Borges: la biblioteca parcial

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Aunque hay muchos lugares donde sería disfrutable ser un escritor vivo, sólo hay dos países en los que alguien querría ser un escritor muerto: Alemania y Francia. Las suyas son las únicas sociedades en las cuales se cree que un gran escritor merece un monumento y que el monumento idóneo es una edición confiable y completa de su obra.
Los Estados Unidos, a este respecto, fueron un desastre absoluto hasta que la campaña de Edmund Wilson propugnó por una versión estadounidense de La Pléiade francesa que en los ochenta llevó a la creación de la Library of America. Hoy día, por primera vez, se cuenta con ediciones aceptables de Stevens, Frost, Stein, Faulkner, Wharton y otros más —muchas décadas después de su muerte. Sin embargo, gran parte de la literatura estadounidense aún se hace polvo en los archivos: hay libros de Henry James que han estado agotados durante todo el siglo XX, cientos de ensayos de T.S. Eliot que nunca se han recogido en libro, e incluso textos de Emerson que jamás han sido publicados —por citar sólo unos cuantos ejemplos.
     En América Latina, por supuesto, las cosas están mucho peor. Sus grandes escritores —a diferencia de los estadounidenses— son considerados fuente de orgullo nacional y se les inmortaliza en estatuas, nombres de calles, centros culturales, colegios, discursos políticos y sellos postales, pero sus textos —además de uno o dos que les dieron celebridad— suelen ser tan efímeros como su conversación de sobremesa. Cuando traduje Altazor de Vicente Huidobro, por ejemplo, consulté seis ediciones, incluido el original, y todas eran distintas. Para traducir el poema fue preciso, en suma, inventar mi propio texto castellano. Como lector y traductor de Octavio Paz le estaré siempre agradecido de que hubiera dedicado sus últimos años a los quince volúmenes de las Obras completas, a organizar el material y a revisar todos los textos —quizá sea el primer escritor en emprender semejante proyecto a esta escala desde la monumental (pero incompleta) New York Edition de Henry James. Los lectores necesitan las cimas y los valles de un gran escritor para apreciar el paisaje entero. Una o dos líneas en el texto más insignificante a menudo iluminan lo más importante.
     A diferencia de Paz, el estado de los textos de Jorge Luis Borges es —y sólo conviene una palabra borgesiana— un laberinto del que apenas salí luego de una larga —y sólo conviene una palabra borgesiana— pesadilla en la que cribé imponentes dunas de textos. Hace tres años, accedí a preparar una amplia selección de ensayos de Borges para el tercer tomo (antecedido por la narrativa y la poesía) de la edición de su obra que Viking Penguin publicará en los Estados Unidos y la Gran Bretaña. En esa época era más su lector que un experto, y supuse con candidez que sería capaz de integrar una selección a partir de las Obras completas en cinco tomos publicadas por Emecé. Pronto descubrí que las obras completas sólo comprenden apenas una parte de la obra; dondequiera que miraba los ensayos de Borges parecían caer del cielo. A pesar de la reciente publicación de la bibliografía de Nicolás Helft —que infortunadamente no existía en ese entonces— nadie sabe con certeza cuántos ensayos escribió Borges. Estimo que unos 1,200.
     (Aquí debo interpolar una salvedad: el castellano carece de un término amplio que denomine las composiciones en prosa que Borges escribió y expuso: ensayos, reseñas de libros y de cine, biografías condensadas, transcripciones de conferencias, prólogos, artículos para enciclopedias, estudios históricos, notas sobre política y cultura. El equívoco término "ensayo" debe bastar para todo. El inglés cuenta con el rudimentario término non-fiction prose (prosa no narrativa); en mi edición inventé el plural de una palabra inglesa procedente, por supuesto, de Ficciones y titulé el libro Selected Non-Fictions. Además, se debe agregar que si bien los límites entre "ficción" y "no ficción" son considerablemente imprecisos en la narrativa de Borges, no es éste el caso en su prosa no narrativa. Es decir, sus ficciones a menudo pueden no parecer narrativas o incluir elementos verídicos, pero su obra no narrativa nunca parece ficción ni incluye información que no pueda verificarse de manera independiente.)
