emoción, vivencias fundamentales. La incertidumbre es una invitación abierta donde lo normal y lo conocido, a pesar de serlo, pueden dejar de serlo. Es el espacio donde la mirada atenta desvela rincones inéditos e impensados de cosas y hechos harto conocidos.

En el mundo moderno, con la velocidad de por medio y las respuestas rápidas ofrecidas por la red, son pocas las personas que consideran a la incertidumbre como cualidad. Para la mayoría, para las necesidades contemporáneas, la incertidumbre es un lastre. Responder rápido, sin reparar; recorrer la red, sin cuestionar; bajar datos, sin indagar; preguntar vía WhatsApp, sin mirar; son algunos de los elementos que militan en contra de la incertidumbre y, por extensión, contra la sorpresa, contra la duda, contra la capacidad de admirar, y contra el saber aceptar que le falta saber.

Sorprenderse, dudar y emocionarse son estados mentales de las personas cuyos tiempos difieren de los tiempos rápidos o de los tiempos líquidos como explica con profunda inteligencia Zygmunt Bauman, y cuya capacidad para navegar sin temor por el mundo de la incertidumbre les permite arroparse de nuevos saberes. Aprenden y corrigen tras mirar, escuchar, preguntar y voltear, para después, con tiempo, en otro tiempo, volver a mirar, volver a escuchar, volver a preguntar, volver a voltear. Volver, por supuesto, como sinónimo no escrito de incertidumbre.

Aprecio la incertidumbre. La escuela de la duda deviene sabiduría y crecimiento. Se cometen menos errores cuando se admite la falta de certidumbre. En medicina, el galeno arropado por la incertidumbre suele ser eficaz, honesto y ético. Muchos enfermos, agobiados por su pesar, se decepcionan cuando el doctor comparte sus dudas con el afectado. La máxima inglesa “espera y ve” –o mejor, “aguarda, observa y decide”–, aplicada a la medicina y a la vida en general encierra una gran sabiduría. Se cometen menos errores cuando se tiene la posibilidad (y la costumbre) de esperar antes de actuar, de decir “no sé” antes de afirmar, de indagar con humildad antes de asegurar.

El mundo moderno, su rapidez y la dinámica de las relaciones son enemigas de la incertidumbre y de la capacidad implícita en “espera y ve”. Esa conducta es heterónima de incertidumbre y simiente de búsqueda y modestia. Quien aguarda y observa, e interroga acerca de los sucesos cotidianos y conserva la capacidad de sorprenderse –sea el médico cuyo oficio es escuchar “me duele la cabeza cuando volteo hacia el lado izquierdo”, el periodista que observa el nuevo estilo de decapitar, el investigador dedicado a mirar y repasar incontables veces el movimiento de la Luna cuando disminuye más de lo previsible la temperatura o el escritor que se pelea con la coma, o con el punto y coma, y los mueve y los cambia de lugar incontables veces–, crece mientras duda. Crece porque ha convertido la incertidumbre en una forma de vida.

Restar certidumbre a la certidumbre, sumar preguntas nuevas a respuestas viejas, y no dejar de sorprenderse frente a lo trivial o frente a lo ya visto y escuchado, permite mirar de otra forma, aprender a partir de la sabiduría de la incertidumbre y reescribir lo ya dicho.

Incertidumbre no es solo el antónimo de certidumbre. Es algo más.  Es también el permiso que se otorga toda persona cuya arquitectura esté dotada por una dosis de autocrítica, otra de modestia, una más de conocimiento y un espacio donde la respuesta que aclaró una pregunta sirva para generar otra pregunta. En ese permiso, el permiso de dudar y preguntar, florece la incertidumbre y se fortalece el ser humano. ~

 

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(ciudad de México, 1951) es médico clínico, escritor y profesor de la UNAM. Sus libros más recientes son Apología del lápiz (con Vicente Rojo) y Cuando la muerte se aproxima.


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