Ascética y éxito

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HAY ALGO PURITANO EN EL MUNDO DE HOY. La desaprobación que produce fumar no existía hace unas cuantas décadas, cuando parecía tan elegante que eran comunes las fotografías de artistas, políticos y hasta deportistas fumando. Las poses pensativas y las miradas penetrantes daban al fumador un aire de superioridad. Era darse un placer y también darse humos sin escandalizar.

Quizá el puritanismo es eterno y solo va cambiando de tema. Cuando llegó el bob cut a México (la moda del pelo corto en las mujeres), la desaprobación compuso una copla burlesca:

 

Se acabaron las pelonas.

Se acabó la pretensión.

La que quiera ser pelona

pagará contribución.

 

Pero más allá de estos cambios de tema, que los hay, avanza una curiosa difusión de los ideales monásticos en el mundo del éxito. Los monjes no se casan, viven en una celda, ayunan, disciplinan su cuerpo, examinan su conciencia, leen libros de superación espiritual, obedecen. Se dedican a ser cada vez más perfectos por el ora et labora: la meditación y el trabajo.

Este camino de perfección para unos cuantos va ganando adeptos fuera de los conventos. La meditación está de moda. Fumar es mal visto. Engordar también. Las dietas rigurosas no son exactamente ayuno, pero ¿cuál es la diferencia? El mundo ejecutivo exige dedicación y obediencia para el ascenso a las cumbres: el nuevo Monte Carmelo. Abundan los cursos de superación personal que son como ejercicios espirituales: renuevan el entusiasmo por las metas. La soltería prolongada o renovada no es un voto solemne, pero es un celibato. Se multiplican los departamentos donde vive una sola persona. No son celdas, pero tienen algo monacal. En vez de cilicios, hay caminadoras, bicicletas fijas o acceso a clubes atléticos donde los aspirantes a la perfección se torturan voluntariamente para ser mejores y sentirse mejor.

Para muchos triunfadores, el éxito merece renunciar a todo lo demás. Cuando el semanario Time dedicó un número a quienes se habían hecho millonarios antes de cumplir 40 años, alguno declaró (si mal no recuerdo): No es tan difícil hacer un millón de dólares. Lo difícil es no querer otra cosa.

El llamado a ser más exige una concentración absoluta y un desprendimiento radical. Amado Nervo:

 

Si Tú me dices “¡Ven!”, lo dejo todo…

No volveré siquiera la mirada

para mirar a la mujer amada…

 

Muchas posiciones radicales del Nuevo Testamento fueron integradas a los ideales monásticos. Pero no tan pronto. Los monasterios cristianos aparecen en el Cercano Oriente siglos después de Cristo, cuando los budistas llevaban un milenio de existir. Según Richard Garbe (India and Christendom), del budismo llegaron al cristianismo: los claustros monacales, la distinción entre novicios y monjes ordenados, el celibato, la confesión, la tonsura, los campanarios, el uso del incienso, la veneración de reliquias y el rosario.

Para los antiguos griegos, abandonar la vida común, recluirse y dedicarse a lo suyo (ídios) era una idiotez. Lo importante era actuar y destacar en la polis. Pero hubo excepciones. Los pitagóricos, cínicos, epicúreos y estoicos dieron importancia a la vida interior, también por influencia oriental (hasta se dijo que Pitágoras había estado en la India).

Michel Foucault (Tecnologías del yo) contrasta en esas excepciones dos formas de poder: sobre los otros y sobre sí mismo. Pero lo decisivo, por lo que hace a la vida ascética, es el esfuerzo concentrado en la perfección, como puede verse en la evolución de la palabra asketés en el mundo griego. Significó primero ‘experto’, después ‘atleta’ y finalmente ‘asceta’.

Según Hermigild Dressler (The usage of askeo and its cognates in Greek documents to 100 A. D.), el verbo askeo en los poemas homéricos significaba ‘hacer algo primorosamente’. Un trabajo primoroso es un trabajo de primera: hecho con destreza, habilidad, esmero, excelencia, arte, ornato, hermosura, perfección.