     En contraste con la abundancia de sus escritos, Borges publicó muy pocas recopilaciones de ensayos. En los años veinte, tres libros: Inquisiciones (1924), El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928). Debido a su escritura barroca, al estilo "latín en español",  a que están repletos de expresiones argentinas incomprensibles para otros lectores del idioma e incluso a que experimentan con una supuesta ortografía "argentina", fueron más tarde desconocidos y toda su vida se negó a permitir su reimpresión. Antes de morir, sin embargo, autorizó que una selección se agregara a la edición de su obra en La Pléiade, y en 1994 —a pesar de las objeciones de algunos borgesianos— Seix Barral volvió a publicarlos.
     Tres libros de ensayos adicionales se divulgaron entre 1930 y 1936: uno temático, sobre el pasado de Argentina, Evaristo Carriego (1930); y dos misceláneos, Discusión (1932) e Historia de la eternidad (1936). El siguiente, Otras inquisiciones, fue dado al público 16 años después, en 1952, e incluye menos de cuarenta entre los cientos de ensayos que escribió durante ese periodo singularmente prolífico.
     Ningún libro nuevo de ensayo vio la luz durante los 23 años siguientes. A una edad ya avanzada, autorizó la publicación de algunos volúmenes retrospectivos: Prólogos con un prólogo de prólogos (1975), el cual comprende cincuenta años de ese subgénero especialmente borgesiano; dos breves libros de conferencias, Borges oral (1979) y Siete noches (1980); la edición a cargo de Edgardo Cozarinski de críticas cinematográficas y de ideas para guiones cinematográficos, Borges en/y/sobre cine (1980); los Nueve ensayos dantescos (1982), escritos treinta años antes y nunca reunidos hasta entonces; un libro preparado con Alicia Jurado, Páginas de Jorge Luis Borges (1982), que extrañamente incluye en su primera parte cuentos, poemas y ensayos muy conocidos, y en su segunda ensayos no reunidos; el Ficcionario de Emir Rodríguez Monegal (la edición de 1985 de un libro publicado en inglés en 1981) que contiene algunos textos olvidados; y, finalmente, una selección de textos que Borges escribió para la revista El Hogar entre 1936 y 1939, preparada por Rodríguez Monegal y Enrique Sacerio-Garí, titulada Textos cautivos (1986). Después de su muerte, los prólogos que escribió para su última empresa, la Biblioteca personal, fueron reunidos en un volumen en 1988. Y una recopilación reciente, Borges en Revista Multicolor (1995), ha inducido una controversia considerable entre los borgesianos al atribuir a la Mano del Maestro ciertas obras firmadas con seudónimo.*
     Además de que el asunto aún deja innumerables ensayos sin recopilar, la historia es todavía más compleja. En la actualidad se olvida con frecuencia que, hasta los años cincuenta, Borges era virtualmente un desconocido fuera de la Argentina, salvo para algunos suscriptores de Sur. Pero al extenderse su celebridad, los cuatro libros de ensayos "canónicos" (los que no desconoció) volvieron a imprimirse y pasaron por varias ediciones. Borges solía incluir algunas obras recientes en las reimpresiones y excluía o reintegraba otras. De modo que, por ejemplo, algunos ensayos en la reimpresión de 1932 de Discusión fueron escritos décadas después, en un estilo que había cambiado en extremo. E incluso algunos de los más célebres, como "Nueva refutación del tiempo", desaparecían y reaparecían en las diversas ediciones.
     De 1972 a 1974, Borges revisó sus textos y preparó sus Obras completas en tres tomos, ordenados por fecha de publicación de los libros. Sólo se incluyeron los cuatro volúmenes de ensayos "canónicos", y algunos más, pasados y recientes, tuvieron cabida y salieron. Los tres tomos se complementaron luego de su muerte con dos más: el cuarto, que comprende cuatro de las últimas recopilaciones retrospectivas de ensayos (Prólogos, Borges oral, Textos cautivos, Biblioteca personal), y el quinto, las ficciones y los escritos no narrativos que escribió en colaboración con Bioy Casares y otras personas. Entre los borgesianos milita una facción fundamentalista que sostiene que sólo se debe permitir la reimpresión de los tres primeros tomos —los textos autorizados por Borges mismo. (Es de suponer que este mismo fundamentalismo no se extiende a Kafka, Virgilio o Emily Dickinson.) En todo caso, todas las ediciones posteriores han adoptado como modelo este ordenamiento por libro.
