Apuntes sobre la puesta en escena de Natán el Sabio de la Compañía Nacional de Teatro

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¿Qué es la sabiduría y cómo escenificarla? Natán el Sabio, de G.E. Lessing, sucede en Palestina, en Jerusalén, durante la tercera cruzada en el siglo XII. Haré una pequeña sinopsis del argumento: Natán es un comerciante judío que al regresar de un largo viaje se encuentra con que su casa se incendió y su única hija, Recha, fue salvada por un joven templario, quien a su vez fue indultado por Saladino en un acto casi milagroso (lo indulta porque el parecido que el muchacho tiene con su hermano muerto es sorprendente). El templario y la muchacha se enamoran. Por su lado, Saladino, dada su necesidad de recursos para la guerra, se entera de la existencia del judío Natán –“El Sabio”, como lo llaman– y con curiosidad lo interroga sobre la verdadera fe y quién la posee: judíos, cristianos o musulmanes. Natán le responde con una parábola (como debe ser ante una pregunta así) y le cuenta la historia de los tres anillos. La belleza y sabiduría del cuento sorprende a Saladino e inmediatamente lo adopta como amigo. Finalmente se descubre que Recha, la hija de Natán, en realidad fue adoptada por él, y al igual que el templario es sobrina de Saladino, por lo que todos resultan ser una familia.

Natán el Sabio es probablemente una de las piezas teatrales que abordan con mayor fuerza y precisión la idea de la tolerancia; no es gratuito que sea parte fundamental del repertorio dramático de las principales compañías teatrales del mundo. Es una obra esencial, heredera del teatro shakespeariano. Lessing funda el teatro alemán moderno y sin embargo no es sino hasta esta puesta en escena producida por la Compañía Nacional de Teatro (CNT), que se estrenó por primera vez en México, después de más de doscientos años. Como sea, mi encuentro con Natán el Sabio se inicia con una investigación personal sobre su personaje antitético: Shylock, en El mercader de Venecia de Shakespeare: el judío avaro, intolerante y vengativo. Me interesaba entender al personaje de Shylock no solo como una simple historia sobre la avaricia y la sed de venganza de un judío amargado sino como una fábula cuyo marco es una reflexión sobre la sabiduría. Visitando el museo del judaísmo en Berlín me topé con este otro personaje de la literatura dramática, Natán el Sabio; estaban delante de mí, uno frente al otro, los dos personajes judíos más famosos de la literatura dramática. Uno, Shylock, paradigma de negatividad frente al otro, Natán, luminosidad y sabiduría. Poco tiempo después, en una gratificante coincidencia, fui convocado por Luis de Tavira, director de la CNT, para encargarme la dirección de la puesta en escena del texto de Lessing. El reto no era cosa sencilla: Natán es una obra monumental, en cinco actos, de profunda reflexión y con un título que implica una gran responsabilidad: promete un personaje que representa la sabiduría. El título lo dice todo. No se trata de hablar o de hacer un ensayo sobre la sabiduría, es verla en acción: una de las diferencia del teatro con la prosa literaria es que la palabra, al ser encarnada, no refleja unilateralmente los conceptos del autor, más bien es el vehículo de la acción, donde, a partir de las relaciones humanas y sus conflictos, descubrimos los sentidos profundos del texto. Esa es la fuerza también de la parábola: no describe intelectualmente la realidad sino que la reproduce en un imaginario concreto. Así, con el excelentísimo actor Ricardo Blume representando a Natán y el elenco de la CNT, nos propusimos desentrañar el significado de la acción en la obra.

Esencialmente Natán es un comerciante que ha viajado y ha visto mucho. En su manera de ser se refleja una personalidad mundana, sin pretensiones intelectuales y sin falsas erudiciones; pragmático, gran observador, conoce el alma humana de manera natural. También es un hombre que ha sufrido. Es, explícitamente, Job: Natán perdió a toda su familia (su esposa y siete hijos) en una matanza cometida por cristianos y se recuperó del dolor y la sed de venganza a fuerza de fe en Dios. Otro personaje, el templario, (interpretado por Claudio Lafarga) es un joven cristiano. Muchacho en el que, aunque se deja llevar por sus pasiones, se adivina una alma sincera que esconde valores éticos. A pesar de ser cristiano (y guerrero templario), Natán ve en él a “otro más que le basta con llamarse humano”. El otro personaje protagónico en la obra es el sultán Saladino, representado por Luis Rábago, actor de carácter poderoso. Saladino es un guerrero musulmán, y al no ser tan joven como el templario es ya consciente de su ignorancia. Natán comparte con él una humilde voluntad de entender la realidad. Así fuimos descubriendo a los personajes: Natán era un agudo observador que daba una perspectiva irónica (y divertida) de la vida, era el personaje que menos se dejaba conducir por sus emociones, el que vivía en un estado de mayor relajación emotiva, sin juicios gratuitos sobre nada (aunque guardaba un terrible secreto que lo atormentaba: su hija no era su hija y por amor a ella lo ocultaba). Natán se distinguía de los otros personajes por su capacidad de entender las reacciones de los demás. Veía con claridad cualquier intención oculta, y, si algo le provocaba alguna emoción negativa, la tolerancia era el instrumento para frenar aquello que empañara su entendimiento. Natán acepta la realidad y escoge el camino más apropiado para proceder en beneficio propio y de los demás. Así llegamos a ver que, entre más miedo tienen los personajes, menos controlan sus emociones y por lo tanto el esfuerzo que tienen que hacer para ser tolerantes es mayor. Esa es una de las ironías de la obra: el personaje que menos esfuerzo necesita para tolerar a los demás es Natán, y es el más tolerante. Lessing describe un mundo en el que la tolerancia no es un fin en sí mismo, más bien es un medio para llegar a un estado espiritual inteligentemente relajado, amoroso y colmado de sentido común. Ricardo Blume fue construyendo un personaje sereno e indulgente, aderezado de pequeñas y delicadas acciones.