Dressler hace un recuento de las palabras y significados según van apareciendo. El verbo askeo (hacer primores) y el adjetivo asketós (esmerado) aparecen antes que los sustantivos asketés (experto) y áskesis (pericia). El campo de los usos se va extendiendo: desde los trabajos de lana, de metal, de construcción; lo arduo, laborioso, adornado; la destreza, maña, especialidad; el aprender haciendo, la práctica, el ejercicio, el entrenamiento, el gimnasio; la preparación deportiva y militar, la dedicación (al oficio), la ofrenda dedicada (a los dioses); hasta la habituación, virtud, austeridad, manera de vivir.

La evolución no es lineal, pero puede esquematizarse en los siguientes grados:

 

1. Dominio de un oficio esmerado en producir cosas bien hechas (artesanos).

2. Dominio del propio cuerpo para destacar en la acción deportiva o militar (atletas).

3. Dominio de sí mismo para alcanzar metas morales (ascetas).

 

En los tres grados hay un saber práctico y profesional que empieza por darle forma perfecta a unos materiales, pasa a perfeccionar el propio cuerpo y finalmente a perfeccionar el alma.

Paralelamente, apareció la filosofía, que tuvo una evolución convergente. Los primeros filósofos griegos fueron también los primeros teólogos (de sus conceptos deriva la teología cristiana). Introdujeron el discurso racional y la crítica de las creencias sobre el cosmos, la naturaleza y lo divino (Werner Jaeger, La teología de los primeros filósofos griegos). Teorizaron sobre el alma, pero no con el sentido práctico que apareció después.

La racionalidad de la acción para tener éxito y la prioridad del éxito sobre los valores tradicionales fueron cuestiones debatidas por los sofistas. La insuficiencia de esa racionalidad fue criticada por Sócrates, Platón y Aristóteles. Observación de W. K. C. Guthrie (The Sophists): Ya no se discute si la tierra es plana o redonda con los argumentos griegos, pero los argumentos de los sofistas y de Sócrates no han perdido actualidad. El éxito y la crítica del éxito son hoy cuestiones vivas.

Pierre Hadot (Ejercicios espirituales y filosofía antigua) mostró que, a partir de Sócrates, la filosofía no solo cambió de tema (del cosmos a la vida humana), sino de propósito. No basta con entender mejor: hay que ser mejores. La crítica de la vida tiene que ser autocrítica. Una vida sin examen no es vida. Vivir filosóficamente es prepararse para la plenitud de ser mortal. Foucault, en el capítulo sobre “El cultivo de sí” de su Historia de la sexualidad, dice que “sobre estos temas hay que referirse” al libro de Hadot.

El separarse del anacoreta (anachóresis, retirada), irse al desierto del eremita (eremía, desierto) y vivir solo del monje (monachós, solitario) fueron criticados por la comunidad cristiana. Preferir el desierto parecía desertar. Los solitarios tuvieron que defenderse y explicar que su soledad es comunión. Finalmente, casi todos volvieron a comunidades cristianas (limitadas a los consagrados), primero ácratas (en ermitas independientes, pero vecinas, con servicios dominicales comunes) y luego bajo la dirección espiritual de un abad, según ciertas reglas constitucionales, en lugares cerrados y remotos. Frente al Imperio romano que se hundía, surgió la contrafigura del convento: una especie de Ciudad de Dios.

Los conventos integraron la fe cristiana de los solitarios con el entrenamiento de los ascetas y el arte de vivir filosóficamente. Fueron vistos como gimnasios donde los cristianos profesionales profesan para alcanzar la perfección a tiempo completo, frente a los meros cristianos sumergidos en la vida normal. Así se explica que, durante siglos, la palabra philósophos (en griego) significara simplemente ‘monje’ (Jean Leclercq, The love of learning and the desire for God).

Ni Cristo ni sus primeros seguidores adoptaron esa vía excepcional que hoy reaparece bajo formas nuevas, como si el éxito fuese una nueva religión. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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