Chola por la Autopista

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Pienso abandonar la literatura para dirigir todos mis esfuerzos a realizar un viejo sueño: ser piloto de Fórmula 1.

Es un sueño que me viene de años atrás, cuando yo era un mocoso fanático de Johnny Cecotto. Por nada del mundo me perdía sus carreras y celebré a lo grande cuando ganó el campeonato mundial de motociclismo en 350 cc. Recuerdo que llené un álbum de figuritas (el único que conseguí completar) con los participantes del mundial del 76: Giacomo Agostini, Kenny Roberts, Walter Villa. Por aquel entonces los precios del petróleo habían trepado a niveles sauditas y Venezuela era una auténtica feria de tesoros y despilfarros. Dos cosas guardo en la memoria de aquellos años de mi infancia: mi fervoroso deseo de tener una moto igualita a la de Cecotto, y la avalancha de productos importados (incluidos huevos y cordones para atar los zapatos) en los supermercados y abastos de Caracas.

Con los años mi sueño de ser piloto dio paso al extravagante proyecto de hacerme escritor, y sin darme cuenta ni mucho menos proponérmelo pasé, sin solución de continuidad, como dicen algunos, de la profesión más rápida al oficio más lento.

Sin duda el desplome de los precios del petróleo y las sucesivas crisis económicas –que ya suman unas ocho mil– terminaron convenciéndome de que los motores no eran lo mío y enfilé hacia la bucólica Escuela de Letras, que por aquel entonces era una pradera asediada por tirapiedras y encapuchados profesionales, casi siempre sumergida en una nube de gases lacrimógenos, obsequio de nuestra inefable Policía Metropolitana.

Lo cierto es que hoy en día, cuando asistimos, entre otras lindezas, a la feria de tesoros y despilfarros 2ª parte, ha vuelto a renacer, como el ave fénix, la ilusión de mi más tierna infancia.

La epifanía ocurrió el domingo pasado cuando vi al talentoso piloto Pastor Maldonado conducir su monoplaza por el Paseo de los Próceres de Caracas, gigantesco descampado en el que se rinde homenaje a los héroes de la independencia. En ese momento sentí que la Yamaha de Cecotto se transustanciaba en el fw32 de Maldonado. Vibré con cada acelerón del piloto criollo, me ericé con cada frenada, sentí el olor de los cauchos quemados como si fuera auténtica mirra, y creo que hasta me hice pipí cuando aquel Meteoro salió de la cabina para abrazar al Presidente. No estábamos en el autódromo de Ímola o de Silverstone, sino en el heroico Paseo de los Próceres. La apoteósica combinación de “velocidad y armas” me hizo nuevamente soñar con la Patria Grande.

La demostración la titularon “Venezuela a toda revolución”, un nombre sin duda acorde con el Socialismo del siglo xxi, y que por una odiosa desviación profesional asocié con el poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti y su manera de entender la sociedad del futuro como una mezcla entre la velocidad de las máquinas y la devoción a Benito Mussolini.

Lo cierto es que fue un domingo inolvidable, fastuoso, cosmopolita, donde se unieron en matrimonio perfecto los próceres de la independencia, el poder de las armas, la velocidad y las masas populares. El olor a combustible era casi hipnó-tico y entre el calor de aquella mañana y las carnosas mamis que decoraban la patriótica pista con su hermosa asistencia, me sentí como Daddy Yankee cantando:

 

A ella le gusta la gasolina

(¡Dame más gasolina!)

Cómo le encanta la gasolina

(¡Dame más gasolina!)

 

También se me ocurrieron otros versos y metáforas, otros poetas futuristas y populares, pero yo ya no estaba para poetas ni metáforas. Ese domingo mi vida cambiaría para siempre.

Lo que obró como una auténtica revelación divina fue enterarme del monto del patrocinio que la empresa estatal Petróleos de Venezuela, pdvsa, entregaría a at&t Williams, la poderosa escudería inglesa que había fichado a Maldonado. Se trataba de 180 millones de dólares, si es que podemos confiar en los medios de comunicación, pues ni el gobierno ni la escudería informaron el monto exacto del contrato. Este detalle sin importancia, menudo lapsus de las partes, miniaturizó todavía más las otrora bolsas de trabajo a la escritura creativa del otrora Consejo Nacional de la Cultura, y convirtió en pálida limosna los cien mil dólares del premio de novela Rómulo Gallegos. Puse en una balanza los montos destinados a la literatura y los destinados a la escudería Williams, y me reproché: “¡muchacho güevón, deja los poemitas y agarra ese volante!”