     Lo cual ha engendrado un enorme problema: ¿qué hacer con la obra no recopilada? Los tres primeros tomos de las Obras completas comprenden menos de cien ensayos; el cuarto agrega otros trescientos, lo cual deja fuera unas dos terceras partes de la obra no reunida. El inventario parcial de lo que no se encuentra en las Obras completas incluye los artículos ultraístas y los manifiestos; los tres libros de ensayos repudiados; la mayor parte de los artículos sobre Alemania, el antisemitismo y la Segunda Guerra Mundial; casi toda la crítica cinematográfica; buen número de artículos sobre escritores y personajes de la cultura argentina; los ataques a Perón; incontables reseñas de libros y prólogos misceláneos; los treinta prólogos que escribió para la colección Biblioteca de Babel de literatura fantástica; docenas de transcripciones de conferencias; las colaboraciones a periódicos españoles de los últimos años; y algunos de los ensayos más importantes, a saber: "Nuestras imposibilidades" (acaso el primer escrito que relaciona machismo y homosexualidad), "Los laberintos policiales y Chesterton", "La biblioteca total", "Sobre la descripción literaria", "La paradoja de Apollinaire", "La personalidad y el Buddha", "La inocencia de Layamon", "Destino escandinavo", "Diálogos del asceta y del rey" e "Historia de los ecos de un nombre" —por nombrar sólo algunos. (No se mencionan incontables poemas, en especial de los años ultraístas, y algunos cuentos.)

El primer tomo de la edición francesa de La Pléiade —más completa que cualquier otra en castellano pero a la que, con todo, le falta muchísimo— sigue el ordenamiento de las Obras completas, sin embargo, de manera por demás extraña, agrega escritos no reunidos de acuerdo con la revista en la que fueron publicados por vez primera. Esto es igualmente anacrónico: las colaboraciones en Sur, por ejemplo, engloban más de cincuenta años. En castellano el problema se corrige y se agrava debido a un conjunto de apéndices a las Obras completas titulados Textos recobrados. El primer tomo, que sólo recupera los años de 1919 a 1929, tiene cuatrocientas páginas. (Y, como las Obras completas, está plagado de errores.)
     Auden señaló que la diferencia entre un escritor grande y uno menor es que se pueden reconocer los distintos periodos por los que atraviesa el primero, mientras que la obra de un escritor menor parece haber sido escrita toda al mismo tiempo. Siguiendo esta norma —que sólo es verdadera en determinados casos— Borges es un gran escritor. Su vida coincidió con el siglo, y su obra —sobre todo los ensayos— es radicalmente distinta de una década a otra, en tanto procura un estilo más sencillo y una expresión más directa, lo que conduce a los escritos "orales" luego de quedar ciego en 1955.
     Si bien muchos borgesianos no coincidirán conmigo, me parece que el hábito de insertar ensayos recientes en sus primeros libros, supongo que más por razones de conveniencia que en nombre de la intemporalidad del arte, es contraproducente para comprender la obra y su desarrollo como escritor. En mi edición de sus "no ficciones" en inglés, simplemente pasé por alto los libros sueltos y ofrecí todo, lo reunido y lo no reunido, en orden cronológico (aportando en las notas la historia de la publicación de cada escrito). Las selecciones se dividen en periodos que corresponden a los diversos estadios de su escritura, y a su vez se ordenan en atención al género de cada periodo: ensayo, prólogo, reseña literaria, crítica cinematográfica, conferencia. Un libro común y corriente para cualquier otro escritor, pero radical tratándose de una edición de Borges. Es un comentario elocuente del estado actual de los escritos que una tercera parte de los ensayos recogidos en mi edición no se encuentren en las Obras completas y que muchos nunca hayan sido publicados en castellano en forma de libro.
     Érase que se era que la función de la academia consistía en suministrar textos. Ya no es así, en especial en los Estados Unidos, donde la erudición textual se considera una labor para Bartleby el escribiente. Este centenario de Borges daremos fe de cientos de conferencias, artículos, libros y simposios, de ejércitos de explicadores agitando los pendones de laberinto, tiempo, sueño e ilusión, dilucidando la relación de Borges con uno de sus interminables autores o textos predilectos, invocando una vez más la sombra de Funes o de Pierre Menard, o evocando a Borges para explicar cualquier teoría post-algo (pues Borges tiene el atributo de ser pertinente a todas las teorías). Una industria que en la actualidad ha producido más escritos críticos de los que cualquier mortal podrá leer nunca. Lo que no ha producido es una edición confiable y completa de la obra de Jorge Luis Borges. El asunto es casi un relato del propio Borges: la biblioteca infinita dedicada a un autor y en la que los únicos libros que faltan son los del autor mismo. –— Traducción de Aura Levy y Aurelio Major

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