Sigamos las pistas que da la obra: Decía que Saladino reta a Natán a que le responda, ya que es tan sabio, cual es la “verdad última”. Natán le cuenta la fábula de los tres anillos, famosa ya desde el Decamerón. Trataré de contarla de la manera más sencilla: Existía un anillo muy poderoso que poseía el poder de convertir al que lo usaba en el ser más amado. El anillo pasaba de generación en generación, siempre del padre al más amado hijo. Un buen día un padre que tenía tres hijos, ninguno más querido que el otro, se encuentra en la disyuntiva de decidir a cuál de ellos va a heredar el anillo. Como quiere de igual manera a sus tres hijos, manda hacer dos copias exactas del anillo original y, sin contarlo a los otros dos, hereda un anillo igual a cada cual. El padre finalmente muere y los hijos reclaman ser los herederos del único anillo; evidentemente no se ponen de acuerdo, pelean y acuden a un juez, quien, al no poder distinguir el anillo original de las copias, les aconseja que imiten al padre que los amó por igual y “vivan con la ternura y la tolerancia en su corazón”. En la parábola, las tres religiones son los hermanos; las tres religiones son una familia. El amor es la inspiración y la guía.

En la obra de Lessing la trama se desenreda cuando se descubre que la hija de Natán (que, como decía, es adoptada) y el templario en realidad son hermanos y a la vez sobrinos de Saladino. La verdad sale a flote, como en la parábola de los tres anillos, y la tolerancia se sustituye por el amor. O dicho de otra forma, la tolerancia se justifica en el amor. Ese es el tema central: el amor, para Natán (y para Lessing), es más importante que la verdad.

Solo quedaba responder a la pregunta capital: ¿Cómo es la escenificación?, ¿cómo es que se materializan esas ideas en la escena? El espectador llega al teatro con total disposición de dejarse guiar y seducir por cada signo escénico: escenografía, vestuario, iluminación, trazo, etcétera. La escenografía, que al mismo tiempo debía representar el desierto o la casa de Natán y el palacio de Saladino, fue resuelta con cambios dinámicos de paneles con proyecciones de iconografía árabe utilizando colores amarillos, azules y verdes (el color del desierto, el cielo y la vegetación respectivamente). La música que apoya las acciones, las atmósferas y los cambios de espacio nos debía recordar la música tradicional judía combinada con sonidos árabes con un toque contemporáneo. El vestuario fue de época con un sutil toque fantástico, mientras que el trazo escénico se vio influenciado por la estética bizantina y por ilustraciones de dibujos árabes –en todas ellas los personajes están en posiciones estáticas, como si fueran retratos de la vida cotidiana en actitudes precisas y bellas. Así debía ser la puesta en escena: con pocos movimientos, en una estilización atractiva, simple, apoyándonos en la palabra y en una acción que debía transcurrir elegantemente. Todos estos elementos unidos imprimen a la puesta en escena una sensación de cuento parecida a una historia de Las mil y una noches. El montaje fue una perpetua lucha contra la tentación del movimiento innecesario, y poco a poco fuimos elaborando un estilo elegante que permitiría la fluidez de un texto de por sí hermoso.

Ahora, después del estreno de Natán con la CNT, se abre el camino para entender a Shylock de manera distinta. Al igual que Natán, el judío de Shakespeare es una especie de Job que sufrió golpes duros de la vida, pero no opta por el perdón, al contrario de Natán, sino que opta voluntariamente por la venganza, se deja llevar por sus emociones primarias y pierde todo, no solo dinero y bienes terrenales… el castigo último y más doloroso de Shylock es dejar de ser Judío: pierde a su Dios. Tal vez la historia de El mercader de Venecia es una historia bíblica.

Termino estas reflexiones con un monólogo de Shylock:

 

¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío si quiere seguir el ejemplo del cristiano? La venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado. ~

 

 


(Foto: CNT / Sergio Carreón Ireta)

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