1. Diez pantalones
La obra de arte consiste, grosso modo, en unificar lo disperso y diferente en un todo armónico y expresivo. Así pues, primera categoría, diversidad, segunda, unidad. La suma de estas categorías engendra, cuando el trabajo es acertado, una totalidad de sentido a la que nada falta ni sobra. La belleza es siempre un resultado.
En esta foto tenemos paisaje agreste, digno del inmortal verso de Othón “la parda grulla en el erial crotora”, cielo desapacible, nubes dramáticas, y ahí, sorpresa grande, en hilera, diez pantalones colgados de un mecate. La diversidad es contundente.
Pero se unifica, sin embargo, en un todo armónico. Los pantalones de ningún modo forman parte del inventario del erial, nadie describiría “como en todo páramo, hay ahí piedras, árboles solitarios, pastos, una choza pobretona, nubes y pantalones colgados“. Pero en la foto este elemento ajeno, por virtud de su localización en el encuadre, abajo, delimitando, como una cerca de órganos, se integra al paisaje.
Los pantalones colgados son personajes elocuentes. ¿Qué nos recuerdan? Pájaros en hilera en un cable de luz, gran imagen de libertad apacible, pero de cabeza, un pelotón de soldados o frutos grandes y extraños de un matorral del desierto. Son también signo del trabajo humano, porque no son precisamente prendas de gente acomodada, de corbata, oficina y coche a la puerta. De eso, aquí no hay. El asunto aquí es sobrevivir, es lucha desesperada por ganar el pan en un medio adverso. Y la fuerza del destino deja sentir su latido.
El universo de esta foto está lleno de fantasmas.
¿Dónde están, por dónde andan? No sabemos, pero los podemos imaginar: la foto nos proporciona los elementos necesarios para hacer la operación. Si uno solo de los personajes imaginados apareciera en la foto, como lo estaríamos viendo de bulto, ya no sería fantasma y ya no podríamos fantasearlo.
A lo que está presente, pero que no se puede ver, que es la meta, se llega penetrando todo lo posible en lo que está dado a los ojos y se puede ver, dicen viejos textos cabalistas. Ése es uno de los sentidos esenciales del arte de la fotografía, como queda debidamente ilustrado en el trabajo del maestro Bostelman que ha ocupado aquí nuestras reflexiones.
2.
El río incidental
Señoras y señores, he aquí el instante exacto, el momento preciso en que una cosa se transforma en otra: el bloque macizo cede y corre líquido. Pero no, dirán ustedes, no son dos cosas diferentes, hielo y agua son dos estados de la misma cosa.
Que la misma cosa pueda no sólo darse, por decirlo así, en diferentes presentaciones, sino que a veces, pueda ir y venir de una a otra, fue motivo de asombro en el inicio de las ciencias. Nada está quieto en el mundo de la apariencia, todo está en movimiento y cambia, aprisa o lentamente, pero se va transformando.
Se antoja pensar que no hay cosas, sino estados. Si el vaso de vidrio en que bebes agua se puede fundir y hacer líquido a cierta temperatura, entonces, el vaso de agua en el que bebes también es, todo él, un estado. No sólo por eso, he oído decir que los físicos aseguran que el vidrio es en realidad un líquido, de derrame lentísimo, pero líquido al fin.
Mira la foto: nada es para siempre, con tiempo suficiente la pared blanca, tan expresiva, el techo de lámina de zinc, la puerta, ya un tanto ruinosa, la bicicleta y la escalera allá atrás, fantasmales, el tronco delgado, a la derecha, el suelo de cemento en primer plano, se transformarán también en otras cosas, como el hielo geométrico que ante nuestros ojos empieza a desaparecer. Es cosa de tiempo.
En la foto hace calor, me parece, y el hielo puede esconder algo, un foco, un collar de perlas, una tortuga disecada o, ya en plan de novela policiaca, una mano cortada. Mientras tanto, aún está ahí el bloque, precario palacio, iceberg pigmeo, en todo igual, sin embargo, a sus hermanos mayores, los grandes budas navegantes (la metáfora es de Michaux) que avanzan impávidos en el mar abierto.
Volvamos a la escena. Toda foto guarda un ahora que ya no existe. En el momento en que oprimes el disparador, lo que queda impreso en la película, ya está lejos, ya pasó y es historia vieja.
Pero salvada del olvido, como este instante preciso de transformación, tan filosófico, señoras y señores, aquí rescatado por el ojo certero y puntual de Bostelman. ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.