Desde entonces me puse a investigar a la dichosa escudería para irme empapando de lo que sería mi nuevo ámbito profesional, si todo salía según mis planes. Como consecuencia de esa investigación me encontré con que:

Frank Williams, fundador, propietario y cabeza visible de la poderosa escudería inglesa, recibió en 1987, de parte de la siempre malencarada reina de Inglaterra, la Orden del Imperio Británico, y en 1999 pasó a ser caballero de la Orden del Imperio Británico. Esto sin mencionar que desde hace varios años detenta el titulo nobiliario de sir. ¡Curiosos destinos imperiales, pensé, para los dineros del antiimperialismo bolivariano!

Y en un arranque de entusiasmo nacionalista, clamé: yo podría fundar una escudería bajo el régimen de cooperativas y recibir, junto con otros humildes cooperativistas, ese dinero en cómodas cuotas. Además le daríamos trabajo a la gente de talleres

El Tornillo, y a Santos, el latonero del Bronx caraqueño al que solía ir a reparar las abolladuras de mi Fiat Spazio. Pero no, ¡fuck!, todo ese dinero terminará en manos de ingenieros y técnicos ingleses, y de sus esposas y amantes, y de sus hijos rubios y pecosos, con el eventual beneficio fiscal para el tesoro de la corona por concepto de impuesto a las ganancias.

Y más tarde, ya con cierta arrechera encima, me pregunté: ¿y qué tiene esa dichosa escudería que no tengamos el resto de los venezolanos dispuestos a construir una Venezuela a todo vértigo? O dicho de otra forma: ¿dónde está el control de cambio? ¿Qué pasó con la fuga de divisas? ¿A cuenta de qué 180 millones de dólares para el caballero de la Orden del Imperio Británico, y ni un centavo de dólar para la plebe veneca?

Por supuesto estaba equivocado. Por una omisión o ignorancia de mi parte, no había podido ver lo que estaba ante mis narices: el Reino Unido, o para decirlo con todas sus letras, United Kingdom of Great Britain and Northern Ireland forma parte de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, alba, y la escudería Williams es su brazo empresarial allende los mares. ¡Cómo pude olvidarlo! Dineros públicos que integran un programa de asistencia a las naciones hermanas en vías de desarrollo, o desarrolladas, o desarrolladísimas, o cuando menos poscoloniales, o postimperiales. Ayudas, donativos, contribuciones, obsequios, apoyos, patrocinios, subvenciones, socorros y aguinaldos del gobierno para la construcción de refinerías en Cuba, para el estímulo a la agricultura en Nicaragua, para levantar viaductos en Paraguay, o para vender gasolina a precio solidario en los Estados Unidos. En medio de tanta munificencia y filantropía, ¿qué son 180 milloncitos para la escudería de sir Frank?

Por este y otros motivos he decidido dirigir todos mis esfuerzos a ser piloto de Fórmula 1. Será como volver sobre mis pasos y hacer realidad lo que soñé durante tanto tiempo. Si Cecotto corrió en moto y después en monoplaza, yo seguiré sus pasos hasta cruzar la bandera a cuadros. Los precios del petróleo me ayudan; la gasolina barata también. Pero tendré que trabajar muy duro, lo sé. Abandonaré cuanto antes las lentas y empobrecidas letras, expropiaré de mi región occipital toda metáfora y pondré mi corazón a rugir a toda velocidad. Lo primero que haré será recuperar mi Fiat Spazio para iniciar los entrenamientos. Hablaré con la gente de talleres El Tornillo y con Santos, el latonero. Me compraré un casco y un par de guantes importados en MercadoLibre.com. Mientras tanto seguiré de cerca el calendario de carreras de Fórmula 1 para aplaudir a nuestro gran Pastor Maldonado en el autódromo de Bahréin, el próximo 31 de marzo. ¡Arriba, Pastor! Y a mí me verán, bólido bolivariano, picando cauchos, chola por la autopista. ~

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